Categorías: Opinión

La era del bulldozer

El gran pensador Lewis Mumford, en su obra “la carretera y la ciudad”, pronosticó que nuestra época para el futuro historiador posiblemente será recordada como la época del bulldozer y el exterminador. La capacidad de transformación del paisaje por el hombre se ha llevado hasta límites insospechados, gracias al desarrollo y proliferación de las máquinas excavadoras. Un poder que se ha puesto en manos de arquitectos e ingenieros que consideran su propio trabajo más importante que las otras funciones humanas a quienes sirve, y que no duda en llevarse por delante arroyos, bosques, así como a toda la flora y fauna asociada a estos tipos de ecosistemas. El cambio ha sido tan brutal que los proyectos no se adoptan a la naturaleza, tal y como proponía Ian McHarg en “Proyectar con la naturaleza”, sino que el medio natural es modificado de manera salvaje para acoger los megaproyectos a los que son tan aficionados los políticos de nuestro país.
En Ceuta tenemos un claro ejemplo de lo que estamos comentando en las obras de construcción del nuevo centro penitenciario. Los tecnócratas que diseñaron estas instalaciones trasladaron su modelo estándar de prisión a un terreno escarpado, con arroyos, profundas vaguadas y una densa arbolada, como si fuera una superficie plana. En vez de adaptarse a la geomorfología del lugar hicieron todo lo contrario, creando una enorme extensión horizontal de 200.000 m2 a base de dinamita y un gran despliegue de máquinas excavadoras.
Algo similar ha ocurrido en Loma Colmenar, que hace unos años era eso: una loma. Hasta que los políticos, tal y como declaró hace unas semanas el Delegado del Gobierno, vieron que este “territorio virgen” estaba cargado de oportunidades. Y de este modo,  como aquellos intrépidos conquistadores del Nuevo Mundo, decidieron colonizar estas inhóspitas tierras para llevar la civilización y el progreso. Entonces pusieron la zona en manos de un ingeniero y le  dijeron: “queremos construir un hospital y todas las viviendas que quepan”. Dicho y hecho. Al poco tiempo tenían en su poder un plan urbanístico que cumplía las expectativas de los “colonos”. Con el plan en la mano, el dinero suficiente y la aquiescencia de todas las partes llegaron las máquinas para dejar de la “loma” sólo un nombre para el recuerdo, el arroyo de Arcos Quebrados convertido en una tubería de PVC y el acueducto romano en una “ruina” de las ruinas.
La conquista de ese “territorio virgen” que era Loma Colmenar se encuentra muy avanzada. Ya se erige en la cúspide de lo que un día fue una colina un enorme hospital y en su entorno las primeras promociones de viviendas de protección oficial entregadas, otras en avanzado estado de construcción y el resto en proyecto de iniciar su ejecución en breves fechas. Tenemos todo esto, sí. Pero falta lo fundamental: atender las necesidades vitales de los pobladores de este territorio domeñado por el hombre. Se les ha procurado una  vivienda, pero carecen de tiendas en las que comprar, de zonas verdes, de equipamientos educativos, sociales, culturales y deportivos. Esto último a pesar de la cantidad de papeles que han tenido que emborronar los arquitectos para encajar una pista deportiva en la reducida parcela que queda al sur del hospital. Por muchas vueltas que le he han dado, no han podido evitar que los atletas, -si algún día en ejecuta este proyecto-, se planten en mitad de la carretera para coger carrerilla.
Bromas aparte,  lo cierto es que hoy en día ya hay gente viviendo en la primera promoción de Loma Colmenar y que estos ciudadanos carecen de los equipamientos básicos de una zona urbana. El Delegado ha declarado que todos estos equipamientos sociales y educativos están previstos en el plan urbanístico. Sin embargo, todo apunta a que mucha previsión no ha existido a este respecto cuando el terreno que iba a ser destinado a la construcción de un colegio ha tenido que ser descartado por los problemas de accesibilidad derivados de accidentada topografía de la parcela prevista para este fin.  La falta de previsión a la hora de reservar el suficiente y adecuado suelo para este tipo de  dotaciones nos lleva a declarar que estamos ante un ejemplo de la no-ciudad o anti-ciudad descrita por Mumford en “La ciudad en la historia”. Esta zona se ha convertido en una gigantesca urbanización desconectada del resto de la ciudad, de exclusivo carácter residencial, y en la que no existen los elementos necesarios para el fomento de los contactos sociales y  los intercambios personales que son el verdadero objetivo de una ciudad.
En general, la falta de equilibrio entre la dotación de viviendas y la reserva de  suelo para la construcción de los equipamientos indispensables para el pleno funcionamiento de la ciudad lleva a que actualmente resulte prácticamente imposible encontrar parcelas para erigir nuevos centros escolares, sociales o de cualquier otra índole.  Desde nuestro punto de vista, esta situación se ha generado por la desatención de lo público a favor de los intereses privados que representan los constructores y promotores de esta ciudad. Si los responsables políticos de la Ciudad Autónoma hubieran velado por el interés general tendrían que haber vigilado que no se produjera este tipo de desequilibrio entre viviendas  y equipamientos,  entre lo construido y lo natural, entre lo orgánico y lo mecánico. Ahora resulta difícil corregir este desequilibrio y las administraciones sólo pueden encontrar lugares para guarderías, colegios o  bibliotecas, en zonas  inaccesibles o inadecuadas. Así nos encontramos con una guardería, cuyo patio de recreo da una carretera de elevado tránsito (Juan XIII), cuando nuestros niños deberían disfrutar de un entorno bello, sano y agradable; o con un colegio que se pretendía encajar en una pronunciada pendiente en Loma Colmenar. Recuerden también que otra parcela, la de los antiguos depósitos de Ibarrola, fue descartada para ubicar un centro educativo por considerarse suelo contaminado.
Los conquistadores del Nuevo Mundo talaron árboles, esquilmaron ciertas especies animales y abriendo minas en la búsqueda de oro o plata, dejando una significativa huella en el paisaje. Sus sucesores en la actualidad se sirven de los bulldozer y las máquinas excavadoras para perpetrar sus fechorías contra la naturaleza. Crecidos por la impunidad que les da el poder que les entregamos unos ciudadanos desertores de nuestras responsabilidades cívicas, pretenden rellenar la vaguada del arroyo de Paneque para que sus “carretas” tengan facilidad de movimiento, así como plantarnos dos enormes torres en pleno centro de la ciudad dentro de su operación urbanística en torno de la Plaza Vieja.
La ideología del Nuevo Mundo que describe magistralmente Mumford en “las transformaciones del hombre”, encarnada en los exploradores y colonizadores del periodo comprendido entre el siglo XVIII y XIX, aquellos que veían por todos lados “tierras vírgenes”, tiene que experimentar un cambio radical y proceder a una reparación general de todo el daño provocado en nuestro entorno natural mediante “la reinstalación de poblaciones, la reprovisión de recursos, el recultivo de paisajes”. Tal y como apuntaba Mumford en el libro reseñado, “si al buscar un equilibrio humano queremos empezar por proporcionar un contorno equilibrado, en la mayoría de los centros de población más activos tendremos que emprender demoliciones por todos lados a fin de restituir, en un siglo más o menos, algunos de los ingredientes naturales fundamentales para una vida humana plena y rica”.

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