La “Isla de los Judíos” del Sena parisino era un pequeño islote que, con la construcción del Pont Neuf ordenada por el célebre rey Enrique IV, acabó formando parte de “l’île de la Cité” o, como la conocen las turistas, “la Isla de Notre-Dame”. Las historiadoras afirman que su nombre se derivó de las ejecuciones de miles de judías que murieron en las hogueras. Allí, precisamente allí, es donde con las primeras luces del alba del domingo 18 de marzo de 1314, se pretendió acabar con parte de la historia.
Pero, paradójicamente, fue allí, precisamente allí, donde todo empezó. La Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón, más conocida como la Orden del Temple -que hoy cumpliría 900 años- vio la Luz en 1118.
Nueve caballeros franceses, liderados por Hugo de Payns tras la primera cruzada, fundaron esa orden con la pretensión inicial de proteger a las cristianas que peregrinaban a Jerusalén. En 1129, durante el Concilio de Troyes, la Orden recibe el beneplácito de la Iglesia.
Eran los comienzos. Las templarias aún no tenían la entidad suficiente para ser independientes, ni poder remar a contracorriente. Todo lo que no le gusta al poder de verdad.
Un clásico. Con el axiomático pensamiento de que, costase lo que costase, se tenía que estar en el lugar donde se debía estar, las templarias fueron ganando un considerable peso específico y un prestigio importante.
Tras no poca sangre derramada y una acumulación considerable de tesoros, las que crecieron a la sombra del Templo de Salomón fueron adquiriendo una fuerza política impresionante y empezaron a pensar por su cuenta. Eso nunca está bien visto. Poco a poco se fueron transformando en lo que hoy podrían considerarse banqueras, haciendo préstamos para los ruinosos reinos de la época.
Uno de ellos fue el de Felipe IV de Francia, llamado “el Hermoso”. Las guerras y los fastuosos actos, habían llevado al descendiente las capetos y a Francia a la ruina total. El denominado “rey de hierro” tenía que buscar una solución, y rápida. Empezó por las judías. No escasearon los pretextos. Faltaría más.
Las lombardas también fueron atacadas, y las riquezas de ambas comunidades engrosaron el tesoro de reino; pero aún quedaba la Orden del Temple. Para ello, necesitaba la aprobación de Roma.
Felipe IV se enfrentó al papa Bonifacio VIII, que casi lo excomulgó. Tras una lucha cruzada, consiguió lo que pretendía: una Iglesia a medida de sus intereses, cosa que logró. Nada nuevo. A la muerte de Bonifacio VIII le sucedió Clemente V, que terminó instalándose en Avignon, aceptando los dictados del capeto.
La brújula del poder no es un invento nuevo. El siguiente paso era evidente: con el camino despejado, solo le quedaba al galo Felipe “el Hermoso” terminar con quien se había endeudado hasta límites insospechados, y nunca se plegaba a la burda fusta de la gobernanta de turno. La falta de visión política del último Gran Maestro de la Orden de Temple le impidió ver lo que se estaba instigando. Ya era tarde.
El viernes 13 de octubre de 1307, una acción coordinada por el rey y aceptada por el Papa daba con el arresto masivo de todas las caballeras templarias en Francia. Torturas, acusaciones absurdas, encarcelamientos arbitrarios, vejaciones y delaciones fulminaron a quienes representaban un contrapoder evidente. Cientos de templarias acabaron en la hoguera como un aviso a futuras navegantes: oponerse al poder nunca es gratis.
Así, tras un juicio grotesco y una renuncia expresa a reconocer las acusaciones (algo que le habría salvado la vida), el 18 de marzo de 1314, el Gran Maestro Jacques de Molay moría bajo las llamas avivadas por el verdugo del rey junto con Godofredo de Charney (maestro de la Orden en Normandía) y otros dos caballeros templarios. Sin embargo, antes de fallecer, el último Gran Maestro de la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón, lanzó una maldición contra el rey y su descendencia, las acólitas reales y el Papa.
