Son ya demasiadas las veces que hemos sacado a colación la problemática enquistada en el barrio del Príncipe. Y no nos hartamos de pedir soluciones que, a la vista de los hechos, siguen sin aportarse. Con hacer cuatro viales, tirar una decena de viviendas ilegales y pasearse para pedir el voto, no se termina con una situación desesperante convertida en un auténtico cáncer. Ceuta, por sus dimensiones y por su cantidad de policías, guardias y espías, no puede permitirse el lujo de dejar un barrio en manos de la mafia. Un barrio en el que los delincuentes van por delante de la Policía hasta el punto de conseguir liberar a un joven que ya está engrilletado y facilitar su escapada al otro barrio mientras los agentes esperan, pistola en mano, para entrar en la vivienda en la que piensan que todavía está esperándoles. La barriada crece con miedo, quienes pueden hacerlo se marchan del barrio y quienes no, agachan la cabeza y se ocultan para no presenciar lo que sucede, que no es más que lo que la mafia quiere.
La Delegación del Gobierno envía un mensaje de apoyo a las fuerzas de seguridad que, si lo leen, se asemeja al tipo de condolencias que enviamos a la familia del pariente recién muerto. Y aprovecha para decir que quienes provocan los altercados son unos pocos, un grupo concreto no toda la barriada. ¿Por qué entonces, si son unos pocos, no pueden ser detenidos por la Policía?, ¿cómo es posible que esta fuerza de seguridad se entere de los disparos cuando la víctima está en el hospital mientras que hay quienes se dedican a eliminar pruebas?, ¿cabe analizar la escena del pasado sábado noche en la que un joven con las esposas ya puestas es capaz de escapar del lugar apoyado por sus fieles? Estas son preguntas a las que don José debe responder si no quiere que la espiral del Príncipe termine comiéndose todo lo que rodea. Y urge.