Como cuestión previa, contesto a quienes preguntan por qué ahora que se juzga al “procés” no escribo sobre Cataluña. Pues porque cuando las togas hablan, mientras dura el juicio, hay que dejar a la Justicia hacer su trabajo para que pueda pronunciarse conforme a derecho, con absoluta independencia e imparcialidad objetiva, sin presiones ni interferencias, pese a lo humildes que serían las mías.
Me gustaría no tener que escribir nunca sobre Cataluña por motivos del separatismo, porque contra dicha región ni siquiera tengo la más mínima animadversión. Para mí, Cataluña es tan digna como las demás regiones. Y a los catalanes, en general, los tengo por gente seria, honesta, trabajadora y creativa. Sí me entristece y duele ver dos Cataluña, con la sociedad y familias divididas. La Cataluña “separatista”: irresponsable, fanática, sectaria y radical, viviendo del “procés”, con el objetivo de romper España “hasta las últimas consecuencias” (Torra), `pese a tener sólo el 47´5 % de los votos. Y la Cataluña “constitucionalista”: responsable, trabajadora, honrada y emprendedora, soportando los abusos y desmanes secesionistas, a pesar de el 52,5 de votos (últimas elecciones). Esa dicotomía sólo se resuelve cambiando la Constitución si la mayoría de todos los españoles así lo votaran en el Parlamento y en referéndum, porque la soberanía de España, reside en todo el pueblo español. Y sólo se puede trocear si la mayoría de todos los españoles así lo votara. Los catalanes solos, no pueden hacerlo.
Respeto al juicio del “procés”, remito al eminente jurista uruguayo Eduardo Juan Coture, afamado procesalista, que dice: “Ten fe en el derecho, como el mejor instrumento para la convivencia humana; en la justicia, como destino normal del derecho; en la paz, como sustitutivo bondadoso de la justicia; y, sobre todo, ten fe en la libertad, sin la cual no hay derecho, ni justicia, ni paz”. Y de las sentencias, se puede discrepar; pero no desacatarlas e incumplirlas sistemáticamente cuando son desfavorables.
Centrándome ya en el tema de hoy, vuelvo a referirme a Hernán Cortés en el V Centenario de su llegada a Méjico; porque pienso que a tan insigne extremeño España y Extremadura, tras 500 años, no le han hecho la justicia que se merece, pese a haber sido la personalidad más importante de la historia de España en América. Los españoles no hemos sabido ponerlo en valor. Menos mal que, para compensar algo la indolencia y el poco aprecio que sentimos por lo nuestro, ahí están los norteamericanos que, aunque fueron nuestros contendientes durante la pérdida de aquellos países hermanos, luego, en una clasificación que en 1997 hicieron prestigiosos estrategas, resulta que sobre los cien mejores del mundo, a Francisco Pizarro y Hernán Cortés les adjudicaron los puestos números 7 y 9, respectivamente.
Y en ese “ranking” mundial figuran por méritos propios, decidido así por profesionales muy cualificados y de reconocido prestigio, integrantes de una comisión de estrategas presidida por el célebre escritor y general del Alto Estado Mayor norteamericano, Michael Lalaning, que casificó a los dos insignes extremeños pese a ser ambos civiles sin haber estudiado en academias militares, junto a personajes de la talla histórica de Julio César, Alejandro Magno, Carlos Magno y Napoleón, figurando ambos por delante incluso de nuestro carismático Gran Capitán, que en esa lista ocupa el número 28.
Antes, también el prestigioso escritor norteamericano Hugo Thomas había incluido a Cortés entre los más grandes estrategas de todos los tiempos, tanto por su gran gesta de conquistar el imperio azteca con sólo 400 españoles, como porque luego fue también un gran estadista. Méjico, como homenaje al V Centenario de su llegada, ha acordado que un equipo subacuático encabezado por Roberto Junco, busque las naves que Cortés hundió para que nadie pudiera regresar sin antes cumplir la misión.
