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Policía Nacional y agentes de la Minerva hicieron aflorar a los ocultos con sus controles.
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Guardia Civil frenó nuevos intentos de subirse una vez superadas las inspecciones.
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Feriantes tuvieron que echar por sí mismos a los magrebíes al no haber policías en el recinto ferial.
Acomodados en un recoveco entre la cabeza tractora y la carga; ocultos dentro de los ‘cochecitos’ que hasta el domingo hicieron reír a los niños; o camuflados entre los amasijos de hierros, ningún escondite es suficientemente incómodo como para dejar escapar un billete en clase clandestina a la Península. Un total de 24 inmigrantes fueron interceptados ayer en el transcurso de la denominada Operación Fin de Feria, que se desarrolla en Ceuta para evitar que los inmigrantes lleguen a la Península en los camiones que transportan las atracciones. Ocho de los extranjeros retenidos, todos de aspecto magrebí, eran menores de edad y todos marroquíes a excepción de tres argelinos.
Este es el balance provisional cuyos datos presentó ayer el delegado del Gobierno, Nicolás Fernández Cucurull, en su recorrido por el dispositivo encargado de detectar a personas que, en situación irregular, intentan introducirse entre el material que cargan los Feriantes rumbo a Algeciras. Unos filtros que, como en los últimos años, se centran más en el Puerto que en el recinto ferial. El operativo comenzó ayer por la mañana y estará en marcha al menos hasta hoy, mientras que los camiones terminen de abandonar la ciudad autónoma.
La Policía Portuaria se ocupó del estacionamiento de vehículos y remolques en el Dique de Poniente, donde la Policía Nacional y los agentes portugueses y suecos de la Operación Minerva inspeccionaron los camiones, incluso con perros adiestrados en la localización de personas ocultas. La Unidad Especial de Policía lusa (UEP) aportó sus conocimientos y la habilidad de un pastor belga que trabajó junto a los sabuesos de la Unidad de Guías Caninos del Cuerpo Nacional.
Para mayor seguridad de que ningún polizón iba a bordo, los vehículos también se sometieron a un segundo examen ocular y documental a cargo de la Unidad de Prevención y Reacción de la Policía Nacional (UPR), así como a los escáneres de detección de latidos de corazón en el interior, a cuyos mandos está la Guardia Civil. Una labor en la que participó también el Resguardo Fiscal y Fronteras del Instituto Armado. Los agentes tuvieron el refuerzo de la Unidad de Intervención Policial (UIP) y del Grupo de Reserva y Seguridad (GRS)
Aunque la mayor parte de las interceptaciones tuvieron lugar en el dique de Poniente mientras los camiones esperaban su turno, los guardias civiles descubrieron que los inmigrantes aprovechaban que los feriantes habían superado los controles para volver a probar suerte cerca de la zona de embarque. Al menos echaron el lazo a cinco de ellos cuando estaban a punto de deslizarse en cualquier recodo.
Siete de estos jóvenes magrebíes utilizaron una táctica similar al encaramarse, a la carrera desde una rotonda de la avenida Juan de Borbón, a la carga trasera donde un empresario portaba la atracción. Los feriantes consiguieron expulsar a cuatro de ellos cuando ya paraban en el dique de Poniente, pero los tres restantes fueron obligados a salir por los policías. “Aparte de la falta que cometan, ponen en peligro su integridad física”, advirtieron los agentes.
Ante la nula presencia de fuerzas de seguridad en el recinto ferial sobre las 7.00 de la mañana, fueron los propios feriantes quienes tuvieron que ahuyentar a los extranjeros, muchos de ellos aparentemente menores de edad, que intentaban colarse cuando desmontaban las atracciones. Ni la densa niebla jugó en favor de los inmigrantes que, finalmente, no consiguieron su propósito.
Los feriantes manifestaron su rechazo a aceptar dinero a cambio de hacer la vista gorda, aunque reconocieron que este año también recibieron propuestas. “Uno de estos chavales hasta me enseñó una riñonera llena de billetes en dirham. Me aseguraba que eran 3.000 euros. Fuí honesto y le dije que me dejase de molestar porque llamaría a la Policía. Otro le hubiese pegado un empujón y se hubiese quedado con el dinero”, se sinceró. El colectivo se quejó porque los inmigrantes que se cuelan suelen romper el material que almacena y son los empresarios quienes tienen que correr con los gastos de la reparación.