Todo absolutamente “normal” y consentido, cosas de amigos, aunque se salgan de los cánones. La segunda sesión del juicio oral en el que un exprofesor del Colegio San Agustín, de Ceuta, de casi 70 años se enfrenta a más de 40 de cárcel por la supuesta comisión de ocho presuntos delitos de índole sexual con los menores del “círculo” que tejió en ese centro y Las Penas con niños que ahora suman al menos entre 19 y 33 años ha servido este martes para escuchar ratificar a otros siete de ellos. Como ya habían aseverado otros cuatro este lunes, mantenían una desenfrenada relación de confianza, a tenor de sus detalles, que desde su punto de vista no tiene por qué llamar la atención.
Dicen que el acusado no les enseñó nada sobre el sexo, una de las claves de la estrategia de la defensa, pues todos afirman que al empezar Secundaria ya lo sabían “todo”, algunos incluso desde Primaria, de acuerdo con sus recuerdos, nublados a veces para acordarse de las imágenes o las conversaciones más calientes cruzadas con el adulto, en cuyo hogar y hasta en cuya cama se tomaban fotos y se dejaban grabar vídeos (“lo pedí yo para regalárselo a mi novia”, ha argüido uno sobre un encuentro con el sexagenario) desnudos o con muy poca ropa.
La segunda tanda de testigos exalumnos del centro concertado, los supuestamente conocidos como ‘Los especiales’, apodo que en el que uno ha dicho no reconocerse, ha mantenido la línea de todos sus predecesores salvo los padres denunciantes y su hijo: nunca se sintieron “acosados, coaccionados o incómodos” con el docente, al que trataban “como a un amigo” si no como “a un familiar”. Hasta “como un segundo padre”, según alguno.
Fotos, vídeos y palabras no menos subidas de tono. A cualquier hora y al menos por Whatsapp (lo que consta en las diligencias) se hablaba de todo, “pajillas” incluidas, así como de los primeros encuentros sexuales de los chicos con sus novias, de las que daban cuenta al profesor “con normalidad” y todo lujo de detalles. En ocasiones hasta le mandaban vídeos con consignas como 'muchas pollas para todos, amor, paz y folladas', lenguaje al que el profesor no manifestó ningún reproche.
Los citados este martes también han admitido que dar “masajes” (en su caso no recibirlos) al profesor era algo habitual, ya fuera en su casa o en el laboratorio del centro, la mayoría ha negado que se dejase quitar sus pelos por el acusado. Sí han asumido también como “normal” llamarse unos a otros, así como a su docente, de forma constante “mi amor” o “mi vida”. También hablar de “celos” en caso de no tener un contacto frecuente o al referirse a chicas.
Por añadidura han relatado que era común, tampoco nada raro, ir a su casa (los “macarrones” del padre del acusado causaban sensación, se ha pregonado) a echar el rato “mientras corregía exámenes” o a depilarse. Lo mismo acudir invitados por él al Parador La Muralla (estos no pasaron por El Refectorio) o recibir regalos como calzoncillos, camisetas y bañadores apretados que alguno fue a su domicilio a probarse: “¿Y qué?”, se ha llegado a interpelar a la fiscal. En algún caso eran correspondidos con “una pulsera, un pantalón y una estampita”, tal y como ha detallado un joven.
“Le tratábamos con mucho cariño y la amistad siguió con el paso de los años”, ha relatado el más veterano, que con el aval de “mucho tiempo” ligado a la comunidad agustiniana ha dicho no haber visto nunca “nada afectivo o sexual que me llamase la atención”. “Siempre nos ha tratado con cariño, pero nada de pasarse de ahí”, ha remarcado.
Algunos testigos han intentado rebatir la versión de la acusación según la cual el hijo de la denunciante era hasta que el acusado le incorporó a su pandilla un chico “tímido” (“todo lo contrario”), así como desmentir que se hayan “puesto de acuerdo” para autoatribuirse la autoría y remisión de sus fotos al docente o que intentasen persuadir al único chaval que se ha salido del carril para que volviese al redil.
La Fiscalía se ha interesado por si el acusado “compartía habitación” con los niños en los viajes del colegio a la vista de fotos en las que compartía espacio con jóvenes semidesnudo equipado sólo con una toalla (“no recuerdo”, ha alegado un testigo que no ha ratificado que se usase el celular del procesado para tomarse imágenes).
Las idas y venidas al laboratorio (habitualmente “en los recreos”), punto asiduo de masajeo, o sus incursiones en los vestuarios con niños dentro también han sido objeto de interrogación, aunque el Ministerio Público se ha vuelto a topar con poco más que vaguedades en este campo. “Entraba porque tenía un cuartillo, tenía que hacerlo… Pero siempre cuando nosotros salíamos”, ha matizado otro chico que se ha contradicho casi al segundo asumiendo que era el único adulto que lo hacía mientras se “cambiaban o duchaban”.
“Teníamos charlas sobre temas sexuales, cosas típicas entre amigos, y algún condón le pedí”, ha reconocido un chico a quien el docente ofreció con 15 años incluso “prácticas” para aprender a colocárselo, algo que él ha dicho no recordar (“nunca se llegó a dar”), como tampoco por qué tipo de vídeos o conversaciones se mostraba el docente inquieto si no eran borrados inmediatamente.
"Yo creo que me ha aportado mucho más en el plano positivo que negativo, me ha ayudado cuando he tenido problemas y lo que se hizo fue con mi consentimiento, así que es problema mío y de nadie más", ha terminado uno de los testimonios más largos.
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