Un artículo del coronel Francisco Guirado Burguete me impactó enormemente por la claridad de sus razonamientos sobre la grandeza de ser militar y con la gran verdad, decía que en cualquier escenario el militar sirve a la patria, pero que difícil resulta servir a alguien a quien no se conoce. Y más duro y difícil cumplir un juramento que te exige dar la propia vida. Yo creo que al buen entendedor nada hay que explicarle.
Este es el texto de aquellos soldados de transmisiones de la IV Región Militar de Barcelona, que salieron a tierras del Sáhara a servir a la patria con un teniente al que admiraban y recíprocamente él a sus soldados.
Desde Barcelona en junio de 1958 embarcaban en el Buque de la Naviera ‘Aznar’ Monte de la Esperanza la Compañía Expedicionaria de Transmisiones desde el Cuartel de Lepanto con personal de las compañías 41 y 42 del Cuerpo de Ejército de ‘Urgel’ de Cataluña, pero en el mismo buque también partían con destino al África Occidental Española fuerzas de ingenieros, intendencia y artillería.
El material con el que partían era la mayor parte de procedencia norteamericana. Jeeps ‘Willys’, Jeeps-Comando ‘Dodge’, camiones ‘GMC’, anfibios, material que procedía de la II Guerra Mundial que habían participado en la Guerra de Corea. La citada compañía estaba al mando del capitán Carlos Fabiania de Robles, y los tenientes, pero especialmente todos recuerdan por su humanidad, trato afable con los soldados y por otra parte exigente en cuanto a disciplina, que hizo que todos aquellos soldados de la IV Compañía Expedicionaria le profesasen un gran cariño al entonces teniente (fallecido de general) Francisco López de Sepúlveda, como a un buen jefe y amigo,
La misión de esta compañía expedicionaria era dar soporte a la estructura existente de comunicaciones en el Sáhara, la cual era muy deficiente y le correspondía al Regimiento de la Red Permanente y Servicios Especiales de Transmisiones. Esta compañía iba a reforzar el poder tener comunicación con los fortines y los puestos del interior, así como también cobertura en radio de los distintos convoyes que llevaban el avituallamiento a los distintos puestos.
El entonces soldado José Riatos Casajuana (fallecido), que perteneció a dicha compañía expedicionaria que la orden prioritaria era que en caso de caer prisioneros, la principal misión era destruir la emisora "MK-II" de la ayuda americana. Por otra parte, eran emisoras que con frecuencia solían averiarse, pero con la gran suerte que había soldados que poseían conocimientos de radio, los cuales hacían verdaderas proezas para que aquellas emisoras estuviesen en funcionamiento.
En dicha campaña hubo verdaderos Héroes de Transmisiones, como en el caso de Telata. El soldado de transmisiones Joaquín Fandos Martínez, estando descansando, le dijo a un compañero que llevaba varias horas haciendo frente al enemigo, que él se hacía cargo. Desgraciadamente, cuando defendía su puesto, una granada de mortero acabó con su vida.
Creo que fue una gloria de las letras españolas quien escribió que “la espada no embota a la pluma", y en este caso el protagonista es el hoy general (fallecido) Francisco López de Sepúlveda, que en 1958 iba como teniente en la IV Compañía Expedicionaria de Transmisiones destacada en el Sáhara.
Desde hace muchos años el general Francisco López de Sepúlveda ha publicado en prensa y también estudios en revistas militares temas de defensa. Concretamente en 1989 en la revista "Defensa" detallaba con claridad la voluntad de defensa, y con enorme razón se quejaba del bajo nivel de voluntad de defensa expresado por los españoles. Por ello, conviene recordar lo que este intelectual escribió, “el noble entusiasmo del patriotismo es el que ha guardado estados, detenido invasiones asegurando las vidas y produciendo aquellos hombres que son el verdadero honor del género humano” (Cadalso).
Hoy, casi más de medio siglo de aquella Campaña de Ifni/Sahara, los soldados de la IV compañía Expedicionaria de Transmisiones, recuerdan con enorme cariño al que fue su teniente Francisco López de Sepúlveda, el cual sobresalía por su gran paciencia con sus soldados, y al cual se le notaba a la legua su excepcional preparación intelectual. Ni se comparaba con otros mandos, los cuales quedaban muy alejados de las virtudes de este teniente.
En el transcurso del viaje en el buque camino de El Aaiún, el entonces teniente Francisco López de Sepúlveda, paseaba por cubierta para mantener la moral alta de sus subordinados, les enseñaba defensa personal en defensa y ata que a la bayoneta con o sin armas y comprobando que algunos eran un poco torpes les decía, “cuando se acerque un enemigo con malas intenciones, a la distancia justa soltarle una patada en los c…”, y no esperemos a ver el resultado, a su vez siempre estaba atento a las órdenes del capitán Fabiani , para cumplir y hacer cumplir las órdenes con el fin de que la disciplina no se deteriorase. Los que si tenían un poco de temor eran los suboficiales, ya que no querían ningún abuso con sus “chicos”.
El peor trago del teniente López de Sepúlveda fue el 5 de septiembre de 1958, cuando al apearse del Jeep de la columna a su mando, se bajó para dar instrucciones al conductor del camión de la emisora, dando órdenes de que ningún vehículo de la expedición se saliese de las huellas de rodadura. Su conductor se adelantó del convoy, se salió de las huellas y una mina marroquí estalló, muriendo el soldado conductor al cual quería como si fuese su hijo. Testigos de aquel convoy, que presenciaron este terrible accidente, recuerdan que, al entonces teniente López de Sepúlveda, se le vieron resbalar por su mejillas una lágrimas de dolor de haber perdido a uno de sus soldados, al cual quería como a un hijo.
Desgraciadamente, esta no sería la única baja. En otro convoy en el cual en el Jeep viajaban varios soldados de transmisiones, entre ellos el soldado de esta compañía Carlos Godó, al pisar una mina enemiga estalló y voló por los aires muriendo todos sus ocupantes.
Hoy, después de más de medio siglo de aquellos meses de campaña, estos soldados de la compañía expedicionaria de transmisiones en el Acuartelamiento de ‘El Bruch’, sede la Inspección General del Ejército no hay ni tan siquiera una placa en su recuerdo.
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