¿Cómo eran aquellos versos que Miguel Hernández escribió en memoria de su joven amigo fallecido, el escritor Ramón Sijé? ¿Qué decía ese poema que tiembla en la garganta cada vez que Serrat lo canta? ‘Temprano levantó la muerte el vuelo/temprano madrugó la madrugada/temprano está rodando por el suelo’.
Temprano, muy temprano, atrapó la parca al soldado Antonio Güeto Ramos, ese jovenzuelo, ese hombretón que comenzó el servicio militar en 1980 y que sólo cuando restaba un mes para concluirlo encontró la muerte de forma trágica, de tintes heróicos, en nuestra ciudad mientras ayudaba, en acto de servicio, en las labores de extinción de un incendio.
Temprano, muy temprano, a esa hora en que el crepúsculo sacude la pereza de la noche profunda, tuvo lugar ayer el homenaje que, como cada año desde 2007, la Ciudad rinde en memoria y reconocimiento a una de esas personas que murieron por defender una causa justa, uno de sus patriotas que reciben el reconocimiento popular y las condecoraciones de las altas instancias, de ahí que, hace cuatro años la Ciudad Autónoma le concediera –junto al compañero Sergio Pérez, que resultó grave en el accidente– la Medalla de Plata.
El acto militar, efímero pero precioso, solemne y sentido, puro y sincero, desgarrador y noble, se celebró en la plazoleta que lleva su nombre, ‘Plazoleta Soldado Antonio Güeto’, sita en el cruce de las calles Enrique el Navegante y San Juan de Dios, y fue presidido por el Coronel Jefe de la Unidad número 23 –ULOG 23–, Victor Manuel Carrillo Hontoria.
A su alrededor, firmes y a la orden de lo que mandan los cánones, se desplegaban estatuas humanas, con el cuello estirado, la mirada al cielo, el cuerpo rígido y emotivo. A sus oídos acudían las palabras de un compañero que parecían llegar desde aquel fatídico veinticuatro de julio de 1982, una voz radiofónica que radia una tragedia de última hora: “Fallece el soldado Güeto, natural de Onteniente, Valencia, al sufrir un accidente el camión aljibe que ocupaba durante las tareas de extinción del incendio que se había producido en las proximidades del polvorín ‘El Renegado’ el 24 de julio de 1982. Su compañero, Sergio Pérez del Valle, está gravemente herido”.
Pero han pasado ya veintinueve años desde entonces, la voz de la radio no se silencia, y los militares congregados, también algún que otro madrugador vecino, asisten al responso del capellán castrense, a la ofrenda floral, a la banda de España que rodea el monolito, que queda fija unida por un lazo, asienten con emoción porque hay veces en que la memoria nunca muere.
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