Categorías: Opinión

Interrogantes

Interesantísima y oportuna la entrevista del pasado domingo de Adrián González con el diplomático y embajador Ángel M. Ballesteros. Frente a maliciosas corrientes de opinión o de ignorancia supina sobre la realidad histórica y jurídica de Ceuta y Melilla es de agradecer y valorar la ecuanimidad, la sensatez, el temple y el conocimiento desde la autorizada óptica de un personaje como él a la hora de analizar con objetividad el presente y el futuro de las dos ciudades bajo las más diversas variables.
Ballesteros es la antítesis de otro conocido antiguo embajador, Máximo Cajal, asesor del presidente Zapatero y representante suyo en su disparatada Alianza de Civilizaciones. Han pasado ya diez años de la publicación de su libro, que aquí nos cuesta olvidar, en el que abogaba por la entrega de nuestras dos ciudades. “Una situación colonial que es una afrenta a Marruecos y un elemento de desasosiego y mala conciencia nacional para España, que se agita cuando se menciona el tema. Hay que reintegrar la integridad territorial a Marruecos”, llegaba a aseverar. Es más, hasta hablaba de un plazo de 20 años “para retroceder la soberanía de Melilla y rechazar cualquier discusión sobre Ceuta hasta tanto hubiéramos incorporado Gibraltar a la soberanía Española”.
Ese Gibraltar con el que Ballesteros rechaza cualquier tipo de paralelismos con nuestras dos ciudades, es, no obstante, como la espada que pende de un hilo sobre ambas y que, por fortuna, parece ser de acero. La presencia británica en la Roca juega decisivamente a nuestro favor. Tengo muy claro que jamás veré ondear la bandera española en la vecina plaza. Ni siquiera junto a la inglesa, en un supuesto condominio. Un Gibraltar español o, incluso, con una soberanía compartida nos arrojaría de inmediato en brazos de Marruecos. Difícilmente el orden político internacional permitiría que España dominara las dos orillas del Estrecho. Es más, en tal situación nuestros vecinos contarían con firmes y decisivos aliados. Por ese lado, de momento, podemos estar tranquilos.
Ahora bien, como acertadamente señalaba Ballesteros, “hay nuevas variables que influyen en el futuro: que sea mayoritaria la población musulmana y el abandonismo”. Tal mayoría en cualquier otra localidad peninsular difícilmente suscitaría las incertidumbres que esta cuestión conlleva en las dos ciudades enclavadas en las puertas de un Marruecos que las reivindica para sí.
Decía Chamizo, el anterior Defensor del Pueblo Andaluz, que “el principal problema de Ceuta es que su gente vive con cierta incertidumbre el futuro de la ciudad”. Un recelo en progresivo aumento, digámoslo claro, a la vista del rotundo cambio poblacional hacia el que caminamos en un viaje sin billete de vuelta. Baste simplemente ponernos a la salida de la mayoría de los colegios ceutíes o, mejor aún, repasar sus listas de Educación Infantil para comprobar las dimensiones que va adquiriendo el fenómeno.
¿Hacia donde se derivaría esa Ceuta futura con dos sociedades tan heterogéneas, la de la nueva mayoría con sus costumbres y cultura tan peculiares, principalmente por la concepción religiosa que preside todos los pasos de su vida, frente a la otra con una mentalidad occidental y cada vez más laicizada y nihilista? ¿Cuál de ellas terminaría integrándose en la otra? ¿Es posible tal fusión de culturas? ¿Acabaría la población de origen europeo recalando en la orilla de enfrente, al tiempo que la otra terminaría fundiéndose en una especie de ósmosis con Marruecos, aquella de la que hace muchos años llegó a hablarnos precisamente Morán en su época de ministro de Asuntos Exteriores?
O dicho de otra manera. ¿Qué pasaría en nuestras dos ciudades si un gobierno insensible con ambas o manifiestamente entreguista acabase de un plumazo con sus privilegios fiscales y cerrara el grifo a sus vitales inyecciones pecuniarias? Qué fácil lo podría tener ese ejecutivo gobernante en ciclos económicos graves como el que atravesamos.
En tal supuesto la estampida podría ser masiva, éxodo del que no sería ajeno también un contingente de la población española de origen marroquí. No ya sólo por razones de bienestar o sentimientos sino temerosa de las consecuencias que llevaría implícita la más que probable anexión de las dos ciudades a Marruecos bajo cualquier fórmula jurídica como la de un condominio.
Hoy por hoy, las insensateces, la maldad o la ignorancia del vendepatrias de turno están fuera de lugar. Nuestra problemática no tiene vuelta de hoja y bien merecería una profunda reflexión. Ya.

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