La a preocupación por la conservación del patrimonio cultural se ha ido incrementando con el paso del tiempo. Este creciente interés por los bienes naturales y culturales ha seguido una senda paralela a la mayor sensibilidad por el espíritu de los lugares. Según ha avanzado el fenómeno de la globalización se le ha otorgado mayor valor a aquellos elementos patrimoniales que distinguen a unos sitios de otros y le dan personalidad al propio territorio y a las personas que lo habitan. Las condiciones naturales de cada lugar condicionan su económica y conforman el patrimonio cultural que se irá acumulando siglos tras siglo. De esta forma, una parte importante del patrimonio arqueológico de los periodos más antiguos de Ceuta tiene que ver con el aprovechamiento de los recursos marinos y su condición de estratégico puerto comercial. Precisamente, la ubicación de Ceuta en un cruce de caminos entre Europa y África, y entre el Mediterráneo y el Atlántico, ha favorecido su intensa ocupación y la disputa por su posesión. Todo ello ha dejado una importante impronta sobre el paisaje ceutí en forma de murallas, fuertes, garitones y caminos de guardia.
Los tiempos cambian, pero el patrimonio construido tiende a permanecer dibujando la estampa de cada lugar. Desde este punto de vista, Ceuta es un auténtico palimpsesto que se ha borrado una y otra vez para volver a escribir una nueva página de nuestra historia. En otros sitios, ciertas páginas han quedado inmortalizadas y apenas se ha escrito un garabato en los márgenes. Podríamos citar algunos ejemplos, como Pompeya, Herculano, Toledo o el casco histórico de Cáceres. Sin embargo, lugares como Ceuta no han tenido esta suerte, obligando a los arqueólogos e historiadores a intentar releer estas páginas de la historia uniendo palabras sueltas o frases inconexas.
Además de la importancia del patrimonio cultural como fuente para el conocimiento del pasado histórico, los bienes naturales y culturales definen nuestro paisaje y le aportan identidad, como ya hemos comentado. Los expertos en psicología ambiental vienen insistiendo en la importancia que para nuestra salud física y psíquica tiene vivir en un entorno armonioso y equilibrado en el que el ingrediente natural y cultural esté bien representado. Al igual que el orden y la continuidad hay que considerarlos importantes necesidades humanas, su carencia, es decir, el desorden y la ruptura con el pasado, incide de manera negativa en el estado mental y emocional. La distorsión de los paisajes provocada por edificios fuera de escala o que rompen la armonía; el incesante ruido de los coches o de las actividades de ocio nocturno; o los olores de las plantas de producción eléctrica o el aire contaminado producen estrés y enfermedades físicas y psíquicas. No es bueno para la salud tanto cemento a nuestro alrededor y tan pocos árboles y espacios libres con presencia de plantas, agua y aves.
Por otra parte, la naturaleza y el patrimonio cultural enriquecen nuestro mundo interior y son el espejo donde se refleja la imagen de nuestra alma individual y colectiva. Paseando por lugares como el arroyo de Calamocarro, el camino de Ronda o simplemente entrando en un templo ceutí, sea de la religión que sea, uno puede conectar con la naturaleza y escuchar con nitidez esa voz interior que, en condiciones normales, resulta inaudible con tanto ruido a nuestro alrededor. También podemos escuchar las palabras de la naturaleza que adoptan la apariencia de potentes símbolos capaces de aportamos bondad y sabiduría. Estos símbolos son como el agua de una fuente permanente que nutre el pensamiento y los sueños. Estos sueños podemos transformarlos en proyectos cívicos concretos en el plano real.
