El Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) albergó ayer un día de puertas abiertas para los ciudadanos ceutíes, culminándose así las dos jornadas en las que el inmigrantes y refugiados ostentaron el protagonismo y reunieron todas las miradas. La celebración del Día Mundial del Refugiado era solo una mera excusa. Lo principal era dar visibilidad al refugiado, dar relevancia a las labores desarrolladas en el CETI, rendir un merecido tributo a los trabajadores diarios del centro y, cómo no, dar un soplo de aliento fresco al inmigrante que aguarda sin desmayo los papeles de la legalidad. Dicen que la salvación.
El CETI abrió ayer sus puertas a las 9:00. A esa misma hora había ya ciudadanos subsaharianos realizando su ronda diaria en los bajos de la Marina o apostados en los aledaños del puerto, ignorantes o indiferentes a la jornada de puertas abiertas en la ciudad de las puertas cerradas. En eso consiste la aplicación del Tratado de Schengen, el mismo que obliga a Ceuta a uniformarse de gendarme de esa fortaleza en la que se ha convertido la Unión Europea.
Ahmed estaba sentado alrededor de un tablero de ajedrez. Aseguraba venir de Senegal. “Mis hermanos viven en Burdeos. Salieron de mi país hace más de 20 años. Todo era más fácil entonces”. En aquellos tiempos, con el eje comunista recién derrocado, había quienes se felicitaban del final de la historia. “En mi país suele haber conflictos entre las etnias y no hay protección de la propiedad”, explicaba. Luego se dirigió a la sala de las exposiciones. “Me gustan las fotos. Es una forma de mantener el recuerdo de un momento para siempre”, decía mientras mostraba el equipo de fútbol con el que ha participado en la última competición.
Por gentileza del Alto Comisionado de Naciones Unidas para el refugiado (Acnur) y de artistas locales como el fotógrafo Joaquín Sánchez, el CETI ofreció ayer al visitante varias exposiciones de fotos y la proyección de un documental. El resto de documentos se encontraban fuera del centro. Retirado del Campo de Ingenieros, en las calles ceutíes, en los alrededores de Benítez y Calamocarro, los inmigrantes y refugiados realizaban unos talleres distintos a los ofrecidos arriba, en el Campo de Ingenieros. De la ciencia pura a la ciencia aplicada, la que puede configurar todos esos documentos por hacer. De los talleres de jardinería, pintura, escayola y hostelería del CETI a la rutina diaria de la acechanza y el sigilo callejeros.
Jorge es nigeriano y acababa de llegar de la playa de Benítez en aquel mismo instante. “Estaba pescando”, dijo. La cesta estaba vacía. Mohamed opinaba que faltaba el cebo adecuado. “No todos los peces comen los mismo”, señaló. Jorge se limitó a argumentar que no le había dedicado el tiempo suficiente. Pez grande, si uno se descuida, se come al pez chico. Pero no siempre vencen las leyes de la naturaleza. Son las cosas de la civilización y su empeño por reducir a cuestiones hormonales el ingente poder natural.
Había espacio para todos en el comedor del CETI. Querer era poder, también en las salas más nobles. Eran las 13:00 horas cuando comenzaron a arremolinarse alrededor de los anfitriones representantes de los tres poderes, el legislativo, el judicial y el ejecutivo. Nadie quiso faltar a la cita, tampoco los representantes del poder civil, oenegés incluidas. Había espacio para todos, como en el comedor, donde la cola de refugiados rodeaba prácticamente el edificio. Con un orden casi reverencial, la comida esperaba en los fogones. En el interior del salón que acogía la inauguración también aguardaban las viandas. Las ausencias sólo podían deberse al síndrome de la barriga llena.