Sin duda que el conocimiento y el saber son un reto que exige un esfuerzo personal intransferible; es el valor que más nos distingue y el que nos coloca en el lugar adecuado en la sociedad occidental a la que pertenecemos.
Mi amigo de Villajovita, Miguel Ángel López Moreno, al que yo siempre le llamo: «El niño sabio de Villajovita», por sus extensos conocimientos apenas un muchacho, puso esta mañana estos interrogantes, al que hemos tenido a bien contestarle más abajo:
¿Qué sociedad queremos? ¿Una en la que las relaciones se asienten sobre maestros y discípulos; o, por el contrario, entre jefes y subordinados, ¿amos y esclavos?
El que lo desea, “niño sabio de Villajovita”, necesita muy poco, casi nada para guardar un poco de felicidad para él y los suyos, a saber: Un paseo por la orilla mirando de reojo al mar.... Una visita a las altas cumbres de una sierra que se difumina en el horizonte crepuscular de una tarde que se tiñe de rojo y luego tinto, como una amapola de sangre...
Una mano amiga que se quede un instante en tu frente y después te acaricie los ojos... Un beso de una mujer que está enamorada de ti y tú de su alma... Una mirada a tus hijos cuando desde la puerta se despiden y no sabes si volverán pronto.... Una noche constelada, donde te haces las mismas preguntas que de adolescente ya te hacías sin recibir respuesta...
- Y, una pregunta, una sola pregunta a Dios, para apuntarle: ¿Cuándo vendrá el ángel de las horas para anunciarme que se dio termino al tiempo que un día concertamos, y he de volver al jardín mágico y definitivo donde las horas ya no tienen esferas, ni manecillas, ni tic-tac que las cuente...
- Y, podríamos añadir: ¿Cuándo dará término mi transcurrir del tiempo de mi vida en la tierra alejada de ti, Araceli, si tú ya no estás en el camino que juntos andamos durante tantos días? ¿Si mi alma te pertenece; y, ¿me espera más allá de los horizontes cárdenos donde el Poniente tiñe de rojo la silueta agigantada de la Mujer del Atlas*, que yace dormida entre el celaje de las blanquecinas nubes y las aguas profundas y azules del Estrecho?
- Sólo existe un mar infinito y sin límites, donde gota a gota nos reconocemos en el alma imperturbable y sin fronteras de Dios...
En Ceuta, hace unos años…
Diríase que a cada fotografía de Ceuta que los compañeros ponen en estos medios novedosos de la imagen, tuviese, irremediablemente, que responder necesariamente con un texto que reflejase la belleza de la lámina mostrada. Sin embargo, la palabra, aunque busque -enamorado y peregrino- su esencia y su significado aquí y allá, y aún más alejado donde mi mirada no alcance al horizonte, no podrá nunca igualarse al concepto claro y nítido que la imagen nos proporciona al instante mismo de columbrarla…
Y esta imagen firmada por “J.M.Caral”, nos pone de manifiesto a “las claras”, todo lo que anteriormente he mencionado; pues de un primer vistazo pudiéramos decir: que nuestros ojos se encienden y se iluminan de rojo, como de rojo lumbre de una fogata se ilumina la “reproducción” del atardecer ensangrentado, que la fotografía nos copia de la desnuda naturaleza que la cordillera del Atlas nos muestra indomable, salvaje, feraz…
Y, reflexivos, nos preguntamos: ¿Qué tiene esta fotografía que nos hace agitarnos y estremecernos de emoción? ¿Cuál es la causa última que nos hace sentir el alfa y el omega de un lugar al que nos sentimos encadenado -yo diría-, incluso antes de nacer?...
Y podemos continuar haciendo alguna que otra pregunta más. Y mañana, y pasado mañana, y al otro…, y aún podemos hacernos la misma pregunta; sin embargo, la respuesta, la respuesta que nosotros buscamos como “alma en pena”, no la podemos encontrar en nuestro pensamiento, pues se halla más allá de nosotros, más allá de nuestro pretérito… La respuesta, como dijera Bob Dylan: «The answer, my friend, is blowin in the wind»... La respuesta, mi amigo, sopla en el viento y se encuentra fuera de nosotros, y se acerca al tiempo primigenio de cuando se formaron los continentes y quedó abierta la grieta abisal del Estrecho -con su cinta de aguas azules- conformando las Columnas de Hércules: Calpe y Abyla.
¡Oh, atardecer rojo de Ceuta…! ¡Crepúsculo ensangrentado de la ciudad de las siete colinas…! ¡Oh, ocaso de fuego, qué, cómo una amapola de llama ardiente, incendias el Estrecho y haces que sus aguas de añil intenso en la mañana se tornen carmesí a la tarde, antes que se enciendan en la noche la luz fría, temblorosa y lejana de los astros…!
Atardecer de Ceuta… Atardecer de muelles en silencio; de correos blancos como la espuma; de buques y vapores atracados a la melancolía de las horas donde los marineros despiden sus sueños en el recuerdo de una mujer; de transbordadores que transitan a Algeciras, a Tarifa, a Gibraltar, a Ceuta… Atardecer transido de la piedra desnuda de la Mujer Muerta, o mejor “Dormida”, para que despierte algún día del sueño de siglos…
Atardecer del “Poniente”, que nos trae el frescor y el misterio atávico del Océano Atlántico… Porque nuestras miradas van siempre hacia Poniente, allá donde la mar se ensancha y nos lleva a la tierra del “Non Plus Ultra”, donde dicen que estuvo la Atlántida; el continente perdido del que Platón tiene a bien hablarnos, y dejarnos su memoria para los que buscan lo ignoto de lo acaecido en la historia...
Crepúsculo de Ceuta… Sobre el “taro” que sube desde el mar enrojecido hasta los picos altos del Atlante que sostiene al mundo; donde Estrabón denominó “Elephas”, por la similitud de su perfil con un elefante que estuviese pasando entre las montañas…
¡Crepúsculo rojo y ensangrentado de Ceuta!, contigo vamos…Y, ¡tu amapola, tu amapola roja, de sangre, conmigo va!…