Anteanoche, mientras dormitaba, bajó a verme el espectro de Salvador de Madariaga, un español universal, ingeniero, literato, Diputado y Ministro en dos ocasiones durante la República, Premio Carlomagno, propuesto en varias ocasiones para el Nobel de la Paz y el de Literatura, liberal-centrista, anticomunista y antifranquista, exiliado desde el inicio de la Guerra Civil hasta su regreso a España, ya nonagenario y tras la muerte de Franco, para pronunciar sus discursos de ingreso en la Real Academia Española y en la de Ciencias Morales y Políticas. Fue una gran personalidad a nivel internacional y uno de los Padres de lo unidad europea y, a su vez, promotor en 1962 de la Conferencia que “el régimen” llamó “Contubernio de Munich”. Todo un personaje, en fin, que un día justificó en Radio Nacional de España su decisión de exiliarse en 1936 “porque no se sentía de acuerdo con ninguno de los bandos”.
Lo reconocí enseguida, pues precisamente esa misma noche había estado hojeando, ya en la cama, una de sus obras, “Ensayo de historia contemporánea” (Espasa-Calpe, 1979) en la que aparece su fotografía Después de un saludo casi ceremonioso, le pregunté la razón de tan inesperada visita, momento en el cual tomó la palabra para relatarme una más que interesante cantidad de experiencias e ideas.
Tras confirmarme que hasta allá arriba llegan las noticias de este mundo, añadió que bajaba a verme precisamente a mí porque, en aquel momento, era el único español que estaba leyendo algo suyo. Aludió después al propósito de Pedro Sánchez de crear una “Comisión de la verdad” para tratar sobre la Guerra Civil y el posterior franquismo. No sin protestar porque veía cómo el espíritu de superación de viejos enfrentamientos y de concordia conseguido durante la transición está siendo objeto de una marginación deplorable, se lamentó por su evidente imposibilidad física para formar parte de dicha Comisión, pues se consideraba –no sin razón- un experto en la materia, dada su posición centrista, tan contraria al comunismo como al franquismo. “Estar en el centro es muy difícil, porque el franquismo me consideraría ‘un rojo traidor’ y la izquierda “un conservador reaccionario”.
Me permití interrumpir sus palabras para mencionar que, si tenemos en cuenta las constantes referencias a una guerra entre “republicanos” y “fascistas”, aquellos (el franquismo y la izquierda) no parecían ser los bandos enfrentados en la contienda civil.. Sonrió al oír mi observación. La Guerra Civil –dijo- no se produjo por ningún alzamiento contra la República en sí. Sus causas han de buscarse, como primer antecedente, en la “huelga revolucionaria” planeada por Largo Caballero, “abandonando la vía parlamentaria para entrar en la vía insurreccional”. “Todo el mundo sabía que los socialistas de Largo Caballero estaban arrastrando a los demás a una rebelión contra la Constitución de 1931”, puntualizó, una rebelión que desembocó en los trágicos sucesos de Asturias y en la fallida proclamación, por Companys, del Estado Federal Catalán. “Con la rebelión de 1934. la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936”, sentenció (op. cit. pág. 362). . Como segundo antecedente señaló la llegada al poder del Frente Popular, del que los militares insubordinados temían que intentase situar a España dentro de la esfera del comunismo soviético. Además, “el país había entrado en una fase claramente revolucionaria. Ni la vida ni la propiedad estaban a salvo en ninguna parte”. El disparador definitivo fue el asesinato del líder de la oposición, José Calvo Sotelo, a manos de agentes de la Guardia de Asalto. Al fin y a la postre –ironizó- la Guerra Civil “fue debida a la escasez de agua y al exceso de fuego en el temperamento español”.
-Pero a mi juicio –le dije- el alzamiento fue, en definitiva, el detonante de la eclosión del marxismo en el bando “gubernamental” (banderas rojas, estrellas rojas de cinco puntas, saludo militar llevándose el puño a la gorra, comisarios políticos, ayuda militar soviética). No me respondió, simplemente lamentó que Franco, ayudado a su vez en la guerra por la Alemania nazi y la Italia fascista, se hubiese mantenido durante cuatro decenios, hasta su muerte, como Jefe del Estado. Tras definirlo con duras palabras como “un militar beato y cuartelero incapaz de concebir la libertad”, manifestó que en su día “se había propuesto no volver a España mientras haya un dictador”, y así lo cumplió. No podía ser partidario de regímenes autoritarios como el de Franco, ni tampoco de revoluciones como la de 1934.
Aclaró después que por lo que se refería al bando “rojo”, le era imposible olvidar la huelga revolucionaria que Largo Caballero perpetró, así como la deriva comunista que dicho bando fue experimentando. Además, aludiendo también a Franco, manifestó que “siempre estuve en contra de los totalitarismos”. Por eso encabezó en 1962 la “conferencia de Munich” (el contubernio) a la que asistieron numerosas personalidades no totalitarias, desde demócratas cristianos como Iñigo Cavero y Fernando Álvarez de Miranda, hasta el entonces Secretario General del PSOE en el exilio, Rodolfo Llopis. Madariaga reconoció haber declarado al finalizar aquella conferencia que en ella “se había terminado la Guerra Civil española”. Eso creyó, aun cuando los acontecimientos recientes la están volviendo a poner otra vez sobre el tapete, lo que lejos de servir para cerrar heridas, abrirá muchísimas más.
Al final quise saber su opinión respecto de la posible exhumación de Franco y el destino previsto por Sánchez para el Valle de los Caídos, pero no me respondió. Simplemente fue alejándose poco a poco hacia las tinieblas haciendo repetidos y leves gestos negativos con su fantasmagórica cabeza, como si quisiera decir “¡Ese Pedro tiene unas cosas…!”.
Y entonces desperté… o, quizás, me dormí.
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