Jacinto era un niño muy espabilado. Vivía en una humilde casa con sus ocho hermanos. Su padre era carpintero y por mucho trabajo que hiciera siempre hacía falta mucho más para alimentar a los suyos.
Una noche tras pelearse con uno de sus hermanos se marchó de casa. Tenía todo pensado de ir a la capital y ponerse a trabajar para tener dinero propio y no pasar tantas miserias. Pero escogió la peor. Empezó a nevar y con la poca ropa que llevaba empezó a sentir mucho frío. Pensó en darse la vuelta, pero ya sabemos lo testarudo que era y decidió proseguir su ruta. Ya era bastante tarde y a parte del frío, también le vino el gusanillo del hambre.
Observó una luz en el camino y también una canción que había escuchado más de una vez. Y cerró los ojos y en pocos segundos estaba junto al fuego y una persona mayor.
Este hombre le ofreció como asiento una piedra junto a un reconfortante fuego y Jacinto se sentó y compartió un trozo de pan y un muslo de pollo.
Cantaron duran un rato hasta que se quedó dormido. El anciano avivó el fuego y luego le puso su manta.
Y empezó a pensar.
A las claras del día se fue del lugar sin despedirse y cuando despertó Jacinto vio como todavía había fuego en la candela y junto a el estaba un lindo caballo blanco.
Se levantó de un salto y empezó a llamar al anciano:
"Jesús donde estás, ven por favor".
Pero nadie contestaba.
Miró al caballo y después de mimarlo un rato observó que tenía dos alforjas, ambas estaban llenas de pan, y tocino, y en una de ellas, había una hoja de papel donde ponía:
"Muchas veces me he cabreado con los míos, pero nunca he tenido los arreos de marcharme de casa. ¿Hay que saber resignarse y pensar en el futuro? ¿Cuántas lágrimas estarán derramando los tuyos por tu partida Hoy has tenido suerte, aquí tienes un medio para poder llegar a tu casa, el caballo, comida en las alforjas, y una manta para que no pases frío.
Vete corriendo con los tuyos.
Firmado: Jesús.
Y cumplió aquello que le mandó aquel hombre mayor y fue muy feliz con los suyos.