Junto al lecho de muerte de mi padre, éste, dando sus últimos suspiros, y con una voz que se apagaba por la falta de aire, me mira y me dice: “Hijo mío, el espacio está en el corazón”.
Yo, que era muy joven aún, no supe adivinar el secreto que guardaban esas palabras tan filosóficas. Esas fueron sus palabras postreras...y se apagó. Se fue uno de los seres que, sin duda, han marcado mi vida.
Los musulmanes, cuando un ser querido fallece, tenemos la costumbre de hacer una especie de duelo por los difuntos, e invitamos a oradores del sagrado Corán para que supliquen y oren por todos. Se llama el-lila (la noche) y en principio no tiene nada que ver con el velatorio o las misas de los cristianos.
Entonces, comenzaron a llegar los hombres que invitamos para que rezaran por el alma de mi padre. Todo iba como esperábamos y, aún con la pena de la reciente pérdida, toda la familia nos estuvimos encargando de acomodar a los asistentes, y a los vecinos y amigos que pasaban para dar el pésame. Era la hora de empezar y los oradores elegidos comenzaron a recitar versículos del sagrado Corán. Pero cual fue mi sorpresa al comprobar que no paraban de llegar más y más personas que no habían sido invitadas; unas para orar y otras para comer y ver si podían llevarse algunas monedas. No cabía nadie más, estaba todo repleto. Las habitaciones de la casa estaban llenas y los zapatos se amontonaban unos encima de los otros. Era tal cantidad de personas reunidas que no dábamos abasto para que todos estuvieran bien servidos.
Yo me alteré por no ser aquella la noche esperada, y comencé a decir que eso podía ser así, que era un abuso y un auténtico caos por la gran cantidad de gente que no había sido invitada. La familia intentaba calmarme pero yo seguí en mi empeño de no avenirme a razones.
Al fin, todo pasó y las personas saliendo de la casa, una a una, me fueron dando el pésame, junto con un gesto de cariño. Sí, todo pasó y las palabras que mi padre me dijo en su lecho se vinieron a mi mente como si de un martillo que golpeaba constantemente mi alma se tratara. Entonces, lo comprendí todo, y otra de sus frases me vino a la cabeza: “Todo pasa”.
Sí, el espacio está en el corazón y para qué alterarse si todo pasa. Como todo pasó en la noche en que mi padre me seguía enseñando a vivir.
La paciencia es una virtud que honra al hombre que la posee. ¿Quién no ha dado la espalda a los demás en algún momento de su vida? Si algo nos molesta enseguida nos alarmamos, y nos enfadamos. No somos capaces de ver la parte positiva de la vida. Aprendí la lección de mi padre y ahora intento ser más tolerante con todo y con todos.
Las personas nos merecemos un poco de cariño y respeto. Si todos tuviésemos un poquito de tiempo para dedicar a los demás el mundo sería más bonito aún. Si ponemos al mal tiempo buena cara el día a día será más ameno llevadero.