Terminadas las negociaciones sobre el Brexit, un tanto atípicas por lo que se refiere a Gibraltar, donde quizá se hubiera movido mejor el imaginativo Talleyrand que Metternich con su clasicismo, y consúmese o no la salida británica, permanecen incólumes una serie de consideraciones sobre la situación colonial que constituyen casi un corpus.
El primer concepto, sin que el orden implique prelación, es de fondo. Los tres principales contenciosos de la diplomacia española están totalmente interrelacionados en una madeja sin cuenda, hasta el punto de que al tirar del hilo de uno para desenredar el ovillo surgen automática, inevitablemente, los otros dos, nucleando así un juego de alta diplomacia en el área hipersensible del Estrecho, donde ¨ninguna potencia permitirá que un mismo estado detente sus dos orillas¨, en la formulación de Hassan II (aunque como ya se ha observado, el aserto no puede tener el mismo valor con España miembro de la OTAN). De ahí, que ¨cuando Gibraltar sea español, Ceuta y Melilla deberán volver a Marruecos¨ , que supone el leit motiv estratégico del vecino del Sur, y que se completa desde la doctrina táctica alauita, en imprecisable pero muy visible medida, con la incidencia saharaui: ¨la reivindicación de las ciudades, que es imprescriptible, depende en buena parte de la resolución del asunto Sáhara¨.
Segundo, Gran Bretaña, que como tantas veces se ha ejemplarizado es pionera en instituciones representativas, campeona de la democracia y a ese título garante de los llanitos, se erige en paladín de su causa. Ahora bien, quizá haya base suficiente, vistos los antecedentes, desde el mismo inicial, como para sospechar que la noble postura inglesa, amén de loable, también esté lastrada por una manifiesta carga interesada cifrada en las contrapartidas que la posesión del Peñón puede suministrar al Reino Unido, fiel a su mejor tradición mercantilista, la diplomacia mercantil o de tendero, que el propio sir Harold Nicolson, en su clásico Diplomacy, atribuye como rasgo distintivo a su accionar exterior. Y en este punto que puede resultar clave, ya se ha apuntado que Londres atenuará su postura sobre el Peñón cuando, entrado como corresponde en la vía ortodoxa financiera, disminuya su rentabilidad. Sin embargo y a fuer de objetivos, al mismo tiempo habría que reconocer su valor, a la baja pero con entidad suficiente, como base militar en los esquemas occidentales.
Y tercero, en la filosofía de la negociación y partiendo de que ninguna puede ser en principio aséptica ya que se trata de conciliar intereses, próximos o contrapuestos pero siempre divergentes –ya acuñó Burke su politics is art of transaction- se alza como jalón fundamental, el posibilismo, la realpolitik, como baza de futuro hacia poner a la soberanía donde corresponde e indica la doctrina internacional. España podría ser generosa, flexible, comprensiva, hasta donde lo permitan la dignidad y el interés nacional. Si el Reino Unido sale, Gibraltar sale, hasta por definición. Y entonces, los llanitos, que antes o después terminarían quedando si no in the lurch, desde luego que sí en sus proximidades, si quisieran seguir integrados en grado bastante y cómodo en el mercado europeo, por la cuenta que les tiene, argumento tan simple como vinculante, tendrían que ir considerando acceder, parece que mejor pronto que tarde, a mutar el link británico por el hispánico.
En cualquier caso, consúmese o no el Brexit, y por encima de técnicas coyunturales, más de tres centurias de situación colonial, ya ni siquiera suavizada por las notas sublimes del Grand Te Deum for the peace of Utrech de Haendel, que junto con su Jubilate, resonaron grandiosos en su tercer centenario en la catedral de San Pablo, facultarían para invocar a Gondomar: ¨A Ynglaterra metralla, que pueda descalabrarles¨ y eso que faltaba un siglo para que los ingleses, en una maniobra espectacularmente heterodoxa, se apoderaran de Gibraltar. La línea dura no debería de descartarse del todo visto un cierto grado de inverecundia planeando sobre el contencioso. Su implementación y alcance, corresponde al gobierno de turno.
Ya he recogido varias veces que del elenco de distinguidos embajadores que ha tenido España ante la corte de San Jaime, quizá el más elocuente haya sido el marqués de Santa Cruz, de quien se cuenta que todas las mañanas y es de suponer que también por las tardes como corresponde, llevaba a su perrita ante el mismísimo Buckingham para exteriorizar así su protesta de forma más que simbólica.
P.S. Escribo esta postal desde la misma biblioteca que lo hice hace días (Los contenciosos diplomáticos españoles) del muy británico Reform Club, y como la anterior, con la memoria viva de sus ilustres miembros, Churchill, Gladstone, Russell o Palmerston, que todos ellos se ocuparon y cantaron como Fox, a the Rock.