Cuando pensamos en la figura del músico Johann Sebastian Bach, es normal ubicarlo dentro de contextos relacionados con el arte, la educación, el entretenimiento... pero no muchos saben que la música del gran compositor alemán también brilla con luz propia en el campo de la SALUD. En concreto, la Musicoterapia encuentra en la obra de J.S. Bach, una herramienta eficaz para ayudar a pacientes con necesidades terapéuticas de muy diversa índole.
Música y Salud:Un poco de Historia
La relación entre Música y Salud se remonta a tiempos ancestrales, cuando el hombre descubre la capacidad de la música como recurso terapéutico natural en pro de la salud de la comunidad.
Según la OMS, entendemos que una persona goza de salud cuando ésta, de forma integral, encuentra bienestar físico, psíquico, social y espiritual.
Sabemos que en las culturas preliterarias se realizaban ritos mágicos de sanación a través del sonido y, los primeros ejemplos escritos que aluden a la influencia de la música sobre el cuerpo, la mente y el alma, se hallan en el antiguo Egipto (Papiros de Lahun, 1800 a. C.).
Pero es en la Grecia antigua donde se realizarán las aportaciones más relevantes en relación a este tema, ayudando a sentar las bases de una futura disciplina llamada Musicoterapia.
El filósofo Aristóteles (384 a.C.-322 a. C.) fue unos de los primeros en teorizar sobre la influencia de la música en el hombre y su valor médico. Establece la Teoría del Ethos (del griego “carácter”) según la cual, la música influye directamente sobre el estado de ánimo de la persona, consiguiendo modificar su voluntad, su comportamiento e incluso su moral, en función de cómo estén combinados sus diferentes elementos (ritmo, tonos, armonía…).
Durante la Edad Media, se conoce la importancia de la utilización de la música en los Maristanes (hospitales moriscos, que funcionaban también como psiquiátricos) y en el Renacimiento, el carácter preventivo de la música para una buena salud psíquica, es señalado por la filósofa y escritora de medicina alternativa, Olivia Sabuco (1562-1622).
Posteriormente en el tiempo, el jesuita y erudito Athanasius Kircher (1602-1680), llega a la conclusión de que no todos respondemos de igual forma a la música y que ésta, para que sea efectiva como tratamiento, debe estar en sintonía con el carácter, ánimo y enfermedad del paciente.
Ya en los siglos XVIII y XIX, se realizan estudios sobre los efectos fisiológicos de la música en el ritmo cardíaco, la circulación sanguínea, respiración, digestión y en el alivio de determinados dolores.
Llegados al siglo XX, durante el período comprendido entre las dos guerras mundiales, los efectos de la música utilizada como distracción en los hospitales de veteranos de EEUU, provocan la curiosidad de la comunidad científica y la necesidad de investigar sobre el comportamiento de nuestro cerebro ante el estímulo musical.
Música y Neurociencia: La Musicoterapia
Los descubrimientos hechos por la Neurociencia desde entonces hasta ahora, no dejan de sorprendernos. Especialmente a partir de los años 90, las nuevas técnicas de neuroimagen revelan el complejo proceso en el que se implica nuestro cerebro al procesar la música.
En primer lugar, la percepción musical se lleva a cabo en ambos hemisferios a través de diferentes sistemas de redes neuronales, activando prácticamente la totalidad de las áreas cerebrales: lóbulo frontal, parietal, occipital, temporal, sistema límbico y cerebelo. Como resultado de tal activación, se estimulan funciones tan importantes como el lenguaje, la atención, la memoria de trabajo, la memoria episódica y semántica y la función motora.
Así mismo, la música entra de lleno en nuestro sistema límbico (lugar donde se procesan las emociones) provocando la producción de hormonas con su consiguiente respuesta fisiológica, mental y conductual: Dopamina (fuente de logro y motivación, nos lleva a la acción), Endorfinas (analgésico y relajante natural, facilita el dolor físico/psíquico), Serotonina (regulador del estado de ánimo, reduce los niveles de agresividad), Oxitocina (controlador de emociones y comportamientos sociales).
Desde 1944, en EEUU, música y terapia se unen para dar vida a una nueva disciplina sanitaria, que utiliza la música y/o sus elementos por un musicoterapeuta cualificado, para conseguir objetivos terapéuticos, rehabilitando y/o previniendo necesidades físicas, psíquicas, sociales y espirituales de las personas.
Y la Musicoterapia dijo: “Hágase Bach”
La Musicoterapia se encuentra en constante evolución y expansión y va aparejada a los descubrimientos de la Neurociencia en esta materia.
