Resultados más que previsibles pese al desequilibrado baile de encuestas. No hacía falta ser un experto analista para conocer de antemano que el PP iba a ganar aumentando sus escaños, que los extremistas iban a sacar una buena tajada, y que el PSOE está hecho unos zorros.
Sin embargo, curiosamente, PP y PSOE se han dado por felices sorprendidos, y los extremistas por desventurados injustamente incomprendidos. Los populares han visto esos 139 escaños como un respaldo a su forma de gobernar, un espaldarazo a Rajoy; no parecen haber percibido que, verdaderamente, han perdido cerca de 40 escaños, ni cuál es el entorno político nacional e internacional, ni la posible alternativa de gobierno, que ha hecho emitir un voto de refugio en la estabilidad antes que en la catástrofe. Los populares deben dejar de mirarse el ombligo y pensar que los tres millones de votos perdidos en estos años han puesto en peligro al país entregándolo al desencanto y el populismo. Debe ser consciente de ser depositario de un porcentaje considerable de votos prestados, que esperan un liderazgo moderado alternativo o el derrumbe definitivo de los extremistas, para poder manejar la mano con más soltura a la hora de introducir el voto en la urna.
Los socialistas parecen niños en su fiesta de cumpleaños, celebrando que los radicales no los han sobrepasado por poco. No entiendo como el PSOE celebra los peores resultados de su historia. Está herido de muerte, y si los fundamentalistas superan el ansia fratricida, acabarán fagocitando a un partido que fue hegemónico y que ahora no es capaz de acertar con un líder que los guíe por los senderos de la moderación.
Los comunistas, en la vorágine narcisista, andan golpeando a diestra y siniestra, a propios y a ajenos, mostrando la verdadera personalidad totalitaria, incapaces de asumir que representan el horror sectario en cualquier democracia; les resulta difícil comprender qué les ha pasado sin dejar de mirarse en ese espejo (espejismo) del río político que lleva un caudal capaz de arrastrar a cualquiera que ose asomarse. Como vaticinara el hermano del hermanísimo, Alfonso Guerra, se les ha helado la sonrisa.
Todo indica la constitución de un gobierno frágil e inestable que dispondrá de muy poco tiempo para que las aguas vuelvan a su cauce, para combatir con más dureza a la corrupción que al fraude fiscal, para devolver a la clase media a una situación de esperanza, o para la generación de empleo, si es posible, de calidad. El tiempo corre en contra de todos si no queremos que el populismo dé, no un sorpasso, sino un zarpazo en toda regla a la paz social que hoy se vive en España.
El caminar con la vista clara y despejada es fundamental para entender lo que está ocurriendo y tomar las decisiones que más convienen a España y no a los partidos políticos. Pero pedir esto a quienes sueñan con embriagarse de poder...
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