En mi visión de la Ceuta Ideal, la musa Clío, es decir la historia, ocupa el lugar central y ejerce la función de motor sinergético de la sociedad ceutí. Las Musas conocen lo que han sido, lo que es y lo que será. Tendemos a pensar que el pasado es algo superado, pero es una visión errónea de la influencia del pasado en el presente y en el futuro. Precisamente, la contemplación del patrimonio cultural nos recuerda que ha habido otras formas de relacionarnos con el medio natural y aprovechar sus recursos para la subsistencia de las comunidades humanas asentadas en Ceuta. Esta ampliación del horizonte mental es un acicate para el necesario cuestionamiento de los ideales y la necesaria práctica de la crítica. Por otro lado, el estudio y la inspiración que nos provoca el patrimonio cultural presente en el espacio urbano, natural o el que se muestra en las vitrinas de los museos, nos hace descubrir las semillas latentes que quedaron sin germinar o no llegaron a dar sus frutos. En el caso de Ceuta, el patrimonio arqueológico de época romana nos recuerda que la principal motivación para el asentamiento romano en lo que pasó a llamarse “Septem Fratres” fue el aprovechamiento de los recursos marinos a una escala enorme y durante muchos siglos. También pone en evidencia que el comercio ha sido otra clave de la economía local desde sus orígenes.
Desde otro punto de vista más elevado, Ceuta y el Estrecho de Gibraltar ha sido un territorio fértil para las narraciones mitológicas cuyo hilo conductor ha sido la vitalidad de la vida y su continua renovación. Este lugar ha atraído a muchos héroes mitológicos ansiosos de aventura y animados por la búsqueda del elixir vital. No han sido menos quienes han entendido que el agua de la vida es otra forma de llamar a la sabiduría eterna. Esto explica la sorprendente vitalidad espiritual e intelectual de Ceuta en los siglos XII y XIII. Fueron muchos los sabios y ascetas que encontraron refugio en Ceuta o que vinieron a aprender de los grandes maestros que habitaron en nuestra tierra en este periodo de efervescencia espiritual. Estamos hablando de un tiempo, tal y como explica Victoria Cirlot en algunos de sus trabajos, en el que la energía de los símbolos y las imágenes arquetípicas conocieron una potenciación inusitada. En esta Edad Media, tan denostada por muchos, se alcanzó un equilibrio entre lo mítico y lo mental cuyo resultado fue la liberación de la imaginación y la explosión de un sentimiento de revelación espiritual que se expresó, como dijeron A. Baring y J.Bashford, “en la creación de belleza de todo tipo: manuscritos, catedrales góticas o el ciclo mitológico del Grial”.
A partir de lo que se ha denominado la “modernidad” el aludido equilibrio entre lo imaginal y lo mental se rompió a favor de esta última esfera de la existencia. Poco a poco se fue imponiendo la idea de que lo real pertenece exclusivamente a lo tangible o a lo que pasaba la prueba de la lógica racional. Concentrado en lo material, el ser humano puso todo su empeño en el desarrollo de una tecnología capaz de ir más lejos o explotar al límite los recursos de la tierra. No es menos cierto, para hacer un juicio justo de la modernidad, que se ha logrado avanzar de manera notable en la ciencia y la filosofía y en la esperanza y condiciones de vida. Ambas mejoras no han dejado de incrementarse y ha llegado su cenit en estos momentos que nos ha tocado vivir. Vivimos en un tiempo en el que al mismo tiempo que el ser humano es capaz de llevar un robot explorador a Marte, la naturaleza está gravemente herida y la ciencia puede poner a disposición, en menos de un año, una vacuna contra un virus desconocido y muy peligroso. De todos nosotros depende de que este éxito de la ciencia no se convierta en una victoria quimérica. Si el COVID-19 ha causado graves pérdidas económicas y humanas, los expertos nos advierten que las consecuencias del cambio climático serán mucho más graves si no decidimos entrar en un periodo de cero emisiones de gases efecto invernadero.
En este contexto, la historia y sus huellas materiales pueden ser una fuente de inspiración para iniciar una transición desde una economía depredatoria a una vital. Para que este cambio sea posible resulta imprescindible acometer una revisión profunda de nuestros ideales, ideas y pensamientos. Necesitamos una nueva mitología en la que la vida sea considerada la principal riqueza y el amor la fuerza que sustituya al poder en la acción de los seres humanos en el planeta tierra. Como escribió Thoreau, “¿De qué sirve una casa si no dispones de un planeta decente donde levantarla, si no soportas el planeta en el que está?”.