Hace unos días una persona, cuyo nombre no recuerdo, señalaba que los funcionarios no son adecuados para la creatividad que se requiere en la política, en general, y como consecuencia en las funciones de gobierno.
Ponía como ejemplo de ello los numerosos funcionarios que hay en el actual Gobierno de España. Esa afirmación no tenía inconveniente en reconocer que esos funcionarios tenían unos títulos conseguidos en unas oposiciones durísimas; o sea que reconocía la inteligencia de esas personas y el tesón necesario para preparar unos exámenes durísimos en competencia con un número muy elevado de personas bien preparadas, aunque quizás no con el nivel exigido en las correspondientes pruebas.
No creo que esa opinión sea acertada, pues el hecho de que los funcionarios tengan en su haber una disciplina para el estudio de sus correspondientes funciones ya es una garantía de seriedad y responsabilidad ante lo que han de dedicarse a lo largo de sus vidas, además del conocimiento de las materias correspondientes y alguna que otra más. ¿Acaso la obligación está reñida con alguna que otra afición que se pueda tener y puede que sea hasta muy profunda? La política está dentro de esas posibilidades porque se trata del funcionamiento de la sociedad dentro de las normas más convenientes para el bien de todos los ciudadanos. ¿Por qué a un diplomático le puede ser imposible entender lo que debe ser la política de su país?
Tiene conocimientos más que sobrados sobre las relaciones internacionales y saben discutir en las Conferencias Internacionales aquellos puntos que son importantes para su propio país: y eso es parte de la política, y no es la única cuestión para la que tienen la debida preparación y la agilidad de mente necesaria para conocer cuantos asuntos se le puedan presentar, aunque unos pueden ser más especialistas que otros en determinadas cuestiones. La mente humana sólo está limitada por la ignorancia general y este no es el caso de los funcionarios, que poseen una formación muy completa tanto en lo particular como en lo general. Están preparados para una determinada función, casi siempre muy amplia, pero su mente puede calibrar otras muchas cuestiones.
Personas preparadas y competentes en sus profesiones, aunque sean funcionarios, son adecuadas para llevar a un país por los caminos de la máxima categoría, tanto moral como acertada en sus fines materiales. El buen juicio tiene sus raíces en una larga y profunda preparación y del carácter de las personas. Es cierto que hay personas muy inteligentes - funcionarios o no - que no se sienten atraídas por la actividad política pero ello no impide que a la hora de juzgar lo que se hace o se pretende hacer estén conformes o no. La mente enjuicia con plena libertad aunque esté preparada para una determinada función. Preparada para ese quehacer pero con capacidad más que sobrada para entender cual es la política más conveniente para su país.
No hace mucho manifesté que ya se notaba que estábamos acercándonos a periodos electorales y por ello se habla, en ocasiones ,cada vez más frecuentes, de la preparación ideológica de unos y otros partidos políticos. Es de desear que el buen juicio se imponga a otras formas de sentir y que todo vaya por buen camino: por el mejor que necesita España para afianzar su postura en Europa, al mismo tiempo que se mejoran esas cifras de paro que a todos nos duelen muchísimo; tanto si se tiene un puesto asegurado como si anda por libre en sus ocupaciones. La mente es lo que debe estar en condiciones de saber apreciar lo que más conviene a nuestro país y a todos sus habitantes.
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