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La estatura y el gigante de Extremadura

La altura media de los españoles ha ido creciendo a una media de unos diez centímetros cada siglo. Así, los datos estadísticos nos revelan que en el siglo XVI la estatura media era de 1,40 mts. En el siglo XVII había aumentado a 1,50. En el XVIII, 1,60. Y en el siglo XXI actual va ya por 1,73 los hombres, y 1,64 las mujeres.

De los extremeños se conocen pocos datos, pero algunas estadísticas parciales indican que responden a la talla media nacional; por ejemplo, en la primera ley de reclutamiento que data del siglo XVII, su talla estaba dentro de la media nacional, que era de 1,60 mts. También se conoce la talla que dieron algunos prohombres de Extremadura, Así, Francisco Pizarro, el gran conquistador de Perú, sólo medía 1,45, a pesar de haber sido uno de los más “grandes” conquistadores de América, junto con Hernán Cortés, conquistador del imperio mejicano y un sinfín de ellos. Y García de Paredes, el llamado Sansón extremeño por la increíble fuerza que desarrollaba, que lo mismo arrancaba con sus brazos rejas de las ventanas que pilas bautismales incrustadas con cemento en los muros de las iglesias, y al que ya me referí recientemente en otro artículo, pues tampoco llegó a tener una estatura alta, porque sólo medía 1,65. Se sabe también que aquella primera ley de reclutamiento del Ejército, dejaba exentos del contingente o leva que cada año tenía que incorporarse a la antigua “mili”, a los menores de 1,35 mts, que eran considerados enanos; pero también excluía a los llamados gigantes o más altos que pasaran de 1,80 metros. Hay que aclarar que el hecho de ser más bajo o más alto de estatura, por sí solo, ni es un estigma ni para nada determina las cualidades ni los valores de las personas. Y tan respetables son como personas tanto un enanito como un gigante. Goliat, según las escrituras, medía 2,90 mts, lo que no fue óbice para que fuera vencido por David. De hecho, todo un emperador como Napoleón Bonaparte, que vivía bajo el complejo de ser bajito, por eso se las ingeniaba para aparentar lo contrario, inventándose su teoría de que “la estatura de los hombres no se mide de los pies a la cabeza, sino desde la cabeza hasta al cielo”, que era la forma de que fueran los más cortos de talla los que midieran más; y se sobrecompensaba su baja estatura de 1,68 haciéndole la guerra a Europa, ganando batallas y ambicionando el poder. Por su parte, también las mujeres bajitas suelen defenderse aseverando que “las mejores esencias de aromas y perfumen vienen en tarritos pequeños”. Y las menudas de talla suelen disimularlo muy bien valiéndose de largos tacones. Y, por lo que se ve, la baja estatura de una mujer es perfectamente compatible con el matrimonio, porque recientemente el hombre que en la actualidad bate el récord Guinness en altura, el mongol Bao Xishun, que mide 2,36 mts, pues resulta que se casó con su compatriota Xia Shujian, de 1,68 metros, con el que se le pudo ver colgada del brazo de él agachado y, aun así, la cabeza de ella le llegaba a él por los codos. Luego conozco a algunos que, teniendo la mínima talla, luego resultan llamarse Máximo. En cambio, Pedro el Grande parece ser que no era el hombre tan grande, sino más bien de talla normal. O sea, que muchas veces las apariencias, la estatura y los nombres de las personas engañan. Entre los lugares del mundo en los que suelen darse la talla media más alta de las personas están los de la raza “batusi” en África. En España, no podemos presumir de ser excesivamente altos, ya que nuestra talla media suele estar comprendida entre la banda media tirando a baja, destacando por regiones los vascos y los catalanes, quizá por aquello de que los nacionalistas son los que más se jactan de pertenecer a una raza más pura. En mi tierra, Extremadura, también solemos estar comprendidos en la banda media baja. Allí solemos ser algo achaparrados. Sin embargo, durante el siglo XIX se dio una excepción que vino a batir todos los récords tanto anteriores como actuales de la región y se cree que también de toda España. Se trató de Agustín Luengo Capilla, nacido en 1849 en Puebla de Alcocer (Badajoz), en la calle de Colón. Agustín nació en el seno de una familia muy humilde y necesitada, modestos labradores segovianos venidos a menos que llegaron a Puebla de Alcocer. Agustín llegó a medir 2,35 mts, con 20 años, cuando la talla media nacional estaba en 1,60. Padeció la rara enfermedad de acromegalia que le produjo un trastorno a su vez causado por un tumor que disparó su hormona del crecimiento. La acromegalia es una patología que produce un desorden hormonal en la hormona del crecimiento, llamada somatotropina, que provoca gigantismo en niños y acromegalia en adultos. Su principal problema es que las extremidades, en la mayoría de las ocasiones pies y manos, sufren un crecimiento anormal y se van desarrollando gradualmente, por lo que su diagnostico o detección precoz es muy difícil. Los síntomas pueden variar dependiendo del caso, ya que también suelen sufrir alargamiento de huesos de las extremidades, huesos del cráneo (especialmente los frontales) lo que lleva a un crecimiento desmedido de la nariz, mentón, pómulos, orejas y arcos superciliares. Agustín comenzó a crecer y crecer desmedidamente. Su infancia la pasó de enfermedad en enfermedad. Y como quiera que los niños y jóvenes de su época se burlaban de