Colaboraciones

La ciencia al final del laberinto

Como viene siendo habitual en este caluroso mes de agosto, aprovechamos los lunes y martes para irnos a la playa o para realizar otras actividades que no podemos llevar a cabo durante el resto de la semana. En este caso hemos aprovechado para visitar el Parque de las Ciencias de Granada con nuestra nieta. Nos habían aconsejado especialmente dos exposiciones temporales. Una de ellas, la más novedosa, con fecha de finalización de 31 de agosto.
No recuerdo bien si fue en la Tate Galery de Londres, o en el MoMA de Nueva York, donde vi una vez un cuadro completamente blanco. Tampoco recuerdo si se trataba del cuadro “Blanco sobre blanco” de Malévich, o del “Cuadro Blanco Monocromático” de Li Yuan-Chia, uno de los padres fundadores del arte abstracto en Taiwan. Sólo sé que no me dijo absolutamente nada. Aún hoy, pese a leer las críticas más favorables a los mismos, siguen sin decirme nada. No entiendo cómo se puede catalogar como arte un cuadro completamente blanco. La frontera entre la genialidad y el fraude es muy difusa en el caso del arte contemporáneo.
Con esta prevención acudimos al Parque de las Ciencias de Granada, para ver el Proyecto “Laberintos para Pensar”. El Laberinto que nos lleva a la Ciencia. Como se explica en la presentación oficial de la exposición, se trata de un laberinto lineal formado por 4.000 macetas de barro, que hace un recorrido a través de los 320.000 años que van desde la aparición del Homo Sapiens sobre la Tierra, hasta nuestros días. A lo largo de todo el camino se van marcando los puntos más relevantes para la ciencia en nuestro mundo. Temía yo que esta obra, hecha en un nuevo formato expositivo cercano a las denominadas “instalaciones” del arte contemporáneo, no me dijera nada.
Los primeros 300.000 años (un 93% del total del camino, equivalente a 3.750 macetas) fueron aparentemente aburridos. Transcurrían a través de senderos que iban y venían, dando vueltas sobre el mismo espacio y conduciendo a puntos sin salida, de los que teníamos que volver por caminos casi paralelos. Si para nosotros se hicieron largos y pesados, pese a realizarse en pocos minutos, no quiero ni pensar lo que fue en la realidad para el hombre sobre la Tierra. Quizás el que diseñó el juego buscaba justamente eso. Que tomáramos conciencia de lo monótona que tuvo que ser la existencia del hombre frente a la naturaleza, sin disponer de las técnicas necesarias para poder aprovecharla mejor. Sólo los juegos de nuestra nieta y las preguntas que nos hacía nos despertaban de una especie de sopor insoportable. Como contrapartida, tuvimos todo el tiempo para reflexionar y buscarle sentido a lo que hacíamos.
De pronto, casi al final, comenzó a aparecer una luz. Era el descubrimiento de Altamira, con los restos de las primeras pinturas rupestres del hombre. Y seguidamente, sólo a 11.000 años, surgía la agricultura. Más adelante, a 5.500 años, la escritura. Y las obras arquitectónicas de las pirámides. Muy cerca, a 2.500 años, la Escuela de Mileto, origen de la Ciencia. Todo sucedía mucho más rápido. A partir de ahí los acontecimientos casi se amontonaban unos con otros. No había tiempo para el descanso. Tampoco para la reflexión. Todo era rapidísimo. Sin duda, pese a la humildad de las macetas de barro, entrábamos en un mundo desconocido y a una velocidad trepidante. El telescopio, la electricidad, las vacunas, la penicilina, la llegada del hombre a la luna, internet, la secuencia del genoma. Todas se acumulaban en la ultimísima parte del laberinto. Sentíamos que el corazón se nos aceleraba al ritmo de los avances científicos. No sabíamos dónde acabaría esto.
Y de pronto, otra vez la calma. Las indicaciones nos decían que la exposición continuaba. Tras subir por una pequeña pendiente, accedíamos a la primera planta. Allí podíamos contemplar todo el laberinto junto. Los 320.000 años de la existencia del hombre sobre la Tierra, recorridos a través de 4.000 macetas de barro, con un simple golpe de vista. Y a escala, en determinadas macetas, los acontecimientos científicos más importantes que nos han llevado al lugar en el que nos encontramos
Es curioso que, pese a que el recorrido dura apenas unos minutos, te da tiempo, o para aburrirte, o para reflexionar sobre los grandes acontecimientos de la humanidad, simultáneamente. Es como esa secuencia rápida de las escenas más importantes de la vida de una persona, que pasan por nuestras mentes cuando nos enfrentamos a acontecimientos inesperados. Pero también te invita a una reflexión mucho más profunda. Si analizamos la situación actual del mundo y vemos los graves problemas que tiene, la duda es si realmente ha merecido la pena todo este recorrido y tanto avance científico.
Una posible respuesta a esta interrogante existencial a la que yo llegué al final del recorrido, la da Carl Sagan en su libro “El mundo y sus demonios”. Es el libro que ha inspirado todo este proyecto, y uno de los que aparecen expuestos en una mesa al finalizar el recorrido. “…En la época preagrícola, la expectativa de vida humana era de veinte a treinta años… La media no ascendió a cuarenta años hasta 1870. Llegó a los cincuenta en 1915, …. y hoy se acerca a los ochenta…. La longevidad quizás sea la mejor medida de la calidad de vida física (si uno está muerto no puede hacer nada para ser feliz). Es un ofrecimiento muy valioso de la ciencia a la humanidad: nada menos que el don de la vida”.
¿Cómo es posible que un recorrido por un simple laberinto lineal, lleno de humildes macetas de barro, te pueda dar una visión tan completa del devenir científico de nuestra época, y te pueda provocar preguntas tan profundas sobre nuestra propia existencia? Nuevamente, el Parque de las Ciencias de Granada no me ha dejado indiferente. En esta ocasión, mediante un montaje genial en pleno mes de agosto, han conseguido que percibiera la ciencia como una luz en la oscuridad. Mi felicitación sincera a los promotores de este proyecto.
Ya de vuelta al trabajo cotidiano de la panadería, han seguido visitando el obrador clientes que no conocíamos. Unos, que pasaban unos días en el Parque Natural de Sierra Nevada, alejados de las altas temperaturas del verano. Otros, que venían a conocernos, recomendados por algún amigo. Todos coincidían en la necesidad de fomentar el consumo responsable y el cultivo de productos ecológicos y sostenibles. Y también muchos empezaban a venir provistos de sus propios bolsos reutilizables para llevar los productos que compran.
Por lo demás, los días han transcurrido con tranquilidad, permitiéndonos llevar un ritmo pausado de trabajo, y dedicar el tiempo libre a pasear por el campo, leer algún buen libro, o ir a alguna exposición cultural, como la que hemos referido al principio. Vivir cerca de la naturaleza, en alguna de las pequeñas localidades de nuestra geografía, facilita esto.

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