Ceuta es la singularidad por antonomasia. Todos los órdenes de la organización social están afectados por connotaciones peculiares que le imprimen un carácter excepcional. En esta cualidad reside gran parte del encanto de nuestra Ciudad. Pero al mismo tiempo encierra su mayor riesgo. Estamos obligados a reinventarnos constantemente. No es fácil desarrollar un ejercicio de ductilidad social tan complejo a la velocidad trepidante que marcan los acontecimientos. Entre otras cosas, porque siempre ha resultado muy difícil desbrozar caminos ignotos. Si a esto añadimos una cierta pereza intelectual para la reflexión, y un creciente desapego a la tierra, tenemos todos los ingredientes precisos para vivir al filo de la navaja.
Ceuta necesita urgentemente definirse a sí misma. Porque estamos en una encrucijada que no admite dilaciones. Se acumulan impacientemente las decisiones trascendentes que debemos adoptar de manera perentoria; tales como el modelo económico de futuro (si lo hay), el sistema educativo más apropiado o el régimen político y administrativo (incluido el encaje con la Unión Europea) más adecuado a nuestros intereses. Pero todo esto carece de sentido si no somos capaces de resolver el nudo gordiano de nuestro jeroglífico vital. Ceuta debe reconocer su propia identidad como la fusión de dos almas distintas y equivalentes. Mientras persista una resistencia activa a aceptar este hecho, Ceuta sólo será impotencia y frustración. Quienes se oponen abiertamente a la integración de musulmanes y cristianos en plano de igualdad en un cuerpo social único, son enemigos de este pueblo. Quienes lo hacen por omisión, están contribuyendo inconscientemente a la misma finalidad. Erradicar el racismo de nuestra vida no es sólo un compromiso loable, es también una necesidad ineludible. Un inciso para aclarar conceptos. Racismo es toda conducta, actitud o pensamiento que establece una relación de subordinación de una persona o colectivo respecto a otra en función de su condición étnica. No es preciso insultar, agredir o humillar a una persona para observar una conducta racista. El desdén o la compasión también lo son. Los niños y jóvenes ceutíes no se pueden seguir educando en un espacio social esquizofrénico. No es sano. No es bueno. No tiene futuro. Es el germen de la destrucción con una fecha de caducidad muy próxima. A pesar de ello, son muchos, acaso demasiados, los ciudadanos que no quieren comprender este reto. Y se esconden tras una nutrida trinchera de excusas de mayor o menor credibilidad o solvencia, pretendiendo mantener un modelo de convivencia que los hechos han terminado por periclitar.
Esta realidad tiene lógicamente su reflejo en el espectro político. El PP representa el inmovilismo. Aglutina a los moradores del túnel del tiempo, enarbolando unas señas de identidad anacrónicas, y propugnando un absurdo regreso al pasado. A este núcleo duro han sabido sumar voluntades alquiladas abusando de la necesidad humana y algunos ingenuos captados al albur de la coartada ideológica. De un modo inconcebible, el PSOE también participa de esta opción. Renunciando por completo al espíritu rebelde y valiente que distingue a la izquierda, han asumido como estrategia esperar a que la alternancia por inercia, que rige en las democracias occidentales, les permita en su día “heredar” el caudal de votos que actualmente tiene el PP. Se ha convertido en la otra cara de la misma moneda. No tienen más proyecto ni compromiso que el aburrimiento ajeno.
Caballas marca la diferencia. Representa el pensamiento alternativo. Es la opción de aquellos que creemos en Ceuta tal y como es. Y por ello queremos promover un cambio de mentalidad colectiva que derribe todas las barreras psicológicas que hoy separan a unos ceutíes de otros. Los hombres y las mujeres que sostienen este proyecto político innovador han decidido librar esta dura batalla por la igualdad. Arrostrando todas las consecuencias que acarrea caminar a contracorriente. Por ese motivo Caballas ha concurrido a las elecciones generales. En cada cita política relevante, los ceutíes tienen que saber que no está todo perdido. Es importante que entre tanta mentira, hipocresía, egoísmo, intolerancia y racismo, irrumpa con vigor una llama de esperanza. Un testimonio de fraternidad. Nuestra presencia, digna y orgullosa, es nuestra victoria. Cada voto que recibamos marcará más la diferencia y nos acercará un poco más al futuro.