Categorías: Opinión

Interrogantes

Vía correo electrónico – el postal parece ya cosa de otra época -, me escribe Eduardo Buscató, vivo referente de aquella primitiva y vetusta redacción del viejo Faro de la calle Solís, y reconocido apellido familiar en la historia del periodismo ceutí. Así quedó plasmado en uno de los capítulos de mi libro ‘El Faro, 75 años de historia’, coincidiendo con las bodas de platino del decano.
Circunstancias que no vienen al caso habían impedido que dicho libro le hubiera llegado con prontitud a sus manos, si bien él ya había seguido con especial interés los capítulos que venían apareciendo en nuestras ediciones dominicales. Recientemente, tras un viaje relámpago a nuestra ciudad, recogió la obra con gran emoción por su parte. Así me lo transmite en su email ante la imposibilidad de haberlo hecho personalmente.
Jubilado y residente desde hace muchísimos años en Torremolinos, donde se instaló para trabajar en la prensa malagueña, Buscató lleva a su ciudad natal en el corazón. Y su ‘Faro’, qué vía mejor, es el cordón umbilical que lo une con ella. “La impresión mía sobre Ceuta, después de unos quince años de ausencia, ha sido magnífica. He encontrado una ciudad verdaderamente preciosa y en verdad acertadamente transformada. He sentido con tan pasajera estancia no poder seguir recreando mis ojos y mi espíritu sentimental en ella como hubiera deseado”, me cuenta.
Es la común valoración que hacen de esta tierra quienes la visitan después de muchos años. La ciudad, efectivamente, es otra completamente distinta, urbanísticamente hablando. Moderna, elegante, señorial, acogedora, la mejor carta de presentación europea en el territorio africano que pisamos. Ha valido la pena cuanto se ha invertido en ella para poner aún más en valor los generosos encantos con los que la naturaleza quiso dotarla.
“No desaprovecho ningún escrito tuyo en ‘El Faro’ - me dice Eduardo-, como asimismo enhebro todo cuanto narra Paco Olivencia. Por cierto que entresaco de vuestras impresiones una coincidente inclinación al pesimismo sobre el actual estado de la ciudad”. Cierto. Y bien nos gustaría a ambos transmitir opiniones más alegres y confiadas infundiendo al optimismo. Pero ésta no es la Ceuta que nos vio nacer y crecer, la de tantas hermosas vivencias, tan familiar, confiada, abierta y, sobre todo, tan nuestra. Aquella del lema de Pepito Royuela: “si morir en Ceuta es un placer, qué será vivir”.
No, no es cuestión de nostalgia. Cómo ser optimistas en una ciudad con un 38,5 por ciento de paro, el mayor de Europa, que, en el caso del juvenil se dispara al 70,6. Con un modelo económico caduco y agotado, sin el sostén de su tradicional primer nicho de empleo, el comercio; con su modesta industria de antaño desmantelada, sin el pilar de riqueza que supuso la actividad pesquera o donde la aspiración de los jóvenes pasa por ser funcionarios o militares profesionales dentro de la reducida guarnición que nos han dejado.
Pero en el mejor de los casos, dónde buscar empleo para ese aluvión de parados escasamente cualificados en su gran mayoría y con una deficiente cuando no nula formación académica. ¿De qué futuro podemos hablar en estas circunstancias?
¿El turismo? ¿Cómo? Pasemos de la carestía de las navieras y pensemos en cuando somos noticia de portada nacional. Este mismo viernes con la detención de ocho ceutíes acusados de reclutar a yihadistas para Siria tras un impresionante despliegue policial. Y con anterioridad los nueve ceutíes, que se sepa, que habían partido ya para allá. Es muy inquietante el caldo de cultivo que pueda estar generándose con esta corriente de consecuencias imprevisibles.
Una ciudad en la que los atentados, las emboscadas y los apedreamientos a las fuerzas de seguridad se han convertido en algo habitual, cuando no los tiroteos. Una Ceuta que, para colmo, servirá de escenario de una serie televisiva de máxima audiencia como ‘El Príncipe’, de la que nada positivo hay que esperar para nuestra imagen, al contrario.
Esa Ceuta que en las cuatro últimas décadas ha sufrido un brusco vuelco poblacional con todo lo que ello conlleva, que asiste a la pérdida de identidad de determinados barrios cada vez más irreconocibles. La misma ciudad de residencias de conveniencia, de quienes vienen a trabajar por motivos exclusivamente económicos y que, en tantos casos, ni siquiera viven en ella. O esa otra de los que, tras su jubilación, venden sus viviendas o dejan sus pisos alquilados, y si te vi no me acuerdo. Pero eso sí, lágrimas de cocodrilo y palabras muy bonitas de despedida, muchas. Hipócritas. Esa Ceuta, en fin, en la que algunos se oponen a la celebración del 600 aniversario de su incorporación a la civilización occidental o su reconquista, como lo queramos llamar. Por esas y otras tantas razones, cómo no ser pesimista. Quisiera escribir otra cosa pero así lo siento. Qué desazón, querido Eduardo.

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