El rey, varias consejeras y el Papa murieron en el transcurso de un año. Los capetos que sucedieron en el trono al “Hermoso” también sufrieron la maldición templaria, tanto que a partir de Felipe IV de Francia, quienes le sucedieron se conocen como “reyes malditos”.
Mirando ya de frente a la muerte, la sentencia del último máximo exponente de la Orden del Temple vino a advertir a quien pudo entenderlo que, ocurriese lo que ocurriese, la fuerza de la espada residía en el brazo quien la empuñara y que, para quien se atreviese a vivir, la muerte no existiría. Y en esas estamos.
En este H2SO4 no nos cansamos de repetir que nunca corren buenos tiempos para las que osan ver las cosas sin el prisma que marca la oficialidad. Nuestro “ahora” verifica la vitriólica evidencia. Atreverse a disentir se condena ahora con la hoguera 2.0. Cierto es que el fuego ya no está en el catálogo represor, pero las de la vara de mando siempre tienen un amplio abanico de medidas para intentar acallar el librepensamiento.
Da igual el campo y poco importa el ámbito, porque de lo que siempre se trata, con mayor o menor intensidad, es de reprimir, castrar e inutilizar el pensamiento crítico. ¿Serán los tiempos que corren? No seamos ingenuas, la táctica siempre ha sido la misma, las calcinadas en la plaza pública y las verdugas tampoco han variado.
Seguro que le suena. Ferrer i Guardia pagó con su vida el hecho de atreverse a enseñar a pensar, otras siguen siendo enviadas a las catacumbas por haber cometido la herejía de creer en una educación inclusiva donde el alumnado no está formado por pequeñas maquinas reproductoras que vomitan todo lo aprendido sin razonar.
Se envía al cadalso a las que afirman, como lo hacía el pedagogo brasileño Paulo Freire, que “la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. Seguramente se trata de eso, de que nadie cambie para que nada cambie. Elemental. De la misma forma, se culpa de todos los males a quienes rescatan a seres humanos de la muerte, o les ayudan a sobrevivir. Con burdas mentiras, falsas pruebas y gruesos argumentos, nos hacen creer que la génesis de todos los males son las pobres que vienen de fuera. Parece que, lamentablemente, aun conociendo de memoria el guion, seguimos sorprendiéndonos con el final de la película. No aprendemos. De puta pena. Sin embargo, seguimos apuntando con el dedo acusador a las que nada tienen y, por ende, a las que proclaman que la libertad, la igualdad y la fraternidad son mucho más que un lema.
Siempre fue más fácil y cómodo sumarse al pensamiento prefabricado que alinearse al librepensamiento. Y mientras, desde nuestro egoísmo intelectual y material, seguimos permitiendo que miles de personas mueran por haber cometido el delito de nacer en el lugar equivocado. Al mismo tiempo, las verdaderas responsables de estas masacres siguen acumulando riquezas en paraísos fiscales en total impunidad.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene para usted y para sus hijas, pero quizás sería bueno empezar a reaccionar y pensar que la razón de la fuerza nunca pudo con la fuerza de la razón, porque la razón siempre acaba venciendo.
Seamos, pues, las nuevas integrantes de la Orden del Temple y hagamos frente al intento de aborregamiento, sea cual sea la forma que adopte. Usemos la solidaridad como espada demoledora, la conciencia como brazo que la utiliza y el librepensamiento como camino de transformación.
Bueno será recordar que las hogueras siempre están preparadas como antídoto a la libertad. Que sigan echando más leña al fuego solo depende de usted, porque el futuro solo depende de usted y de lo que haga. Mejor dicho, de lo que no haga. En definitiva, se trata de atreverse a vivir, porque lo de morir en vida ya lo conocemos de sobra. Nada más que añadir, Señoría.
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