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Jabalíes para los subsaharianos

Se necesita una hora y media a pie desde la ciudad marroquí Castillejos o Fnideq, colindante con Ceuta, para alcanzar “el bosque pequeño” donde viven escondidos de la policía un grupo de subsaharianos que subsisten con lo que pueden.

Los días de suerte se comen un jabalí que los cazadores de la zona desechan por “haram” (ilícito). El sonido de los disparos suele ser para los subsaharianos de buen augurio: hoy comerán carne.
El sendero, que deja atrás Castillejos (rebautizado como “Casiago” por los subsaharianos) y que conduce a la zona en la que los inmigrantes han establecido su campamento, se encuentra en un bosque de pequeñas colinas con pocas casas y algunas chabolas, de donde salen descalzos los niños marroquíes para pedir unos cuantos dirhams.
No todos los subsaharianos quieren compartir su vida en un gran grupo y prefieren buscar un lugar tranquilo para establecerse entre unos cuantos, pero la mayoría de ellos conviven en un claro del bosque rodeado de cuevas naturales donde duermen sobre unos plásticos a modo de colchón y alguna que otra manta.
“Un hotel cinco estrellas”, dice uno de ellos que baja de entre las montañas con un jabalí sobre sus hombros, mientras el resto, unos 50 hombres, gritan al verlo y se apresuran a colocar la leña y sacar los cuchillos para cocinar una cena que los musulmanes han desechado.
A diferencia de otros campamentos, como el de Gurugú, cercano a Melilla, aquí, donde a pesar del sol de la tarde el frío es helador, no hay ni tiendas, ni organización, ni jerarquías entre las distintas comunidades.
Los subsaharianos distinguen entre el “bosque pequeño”, más cercano a la frontera de Tarajal y el “bosque grande”, próximo del paso terrestre de Benyunes, donde estos días se congrega un mayor número de inmigrantes que planean nuevas estrategias para cruzar a España.
Viven en las montañas para estar más cerca de la frontera cuando se produzca el momento oportuno del “salto” y porque no tienen dinero para pagar el alquiler de los apartamentos de barrios como el de Bujalef, en Tánger.
En Marruecos los senegaleses, nigerianos o cameruneses han desarrollado una jerga común: “Bomla” significa que la policía está cerca; “Dongo”, que ha llegado comida con la que llenarse el estómago; “Boza”, que significa gol, es la que todos quieren escuchar.
“¡Boza, Boza, Boza, Boza!”, supone para los subsaharianos la señal, el triunfo, que gritan a corazón abierto en el instante que logran atravesar la frontera que les conduce a España: ¡Gooool!.
Marie, una camerunesa de 35 años ha estado muchas veces a punto de exclamarla. La última vez fue el 6 de febrero cuando se lanzó al agua y alcanzó la orilla española pero, según cuenta, fue enviada de nuevo al lado marroquí. Aquel día, 15 personas perdieron la vida.
“Estamos abandonados a nuestra propia suerte”, comenta esta mujer, que explica que en el bosque, donde lleva ya un año, “las mujeres (tres, una de ellas con un niña de ochos años) somos como hombres porque si no eres fuerte te echan”.
Atravesó Nigeria, Níger, Argelia y llegó a Uxda, en Marruecos; también ha pasado por Rabat y Tánger, pero “en las ciudades hay que pagar para poder dormir y comer”, narra Marie, que lleva una sudadera roja con capucha para proteger su cabeza del frío.
Las tres mujeres del bosque tienen un compañero porque “necesitas un hombre para sobrevivir” y ser respetada por el resto de subsaharianos, entre los cuales muchos llevan meses sin tener contacto con una mujer y otros tantos se encuentran heridos o magullados por los golpes recibidos en los intentos de asalto a la frontera.
Casi a diario estos sin papeles recorren el camino a la ciudad en busca de alimentos o para mendigar, aunque algunos optan por no hacerlo para no ser “cazados” por la policía que también realiza redadas en el bosque.
“La última fue hace unos días. Nos arrestan y nos llevan a Rabat o Casablanca, y luego tenemos que volver hasta aquí”, relata Marie, que quiere dejar claro que en “el bosque pequeño” toda la comida se comparte, pero cada uno cocina su ración. “Dongo”: es la hora de comerse el jabalí. Esta noche cenarán caliente seguro, y “mañana, Dios dirá”.

A la búsqueda de nuevas estrategias

Los inmigrantes subsaharianos buscan estos días nuevas estrategias para sortear los controles desplegados por Marruecos con el fin de frenar los intentos de entrada a la ciudad española de Ceuta. “Estamos poniéndonos telefónicamente en contacto entre nosotros para ver en qué momento del mes lo volvemos a intentar bien por la vía marítima o la terrestre”, apunta Abdul, un nigerino que lleva un año en Marruecos y que advierte de la presencia de una docena de furgonetas de las fuerzas auxiliares y de la policía en Benyunes. En la carretera que conduce de Tánger a Castillejos, ciudad situada a los pies de la playa de Ceuta, grupos de jóvenes piden dinero y alimentos a los conductores de los coches que pasan. Estos inmigrantes no se esconden ante los vehículos que pasan porque ya ni siquiera temen los arrestos policiales. "No tenemos nada que perder", destacan. "He pasado todo el día en la carretera y ni un solo coche ha parado para ayudarme", comenta al finalizar la jornada David, un hombre de 28 años de Guinea Conakry, y que abandonó los estudios de sociología para lanzarse a una "aventura" que dura ya cuatro años y que se ha convertido en una pesadilla.
Ni el frío, ni la falta de abrigo amedrentan su tenacidad por llegar a España. Aseguran que no fue hasta que desembarcaron en Marruecos cuando se dieron cuenta de la difícil situación que les esperaba.
"Mi objetivo es saltar, por eso vivo en el bosque. De lo contrario esta vida no tendría sentido", subraya David, que se encuentra en la indigencia.
Son las historias de jóvenes que intentan llevar a cabo un acercamiento hacia la frontera de cualquier forma con el único objetivo de pasar.

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