Uno de los lenguajes más analizado y aplicado dentro de la Musicoterapia, es el del compositor J.S. Bach. Dicho lenguaje se distingue por responder a diversas necesidades terapéuticas de los pacientes, destacando especialmente en el terreno de la psicoterapia.
En concreto, la música de Bach se encuentra en un modelo de Musicoterapia llamado método GIM (Imágenes Guiadas y Música).
El método GIM, creado por la violinista Helen Bonny, es una técnica psicoterapéutica que utiliza la audición de determinadas piezas de música clásica (preferentemente de los siglos XIX y XX), para explorar y trabajar capas profundas de la psique. Esto permite que los pacientes puedan desarrollar recursos personales para adaptarse a los desafíos continuos de la vida.
Dentro de este método, la música de Bach se utiliza para abordar la múltiple sintomatología inherente a la soledad, la melancolía, el duelo, la pérdida…el dolor. Pero también, para ofrecer al paciente un potente medio para el desarrollo transpersonal.
Su lenguaje musical trabaja nuestro cerebro a varios niveles simultáneamente. Por una parte, sus melodías extraordinariamente bellas, las diferentes texturas utilizadas, abren la puerta al sistema límbico para que podamos explorar, en todos sus matices, la emoción común que experimentamos frente a la adversidad: la TRISTEZA.
Por otro lado, la introducción del pensamiento matemático, el juego y la sorpresa dentro de su técnica compositiva, activan nuestra atención, memoria, creatividad y pensamiento lógico en la zona del neocórtex.
Todo esto da lugar a un perfecto equilibrio entre emoción y razón que, desde el punto terapéutico, es necesario para el avance y crecimiento del paciente.
Bach coloca a la tristeza en el lugar que le corresponde. Al frecuentarla en todas sus dimensiones, la priva de extrañeza y la normaliza. La presenta como algo inevitable a lo que hay que acostumbrarse. Nos empuja a no obviarla, a no camuflarla. Esto actúa como una purga, permitiendo al paciente encontrar el sosiego necesario para dejar de lado el miedo y acceder al pensamiento lógico y a la introspección.
Es en este punto, cuando el oyente/paciente se descubre a sí mismo con capacidad para establecer nuevos objetivos, permitiendo hallar el impulso vital necesario para seguir hacia adelante.
En realidad, este uso terapéutico de la música de Bach no puede atribuirse al método GIM en exclusividad o considerar que es un descubrimiento de la musicoterapia del siglo XX. El valor sanador de su música siempre estuvo presente en la intención del compositor: “Mi música es para alabar al Dios Supremo y para la edificación de mi prójimo”.
Bach vivió en una época compleja donde las epidemias, la alta tasa de mortalidad infantil y la despedida prematura del ser querido, eran una constante en la vida del hombre (también lo fue en la suya). En aquel contexto donde la medicina ofrecía pocas terapias efectivas y la población apenas tenía consuelo para tanta adversidad, la música de nuestro compositor llega como compromiso cristiano para aliviar y fortalecer el alma de la comunidad.
Su obra presenta con frecuencia el dilema de la fe frente al sufrimiento y la muerte. Las eternas preguntas del por qué y el para qué del estar en este mundo, aparecen una y otra vez entre sus melodías, pero siempre hay una culminación alegre y esperanzadora.
A través de un profundo conocimiento del ser humano, el compositor transita por la psique del oyente para ayudarle a desprenderse de las complejidades del día a día y ofrecerle así, la posibilidad de navegar en el abismo existente entre esta vida y la siguiente. Su música es la muestra de la inmensa capacidad del ser humano para hacer frente a la inhumanidad. Es, en definitiva, el triunfo de la vida frente a la resignación.
Johann Sebastian Bach fue un sanador en su tiempo, un verdadero musicoterapeuta que legó a la humanidad una herramienta terapéutica universal y atemporal, para abordar la necesidad física/psíquica/social/ espiritual más común entre los mortales: la búsqueda del sentido de la existencia.
Tres siglos después de su muerte, su música sigue siendo un buen asidero para todos aquellos que necesitan conciliarse con la vida, fuente de inspiración para quienes quieren adoptar nuevas perspectivas de enriquecimiento y seguir avanzando en el camino.
Club Café Zimmermann
El Club Café Zimmermann, fundado en diciembre de 2017 por iniciativa de la Biblioteca del Conservatorio Profesional de Música de Ceuta “Ángel García Ruiz”, está formado por alumnos, profesores, padres, antiguos alumnos y amigos del Conservatorio. Su principal objetivo es la difusión y divulgación de la enorme figura del compositor Johann Sebastian Bach a través actividades periódicas (clases magistrales seguidas de café-tertulia, donaciones anuales para el fondo de la Biblioteca, conciertos, viajes culturales, concursos de cultura musical…).
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