Desde que las redes sociales se implantaron en Internet nunca habían tenido tanta importancia para los responsables de promover la imagen de ciertos líderes políticos como en los últimos dos años. Tal vez pueda citarse la pompa mediática de Obama como la gran precursora del sistema, pues a partir de ella la germinación de campañas con un peso específico en las redes sociales ha sido abrumadora. Ante esto no cabe sino plantear el mal uso que la esfera política da a las redes sociales, puesto que en lugar de utilizarlas para aumentar los cauces de la información se blande como una feroz arma para penetrar en un campo poblado por una cantidad millonaria de usuarios, con el afán de publicitarse, de iniciar una ascensión sin precedentes, antes que de expandir las ideas y las proposiciones que abandera.
Si bien es cierto que a través de estos canales se informa (sesgadamente como es lógico), esto no es más que una tapadera que oculta el trasfondo realista y agrio citado en la anterior intervención. Más triste aún es la evidencia de que, aunque se hable en primera persona, pocas veces es el líder político el que escribe los textos manualmente, dejándole la mayor parte de la responsabilidad (por no decir toda) de la página al encargado de comunicación de su partido o Gobierno. Obviamente, y de ahí la utilización del adjetivo “líder”, esto se refiere a los políticos que optan a cargos máximos, ya sean regionales o nacionales, dado que una porción del resto de la burbuja política sí tiene una interacción directa con las diferentes redes sociales.
No hay rincón para escurrirse: si se quisiera informar únicamente sobre los proyectos y las propuestas de los partidos, bastaría con una página dedicada a ello, exterior a las redes sociales, los archiconocidos blogs. No es necesario nada más para mantener un riego de información constante y al alcance de todos. He aquí donde cualquier persona con más de media docena de neuronas comienza a pensar sobre la absurda presencia de líderes políticos en un lugares digitales destinados a la socialización. La entrada de estas figuras en ambientes de este corte no tiene ni la más remota lógica, si exceptuamos, por supuesto, la promoción del personaje de la que hablamos; otra razón para pensar que este es su objetivo primordial. Una promoción basada en acercar al personaje al votante engañándolo con alevosía, pues no es él quien se ha encargado de los contenidos textuales publicados. Se procura hacer creer que es el político quien anhela socializarse en masa con sus adeptos y los que no lo son aún, cuando, de facto, no es así y es bien sabido por sus responsables.
Por último, tengo mis dudas acerca del resultado de este impacto mediático en las urnas al menos en nuestro país, donde ver a estos señores por las redes sociales es más una razón para el escarnio que para prestar ningún tipo de atención, y menos para decantar una cantidad sustancial de votos. Para fortuna de algunos y desgracia de otros tantos, esto no son los Estados Unidos de América.