Claro, que tan ingente obra realizada, éxitos, poder y grandeza conseguidos, para nada sirvieron a Cortés a la hora de morir, por cuyo triste trance todos pasaremos. Y los cementerios están llenos de hombres ilustres. Y es que, en este mundo nos estamos arañando y haciéndonos la vida imposible unos a otros sin motivo ni razón, porque nos volvemos vanidosos, arrogantes y prepotentes, que creemos que nos comemos el mundo, y luego es el mundo el que siempre termina comiéndonos lo mismo a quienes somos humildes que poderosos. Eso sí, los españoles sabemos luego enterrar muy bien incluso a nuestros enemigos, que en cuanto los vemos de “corpore insepulto”, terminamos diciendo: “si en realidad, el hombre no era malo”, y todos acabamos deseándole un “eterno descanso”. Pero ni siquiera eso tuvo Hernán Cortés, cuyos restos están plagados de numerosos ajetreos funerarios que nunca él hubiera deseado.
Conquistado Méjico, Cortés hizo dos visitas España. En la segunda, realizada en 1547, a sus 62 años, pasó primero por Madrid a gestionar asuntos de Estado. Y en la Corte se percató de las intrigas y envidia que comía a muchos cortesanos por la gran gesta realizada y los éxitos conseguidos por el extremeño. Entonces, Cortés se vio enfermo de disentería, encorvado, incomprendido, decepcionado, zancadilleado y entristecido. Y se retiró a Castilleja de la Cuesta (Sevilla), según dijo, “para allí atender su ánima y ordenar su testamento”. El día 12-10-1947, compareció en Castilleja ante el escribano real García de Huerta para otorgar testamento, que éste entregó a su vez al escribano público de Sevilla, Melchor de Portes.
En el testamento nombró principal heredero a su hijo Martín Cortés, pero haciendo también partícipes a todos sus 11 hijos, pidiéndole a Martín que cuando falleciera llevara sus restos a Nueva España (Méjico). Tras el óbito, que ocurrido el 2-12-1547, ambos escribanos entraron en litigio sobre a quién correspondía abrir el original del testamento. Lo impugnaron ante la Audiencia de Sevilla, que el 16-08-1548 falló en favor de Melchor de Portes. Una copia de ese testamento la tengo en mi poder, constando dicho documento de 11 folios escritos por anverso y reverso, más un Codicilo final.
Sobre su entierro, en el folio 1.I), Cortés dispone: (respeto íntegramente su redacción y ortografía): “Mando que si muriese en España, mi cuerpo sea puesto y depositado en la iglesia de la parrochia donde estuviere en la cassa donde yo fallesciere y que allí esté en depósito hasta que sea tiempo y a mi subcesor le parezca de lleuar mis huesos a la Neva España, lo qual yo le encargo y mando que asi haga dentro de diez años, y antes, si fuere posible y que los Ileben a la mi villa de Coacan y allí les den tierra en el monesterio de Mongas que mando hazer y edificar en la dicha mi villa yntitulado de la Concecion, de la horden de Sanct Francisco, En el enterramiento que en el dicho monesterio mando hazer para este efecto, El qual señalo y constituyo por mi enterramiento y de mis subcessores”.
Sus restos fueron inhumados provisionalmente, por primera vez, en Castilleja el día siguiente de morir, en una cripta que en la iglesia de San Isidro del Campo tenía el duque de Medina Sidonia. Pero al fallecer éste en 1550, sus restos ocuparon el lugar de Cortés y los de éste fueron sacados de la cripta y enterrados por segunda vez en el mismo templo, junto al altar de Santa Catalina, cuyo entierro tuvo lugar el 9-06-1550. En 1562 su hijo Martín Cortés otorgó poder notarial para que los restos de su padre fueran enterrados en Nueva España, tal como había sido su última voluntad, concretamente en la iglesia de San Francisco de Tezcoco, aunque el traslado no pudo efectuarse hasta el 23-05-1566 porque hasta entonces no había podido ser construido el monasterio que había dispuesto para su enterramiento en la localidad mejicana de Coyoacán. Una vez llegados los restos a Méjico, fueron inhumados de nuevo en la iglesia de San Francisco de Tezcoco, donde yacían los de su esposa Catalina Pizarro y uno de sus hijos. Éste era su tercer entierro.
