Sin estar plasmada en boletines oficiales o en códigos penales, esta Ley está brutalmente implantada entre nosotras.
Más peligrosa que la omertá mafiosa que castiga con la muerte a quienes hablan, la Ley del Silencio se aplica a rajatabla en todas las capas de la sociedad, haciéndose tan fuerte que impide que nadie se plantee la autodestrucción que supone para el concepto de Libertad.
Ley del Silencio ante posibles casos de corrupción. Todas ven pero todas callan ante el miedo que puede suponer enfrentarse al aparato del poder y mudas se quedan ante las muchas y vergonzosas puertas giratorias.
Ley del Silencio ante los evidentes atropellos medioambientales que están condenando a la tierra a su aniquilación. Con pagar 5 céntimos por bolsa en los supermercados nos sentimos más que reconfortadas. Pero de hablar y reaccionar, nada, mientras los plásticos ocupan en mares y océanos el espacio de un continente.
Ley del Silencio ante los casos de terrorismo intramuros en los que preferimos callarnos antes de involucrarnos y quedar mal con un asesino en potencia.
Ley del Silencio ante las injusticias que se cometen más allá de nuestras fronteras. Se asume como algo natural que mueran miles de seres bajo las bombas y, por ende, se evita elevar la voz.
Ley del Silencio ante las evidencias -que no pruebas, claro- del mercadeo que puede estar llevándose a cabo desde cualquier ámbito de representación. Un favor siempre es anhelado, no nos engañemos, pero para lograrlo más vale boca callada por si algún día suena la flauta.
Ley del Silencio ante la preponderancia de las religiones en nuestra forma de vida, unas creencias que han pasado de pertenecer al ámbito personal a ser algo que se reivindica e incluso que se reclama como código de conducta. En esto no hay diferenciación: el concepto de separación de poderes de Montesquieu parece muerto y enterrado. Muy enterrado.
Ley del Silencio ante las brutales carencias que padecemos con todo lo tenga algo que ver con lo público. Caminamos irremediablemente hacia un modelo ultraliberal en el que quien no disponga de medios económicos nada tendrá. Así de trágico.
Ley del Silencio ante los discursos contradictorios, además en nuestra propia cara, de las que se dedican a la política. Lo que debería convertirse en una protesta generalizada se ha convertido en una pasividad extrema que, nos guste o no, nos conduce directamente hacia una dictadura.
Ley del Silencio ante aulas con más de 30 alumnas en los centros docentes de nuestras hijas, o esperas interminables en la Sanidad pública. Ante el temor de quedar en evidencia, ninguna de nosotras pronuncia palabra alguna y todo sigue empeorando.
Ley del Silencio ante la sobreexplotación de ciudadanas (muchas de ellas menores) en países del llamado “tercer mundo” por parte de empresarias llamadas de éxito. Da igual el sector y los productos; seguiremos calladas mientras compramos camisetas, móviles o balones de fútbol.
Ley del Silencio ante el brutal control cibernético que se está llevando a cabo con nuestro consentimiento. Todas sabemos lo que está pasando pero seguimos por nuestro cutre camino de nada decir.
Ley del Silencio ante la arquitectura financiera que permite que las más ricas evadan capitales e impuestos sin que nadie diga nada. Al parecer, esto debe ser de lo más normal.
Ley del Silencio ante las descaradas actuaciones que llevan a cabo las megacorporaciones farmacéuticas fabricando fármacos carísimos para quienes tenemos la suerte de poder pagarlos... todavía.
Ley del Silencio ante la fabricación y exportación de devastadoras armas hacia países en conflicto. Eso sí, nos indignamos en la redes sociales con la foto de una niña bombardeada.
Y Ley del Silencio, finalmente, ante nuestra pérdida de dignidad como seres humanos al permitir, y hasta aplaudir, que nos pisoteen desde todos los ámbitos, teniendo como único consuelo pensar que siempre hay alguien peor. Lamentable.
Hablar o callar. Como de costumbre, usted sabrá si merece la pena seguir aplicando la Ley del Silencio, o no.