Pretender del PP una brizna de generosidad con este pueblo es una utopía. El liderazgo político que ejerce de manera casi hegemónica desde hace una década, debía ser utilizado inteligentemente para conducir con éxito a nuestra Ciudad hasta el futuro; porque Ceuta se encuentra ante una coyuntura decisiva de su historia. Seremos lo que ahora decidamos. Sin embargo, secuestrado por sus propios intereses partidistas y particulares, actúa como una rémora en lugar de ser un factor dinámico de cambio y adaptación a las nuevas condiciones sociales y demográficas que van a definir el tiempo que está por llegar. Que ya está llegando.
El diagnóstico más serio y riguroso sobre los problemas estructurales de Ceuta, suficientemente contrastado y ampliamente compartido, sitúa la política de integración como la única clave de bóveda sobre la que se puede sostener el proyecto de una Ciudad definida por la diversidad. Este irrefutable argumento, que antes se movía casi exclusivamente en el ámbito de las ideas, ya es una realidad palpable con la que nos damos de bruces cotidianamente. La evolución demográfica, cumpliendo un sencillo vaticinio, ya nos ha llevado a una sociedad paritaria, configurada por dos modos distintos de concebir la vida, que comparten el mismo espacio. No es momento de teorizar sobre la diversidad sino de gestionarla diligentemente de la manera más adecuada posible.
La integración de cristianos y musulmanes en un tejido social único es una empresa de arquitectura social de enorme calado y repleta de dificultades; pero al mismo tiempo es un requisito insoslayable de viabilidad futura de esta Ciudad. La estructura vigente de relaciones sociales está caducada. Para lograr su transformación y modernización es necesario el esfuerzo y el compromiso de todos los ceutíes. Y para ello es preciso impulsar un cambio de mentalidad en sectores aún muy nutridos e influyentes que se enquistan en planteamientos retrógrados convirtiéndose en un lastre insuperable.
Este es precisamente el error del PP. Este partido se ha convertido en el vehículo de esta corriente de opinión contraria (de hecho) a la integración. Interiorizando como idea una actitud compasiva, que no deja de ser un modo de racismo (“son diferentes, pero no queda más remedio que convivir con ellos”), sitúan el límite máximo de la integración en la tolerancia. Ante la imposibilidad de negar la realidad, aceptan una coexistencia pacífica de los dos colectivos; pero manteniendo nítida la línea psicológica divisoria entre ambos, de manera que no se altere la jerarquía política establecida. Son incapaces de asumir la identificación mutua de todos como miembros de un mismo grupo, en la que reside el auténtico concepto de integración.
El recurso dialéctico empleado para desplegar su política es agarrarse al eufemismo de las “cuatro culturas”, cuya única intención es devaluar la posición relativa del colectivo musulmán en el conjunto de la población y difuminar sus reivindicaciones. Cada vez que se plantea alguna cuestión incomoda, que incumbe al colectivo musulmán, se hace extensiva a “todas las culturas”, de forma que quede claro ante la opinión pública que no se trata, en ningún caso, de una cesión al avance del “peligro islámico”. Todo esto no es más que una falacia sin sentido que lejos de ser inocua está demorando en demasía la adopción de decisiones importantes. En Ceuta sólo existen dos culturas. La hebrea y la hindú, otrora numerosas y pujantes, hoy son dos microcomunidades que están perfectamente integradas, y gozan de prestigio y alta estima; pero que carecen de la masa crítica suficiente (a penas superan, en total, el dos por ciento de la población) para tener la consideración de culturas, entendido este concepto como vector de composición social. Atrapados en este pueril enredo no conseguiremos avances significativos.
Un ejemplo muy claro de esta situación es el tratamiento que está recibiendo la lengua árabe ceutí. Resulta insólito que la lengua materna de la mitad de la población no tenga en nuestra Ciudad la más mínima regulación. Oficialmente no existe, a pesar de ser fuente de evidentes quebraderos de cabeza (sin ir más lejos, muchos expertos consideran esta indefinición la principal causa del fracaso escolar). Error garrafal. Porque la realidad sigue fluyendo a raudales. En primer lugar, demuestra una inaceptable cerrazón el no entender el valor de la lengua materna para una persona. Es aquella en la que el niño/a siente por primera vez el arrullo y el calor de su madre, aprende y comunica sus primeras y más instintivas experiencias, y queda grabada indeleblemente en lo más noble de su corazón. En ella se expresan los sentimientos más íntimos, intensos y profundos. Es tan injusto como inútil pedir a nadie que renuncie a un componente tan valioso de su vida. Lo ideal es definir una estrategia que permita hacer compatible el legítimo uso del árabe ceutí con el hecho, incontrovertible, de que la única lengua oficial que puede existir en Ceuta es el español. Sin plantearlo como un conflicto de intereses, sino como una forma inteligente, justa y solidaria de hacer una ciudad más cómoda para todos. Mientras no se actúe en este sentido, el imparable uso del árabe seguirá su propio curso de manera desordenada y, por tanto, siendo objeto de polémica.
La teórica reforma del Estatuto de Autonomía se antojaba como una inmejorable oportunidad de llenar este insoportable vacío. Parece lógico que la norma que regula los aspectos esenciales de la convivencia desde el reconocimiento de las especificidades propias, incluyera una directriz sobre el tratamiento del árabe ceutí. El PP, el partido inmensamente mayoritario, ha planteado una redacción al respecto, según la cual, el Estatuto deberá “Apreciar, como valor singular de la riqueza cultural de Ceuta, las peculiaridades lingüísticas de las comunidades musulmana, israelita e hindú, respectivamente manifestadas a través del comúnmente denominado ‘dariya’, ‘jaquetía’ y ‘sindhi’. Perece una broma. O una falta de respeto. Vencidos por el pasado, seguirán pescando votos en el caladero de la nostalgia, apurando su tiempo, y completamente ajenos a la apasionante y urgente tarea de construir el futuro de Ceuta.