La próxima huelga, protagonizada por unos líderes privilegiados y oportunistas, es una prueba de la degeneración de algunos sindicalistas. Tanto Cándido Méndez, como Fernández Toxo, vivieron la dura época de identidad y solidaridad a sus honestos principios sindicalistas, razón por la que uno de ellos, incluso, sufrió prisión por defenderlos. No había dinero, pero había tiempo, y la falta de lo primero suponía más tiempo para defender, con dignidad, a la clase obrera. Todo el tiempo era para eso; no había nada más que hacer. Tenían sus sueldos, pero, al margen de ello, no cobraban por ningún otro concepto; al contrario, pagaban, incluso, con la persecución, con la cárcel, y, en ocasiones, con sus propias vidas. Pero, de pronto, empezaron a cambiar las cosas: los sindicatos, son subvencionados, con cifras millonarias, y por diversos conceptos, por los sucesivos y débiles gobiernos. Además, y al margen de las cuotas que ya pagan sus afiliados, les cobran también por los servicios que les prestan en la defensa de sus intereses laborales en juicios. O sea, al revés que antes. Dinero llama a dinero, y el dinero cambia a las personas. La presencia de dinero en sus vacías arcas, les ha hecho ver que el tiempo que tenían antes, merece ahora mejor distribución : han visto que hay vida detrás del Sindicalismo, que la vida son dos días, que hay vacaciones, que antes no había, y cuanto más caras, mejores, que el tiempo, que es corto, si se mide con un reloj de lujo, parece más largo y placentero... Las situaciones de antes y de ahora, son diferentes, pero sus protagonistas, siguen siendo los mismos, aunque han cambiado la piel para adaptarse a las nuevas circunstancias. “¿Los trabajadores, dice usted? Bueno, vale, hagamos una huelga de vez en cuando, y ya verá que satisfechos los mantenemos”.