Pese a los chuzos que caen de punta (y ninguno viene del cielo, sino de la alta Sajonia), el Padrecito, que se ha venido resistiendo al estribillo que una y otra vez repiten sus acólitos, también salió con la martingala de la nefasta herencia (no seré yo quien en esto lo contradiga), prometiendo que, en adelante, todos los viernes, como aquellos del viejo catecismo, nos dará el subidón arterial, con una serie de decretos y recortes que dudo que puedan resistir nuestros corazones.
El Padrecito, al que cada día se le está poniendo más cara de Pantocrátor románico, igual que los que presiden las iglesias de su Galicia natal, está en un remolino de aguas fétidas y turbulentas de las que les resulta, a él y a sus apóstoles, difícil de salir a flote. Entre los suyos, los más inclinados a la plata, auténticos fans de Judas, no saben por dónde tirar. No solo se contradicen entre ellos mismos, sino contagian a los demás, como a la intrépida Caperucita-Soraya que, como portavoz, empezó hablando claro y contundente, pero que ahora balbucea, se reitera y abusa de los puntos suspensivos. En alguna ocasión he podido comprobar cuando le mandan uno de esos “marrones” envueltos y con moñas, que hasta muda la color.
En fin, que la prosodia no va con este orfeón desentonado, por mucho que mi amigo Carlos Folch en sus pastorales se empecine en hacernos creer que los hombres y mujeres que rodean al Padrecito han recibido la lengua de fuego en un particular Pentecostés.
Desengañado y deprimido, ya opté por no oír a ninguno, se sienten donde se sienten en la madrileña casa de los leones. Ahora prefiero sentirme sordomudo y observar los labios de los padres y madres de la patria pero, en especial, sus rostros y sus miradas. Por ejemplo, De Guindos, es el gran simulador, mas no siempre lo logra. Cuando las cosas no van mal, sino peor, frunce su entrecejo, sonríe en el vacío y las comisuras de sus labios se aprietan para que las verdades que luchan por salir tomen el camino de la glotis. Esa frase suya: “Hasta aquí hemos llegado”, la entendí mejor por la persona que la transcribía a través de signos que por la misma dicción del ministro, un tanto titubeante en su fonética. Y la otra de: “Los deberes están hechos”, tuvo mayor expresividad en lo mímico, pues el gesto era como “”de corte de mangas”, que yo interpreté al segundo: “”Nos vamos todos a tomar por culo”.
Menos dramático, aunque más teatrero, es Montoro, el de Hacienda. El que, cuando ríe, su semblante adopta una triple factura que va desde lo demoniaco hasta lo bufonesco, pasando por lo “malage”. Emponiendo esa cara de curita peligroso, ya nos está adelantando que ese día tiene la teta cortada; su mala leche es supina. Y nos preguntamos: ¿No hay en Moncloa, o en Génova, nadie que aconseje contratar a un asesor de imagen que le corrija a este señor esos desplantes tan desafortunados? ¿Cómo se puede acompañar de una risita insoportable esas amenazas de las que nos estamos hartando, propias de gerifaltes en dictaduras más que de servidores en democracia?. El castigo es que en Europa nadie los creen.
Es la Europa que no ha perdido jamás la oportunidad de aventar las brasas para que nos quememos vivos. En breve, nos convencerán que un suicidio colectivo al estilo Numancia es lo más ético a tono con nuestro destino en lo universal. A Grecia ya se lo han insinuado. La Europa anglosajona tiene acorralados a los del sur.
Pero, ¿qué hemos hecho para que así nos traten, denigren e incluso nos hagan cargar con el sambenito de ser los vagos de occidente?. Siempre sacan a relucir lo del despilfarro (que ha existido, es cierto), mas, en justicia, repártase el castigo pues bien merecido lo tienen aquellos que crearon el espejismo de una vida muelle y pusieron la carnaza, abriendo ese cuerno de la abundancia repleto de coches, casas, cruceros… arenas movedizas a donde nos llevaron los que siempre tuvieron las espaldas bien cubiertas y que en estos momentos huyen del barco con las alforjas más que repletas. Lo advirtió Voltaire: “Solo las ratas sobreviven en el naufragio”. Y estas ratas no sirven ni para laboratorios.
¿Saben qué les digo?, ¡Que se acabó la resignación!. Lo gritan, sin ira, esas voces esperanzadoras del 15M, que en su reaparición y no resurrección (los muertos no resucitan lo diga quien lo diga), nos están advirtiendo que no todo está perdido. Maruja Torres sugería que debemos formar una cadena con todos los que se niegan a la rendición, una muralla infranqueable para evitar que los nuevos caballos de Troya que están construyendo los gobiernos en los templos bancarios puedan otra vez engañarnos. Es bien cierto, que la avaricia de unos y otros no tiene límites.
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