Mira que la Ciudad puede organizar campañas de concienciación ciudadana que sean más o menos sensatas. Mira que puede promover determinados comportamientos con cierto fundamento. Mira que, en resumidas cuentas, tiene cometidos por delante a los que podría dar la oportuna publicidad sin caer en el ridículo... bueno, quizá, sea mucho pedir porque con este viento caliente del desierto puede suceder cualquier cosa. Hasta que el Gobierno se lance a la playa de Benítez a distribuir gorras entre los usuarios para que se conciencien del calor. Hombre, que lo de la gorra es más viejo que el mear... vamos, que a nadie hay que enseñarle a estas alturas lo del póntelo, pónselo, aplicado a la sesera. Creo. Así que la campaña de la gorrita tiene más de ‘no sabemos qué hacer para salir en la foto’ que de efectividad, porque desde que éramos chicos estaba la madre, el padre o el abuelo de turno diciendo eso de ‘niño, ponte la gorrita que te va a dar una insolación’. Éso y esperar por narices tres horas para hacer la digestión antes de meterte en el agua era sagrado y como no lo hicieras te empezaban a contar la historia de ese niño que había muerto por no hacer caso a sus padres aunque nunca nadie hubiera sabido de su existencia. O peor aún, te llevabas la tortica en el culo que ahora está prohibida por orden judicial.
El Gobierno debe pensar eso de que en agosto todo vale y tan pronto te crea la campaña de la gorrita como aquella del reparto de bolsas de papel para tirar las cáscaras de las pipas y fomentar una mayor limpieza de los suelos. Por cierto, que ya no las veo en los kioscos, no sé si aquella actuación duró lo que dura la edición del día o alguien falló en la continuación de la cadena de concienciación ciudadana preparada por Medio Ambiente.
No estaría de más que alguien comprobara la fecha de caducidad de las campañas propagandísticas, más que todo porque la conciencia dura algo más que el flash de la foto de portada. ¿O no?