Opinión

Sobre la inseguridad en Ceuta y su futuro

Hace tiempo que decidí no expresar mi opinión sobre asuntos políticos. Prefiero esforzarme en contemplar “el verdadero estado de las cosas”, como decía Henry David Thoreau. Por lo demás, la mayoría de los temas relacionados con la política me parecen irreales, increíbles e insignificantes. Las noticias políticas podrían redactarse hoy con la misma literalidad y validez para la próxima década. Ahora sí, “decidme que nuestros ríos se están secando, o que los pinos están muriendo en nuestros bosques, y quizá prestaré atención” (H.D. Thoreau, Musketaquid). Por este motivo, los únicos temas de los que trato, de un tiempo para acá, son los relativos al medioambiente o el patrimonio cultural. No obstante, hoy voy a hacer una excepción para hablar del clima de malestar social que se respira en Ceuta debido al incremento de la delincuencia, real o subjetiva, en nuestros barrios y calles.

El hecho de que los ciudadanos se manifiesten para reclamar a las autoridades que tomen las medidas necesarias para frenar la inseguridad ciudadana no debería ser objeto de polémica. Por el contrario, considero que los ciudadanos deben expresar su opinión y sentimientos cuando lo consideren necesario. El problema comienza cuando observamos que los sentimientos y pensamientos que afloran están muy alejados de los ideales sociales y económicos que defienden el sistema democrático y se contradicen con los más elementales principios éticos y morales. La política, tal y como yo la entiendo, debe ir siempre de la mano de la ética, hija natural y legítima de la bondad y la verdad. No hay sentimiento más noble que el amor al prójimo y el respeto a los derechos que nos confiere nuestra condición humana. La némesis del amor es el odio, hijo del miedo y la ignorancia. Vivimos en un estado inducido de miedo al prójimo. Todos los días nos despertamos con noticias aterradoras que destacan los aspectos más negativos del ser humano. El Telediario se parece cada día más al “Caso”, el  conocido periódico de sucesos  de la transición española. No hay un día que no se hable de secuestros, asesinatos macabros, terrorismo, corrupción etc…Por supuesto, no se trata de ocultar este tipo de noticias, pero tampoco de dedicarles buena parte de los informativos.

El resultado de la continua exposición a las noticias negativas es la alimentación de un monstruo interno que llamamos miedo. Tenemos miedo a que nuestros hijos jueguen en la calle, a que se caigan y se lastimen la rodilla (la  mía y las de mis amigos y amigas de la infancia están llenas de cicatrices), a que nos roben por la calle o entren en nuestra casa. Por todo ello preferimos vivir en nuestras confortables casas, en la que los peligros se minimizan al máximo. No niego que haya delincuencia en Ceuta ni que no debamos exigir a las autoridades que hagan su trabajo, pero no podemos dejarnos arrastrar por la histeria colectiva. Un histeria que se extiende por las redes sociales gracias a noticias sin verificar y magnificadas por personas aterradas.

Las redes sociales, como cualquier otro adelanto tecnológico, tienen sus ventajas e inconvenientes. Como dijo Umberto Eco en una de sus últimas entrevistas, estamos padeciendo una plaga de idiotas por culpa del mal uso que algunos hacen de las redes sociales. Estas últimas  “le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”. Cualquiera de estos idiotas puede escribir barbaridades en Facebook y Twitter que obtendrán la aprobación y la cómplice difusión de sus exabruptos por los miembros de su estúpida tribu de descerebrados. Es justo y normal que nos indignemos cuando leemos ciertos comentarios que atentan contra la dignidad humana, pero lo que no podemos hacer nunca es convertirnos en inconsciente cómplices de estos bárbaros hablando de sus putrefactos pensamientos y sus mezquinos sentimientos.

Conozco a muchas personas que apoyan la manifestación organizada para este sábado contra la inseguridad ciudadana. Puedo dar fe de que se tratan de personas bondadosas, inteligentes y honestas. Les preocupa su propia seguridad y a la de sus familiares y amigos. Es evidente que hay una falta de adecuación entre las necesidades de seguridad que reclama una ciudad del tamaño poblacional y la complejidad de Ceuta con los recursos humanos puestos a disposición de esta importante misión por el gobierno central y autonómico. Estamos pagando ahora todos los años de ausencia de oferta pública de empleo para cubrir las plazas que demanda la Policía Nacional y Local. No se ven policías por las calles porque las plantillas están muy mermadas en sus efectivos y medios materiales. No lo digo yo. Lo dicen los sindicatos policiales que son los primeros que padecen esta lamentable situación.

Por lo tanto, y para concluir, opino que la manifestación en pro de la mejora de los medios disponibles para atajar la inseguridad ciudadana en Ceuta es justa y conveniente. Lo que no es tolerable ni admisible es que tras la bandera de esta legítima reclamación ciudadana se escondan personas con sentimientos nada edificantes y pensamientos oscuros y deleznables. Los ciudadanos estamos obligados a mostrar una conducta ejemplar y unos ideales dirigidos a la bondad, la verdad y la belleza. Hay que desterrar del discurso personal y colectivo las muestras de frustración, odio y violencia verbal y física. Por el contrario, debemos reforzar los atributos que nos hacen humanos como son la comunicación respetuosa, la cooperación y el afán de la unión entre todos los pueblos y naciones del mundo.

Son muchos los retos colectivos a los que tenemos que hacer frente a los ceutíes. Para superarlos con éxito es necesario que respetemos a los demás, en su diversidad de costumbres y tradiciones. La ignorancia no puede vencer a la sabiduría, ni la fealdad a la belleza. Debemos alzar la voz exterior para defender nuestros derechos y elevar la voz interior para reconocer y cumplir con nuestros deberes, que son muchos. El éxito de nuestra empresa colectiva depende de que actuemos de manera sinérgica teniendo siempre como base nuestro pasado común y como referencia un futuro en el que todas las ceutíes puedan lograr una vida digna, plena y rica. Es indudable que existe un bien común heredado que es el propio territorio de Ceuta. Un bien limitado, frágil y de enorme valor. Su reducido tamaño hace que su capacidad de carga ecológica y su capacidad para satisfacer las necesidades básicas y superiores a una población cada vez más abultada se haya superado con creces. Este es un reto de los principales retos a los que nos enfrentamos, pero no podemos abordarlos desde la falta de empatía o el odio al inmigrante o al diferente. Necesitamos, ante todo, una ciudadanía de propósitos elevados, de profundas raíces éticas, de sólida formación intelectual, de creatividad empresarial y artística, de sensibilidad ante la naturaleza, de alta ambición cultural y de capacidad de expresión sensata y respetuosa.

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