él en el pueblo, sus padres lo vendieron al dueño portugués del circo, un tal Marrafa, comenzó a trabajar por 70 reales, dos hogazas de pan blanco, media arroba de arroz, miel de Alentejo, una garrafa de aguardiente y dos paletas de jamón. Al mismo Agustín le agradó el contrato de sus padres y fue consentidor de su venta, porque quería recorrer mundo, soñaba con venir a mejor fortuna, formar su propia familia, y sacudirse la burla que de él solían hacer en el pueblo, más bien cariñosamente. El circo le dio mucha fama; pero había dos cosas que le dejaban totalmente insatisfecho, la primera, que el portugués que regentaba el circo le impusiera la condición de no dejarse ver en lugares a los que iba a actuar, debiendo permanecer encerrado hasta que finalizara sus actuaciones. Y lo segundo que le entristecía, era no encontrar una mujer con la que poder casarse y formar su propio hogar. La “Joaqui”, una de las estrellas del circo le atraía bastante, pero ella, más que prestarse al amor lo que hacía era sacarle el dinero, que era todavía más lista que lo que él tenía de largo. Enterado el doctor Pedro González de Velasco, Catedrático de Anatomía de la Universidad de Madrid, tuvo interés en verlo. Y, asombrado por la estatura del gigante extremeño y conocedor de que padecía la enfermedad de acromegalia, decidió hacerle una propuesta que Agustín, tras una vida semioculto y semipreso en su pueblo natal y entre las carretas del circo, deslumbrado por las posibilidades de libertad que se abrían ante él no pudo rechazar. El doctor Velasco le ofreció firmar el contrato comprándole su cuerpo por 3.000 pesetas de la época, que entonces equivalían a ocho años de sueldo. En el documento se especificaba que se le entregaban en el acto 1.500 pesetas a la firma del contrato y el resto se le iría entregando a razón de 2,50 pesetas por día, que el propio gigante recogería en mano todos los días en la casa del doctor. Con la firma del documento Agustín quedó deslumbrado y creía haber recuperado libertad para hacer a su antojo lo que quisiera y, sobre todo, buscar una mujer que no se asustara de su talla y casarse, que era su mayor deseo. Pero, pero en realidad estaba firmando casi su sentencia de muerte. El primer efecto práctico es que debía abandonar el circo ambulante en el que había vivido hasta entonces ya que debía residir en Madrid. Después el gigante malgastó el dinero que le entregara el doctor Velasco, llevando una vida un tanto desordenada. En virtud de lo estipulado en el contrato, Agustín donaba su cuerpo al doctor González al tiempo de morir para ser objeto de estudio en un Museo anatómico que estaba montando en su propia casa de Atocha, frente a la Estación. Fue inaugurado por el Rey Alfonso XII en 1875 en un edificio diseñado por el Marqués de Cuba por en cargo del galeno. Dentro del museo, el esqueleto se encuentra expuesto en una sala que recuerda los orígenes de sus diferentes colecciones, una urna de cristal guarda un enorme esqueleto con un cartel en el que se lee: “Gigante extremeño”. Es un esqueleto real y pertenece a Agustín Luengo Capilla, al que en su época se le conoció como el hombre más alto de España. El doctor González Velasco había empeñado en el Museo la totalidad de sus ahorros. Sin embargo, al gigante le reportaría poco dinero el contrato conseguido, toda vez que el hombre tuvo luego la mala suerte de morir en 1882, cuando sólo contaba con 26 años. Fue tanta la fama que adquirió Agustín en sus actuaciones, que pronto comenzó a circular la fama del gigante extremeño. Los funcionarios de la Corte real hicieron llegar la noticia al rey Alfonso XII, que se mostró interesado en verlo, por lo que se gestionó su actuación en el mismo Palacio Real ante un público selecto que acompañaron al rey y a su entonces prometida. Actuando en el circo en Madrid, contrajo una especie de tuberculosis ósea que le producía dolor casi continuo, hasta que una mañana sufrió un colapso y falleció tirado en una acera. Su vida fue mucho más corta que su talla. El doctor Velasco, que había comprado el esqueleto en vida, ni siquiera se enteró a tiempo. Cuando lo supo ya era tarde y el embalsamiento del cadáver que tenía proyectado ya no pudo llevarlo a cabo porque tenía que haberlo hecho en caliente, cuando estuviera recién fallecido, habiéndole reportado su compra más bien la ruina y le desbarató sus planes. En la actualidad, su esqueleto se conserva y expone en dicho Museo Nacional de Antropología de Madrid, en la tercera habitación de la primera planta, donde recibe todos los años la visita de numeroso público, que llega a superar los 40.000 visitantes; si bien dicho esqueleto quedó reducido tras su muerte en diez centímetros, pero, aun así, continúa atrayendo la curiosidad del público, junto con otros numerosos esqueletos que muestran anomalías, como la “Momia guanche”, un cadáver embalsamado de un canario de tiempos inmemoriales y una mujer serpiente. En su pueblo natal, Puebla de Alcocer, también existe un Museo etnográfico en el que se exhiben algunos de los objetos del gigante, como una de las grandes botas que usó en vida, algunos calcetines o un gorro de color carmesí. Mientras, lejos de allí, el esqueleto de Agustín reposa en una urna de cristal, junto a una momia guanche o reproducciones de los originales de las cartas de Darwin. Es su servicio póstumo a la ciencia y a la antropología.  

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