El 31-01-1629, falleció en Méjico Pedro Cortés, su nieto. Y el entonces virrey, marqués de Cerralbo y el arzobispo Manso de Zúñiga dispusieron celebrar un funeral que honrara tanto al nieto Pedro Cortés, por proceder de tan digno apellido, como al ilustre abuelo que fue el que dignificó la estirpe. Con esta ocasión, los restos de Hernán Cortés fueron trasladados y enterrados con gran solemnidad en Tezcoco, en la capilla del convento de San Francisco, siendo ese su cuarto entierro. El quinto, tendría lugar en 1716, aunque se desconoce la fecha exacta, siendo trasladado sus restos a la parte posterior del retablo mayor del mismo templo.
En 1790, el entonces virrey Villaguicedo quiso honrar los restos de Hernán Cortés, para lo que dispuso que fuera erigido un suntuoso sepulcro, “cual corresponde al ilustre y esclarecido Hernán Cortés, cuyo nombre excusa todo elogio”, según su propio manifiesto. Pero el entierro no tendría lugar hasta el 2-07-1794. En esta ocasión se levantó acta en la que consta que “los huesos se reducen a unas canillas, costillas y otros varios que aunque rotos están bien duros; la calavera es chica, achatada y larga, pero todos los huesos se manifiestan trigueños, de buen aspecto”; y este sería su sexto entierro.
El séptimo, fue de signo totalmente contrario, debido a una ola de antiespañolismo que se desató en Méjico en 1821, que incluso pretendía profanar su sepulcro “para olvidar el ominoso recuerdo de la conquista”, según se dijo, y que se propuso llevar los restos al incinerador de San Lorenzo, pero el apoderado del heredero de Hernán Cortés, Lucas Alemán, presintiendo la profanación que algunos antiespañolistas se proponían perpetrar, se adelantó y trasladó la urna conteniendo los restos a lugar seguro, “bajo la tarima situada junto al altar de Jesús Nazareno”.
El octavo entierro fue también secreto, y tuvo lugar en septiembre de 1836 en la misma iglesia, porque a Lucas Alemán “le dolía en secreto que los huesos de Cortés estuvieran en el suelo con humedad y en un sepulcro improvisado”, por lo que decidió trasladarlos a un lugar más decoroso, aun cuando todavía continuaran siendo anónimos y ocultos. La urna fue depositada esta vez en un nicho al lado del Evangelio del presbiterio, “a tres varas del suelo…, se cerró con una pesada losa, enrasándose la pared con mampostería, de suerte que no quedó señal exterior”. Lucas Alemán guardó una llave de la urna y el original del acta notarial, y en 1843 entregó al embajador de España en Méjico una copia del llamado “Documento del año 1836”, que revela el lugar en el que está enterrado y las circunstancias del mismo.
En 1946, Fernando Baeza Martos, español exiliado en Méjico, y un cubano, Manuel Moreno Franginals, tuvieron conocimiento de dicho documento, y lo comunicaron al llamado “Gobierno de la República Española en el exilio”. Y, tras haber obtenido permiso eclesiástico y gubernamental, el 24-11-1946, excavaron la tumba y encontraron la urna. El día 28 siguiente consiguieron autorización presidencial por la que se ponía la urna mortuoria bajo la protección del Instituto Nacional de Antropología e Historia, siendo abierta la misma, fueron encontrados los restos en la posición y características que fueron descritos en 1839. Después, el 9-07-1947 fueron “reinhumados” los restos de Cortés donde se encontraron y se puso sobre el muro de la iglesia una placa de bronce, de 1´26 por 0´85 metros, con el escudo de armas de Cortés, en esmalte, y llevando la inscripción:”HERNÁN CORTÉS 1485-1547”. Este fue su noveno entierro.
Pues a ver si es verdad que sea ya el último, y que lo dejen tranquilo y en paz, con el respeto, dignidad y decoro que tanto merece, de forma que sus restos puedan descansar eternamente. Hernán Cortés fue un extremeño valiente y un gran español que dio tanta gloria y honor a Extremadura, a los extremeños, a España entera y a los españoles. ¿Sería mucho pedir que quien escribe sugiera humildemente a las autoridades competentes de Extremadura, su tierra, y de España que se dignen organizarle en este V Centenario el digno homenaje que se merece?.