Con la sentencia absolutoria que dicta la Audiencia en torno a la tragedia ocurrida el 18 de noviembre de 2017 cerca de los isleros de Santa Catalina, queda en el aire la autoría de lo que fue, sin duda, una de las tragedias migratorias más importantes de las ocurridas en Ceuta en los últimos años.
Murieron tres personas y de una cuarta nunca nada se supo. Los supervivientes indicaron que se había ahogado junto con los demás, pero su cuerpo nunca llegó a ser localizado por los GEAS de la Guardia Civil.
Hoy, dos años después de esa tragedia, hay unos crímenes sin resolver. Porque crimen es que una persona (en este caso 4) sean subidos a una semirrígida y sometidos a una travesía infernal que terminó con ellos en el agua, atrapados en un mar del que no sabían salir ni mantenerse a flote.
Por la memoria de Mamadou Diallo, Amara Kaba y Kebe Ibrahim nadie lucha. Esas son las identidades de los tres fallecidos, cuyos cuerpos fueron enterrados en Ceuta. Son los nombres de los subsaharianos que fallecieron porque el piloto de aquella lancha, en colaboración con un segundo ayudante, no se detuvieron e iniciaron una persecución al extremo, que terminó con la embarcación cerca de los isleros. Esas dos personas huyeron del lugar, escaparon a la carrera protegidos por la multitud de curiosos que no hicieron más que entorpecer las labores de las fuerzas de seguridad. Los que la Guardia Civil señaló como implicados quedaron en libertad nada más ser detenidos y ahora quedan absueltos por falta de pruebas.
¿Quiénes eran entonces los que cometieron este delito, los que con su actitud causaron la muerte de tres jóvenes y la desaparición de un cuarto que ni siquiera ha podido ser localizado? La investigación de la Policía Judicial de la Guardia Civil se cerró, no hay más líneas para continuar. Judicialmente tampoco se ha tenido en cuenta la confesión por sorpresa que en el acto de juicio oral efectuó un agente de la Guardia Civil quien dijo haber visto en los pasillos de la Audiencia, el día del juicio oral, al patrón de aquel pase mortal. En la sentencia no se tiene en cuenta ese viraje como tampoco se tuvo en cuenta en instrucción. Así las cosas, dos años después de una de las tragedias más duras, nadie penará por estos hechos ni tampoco se abrirá una segunda investigación para posibilitar que haya justicia y que unos crímenes no se queden impunes.
A los jóvenes Mamadou Diallo y Amara Kaba le lloraron amargamente en Guinea Conakry. Sus familiares reconocieron los cuerpos de sus hijos como dos de los jóvenes fallecidos en el naufragio. Recibieron los vídeos de sus entierros en Sidi Embarek.
El tercero de los muertos fue, muy probablemente, Kebe Ibrahim, natural de Mali. No se pudo conseguir una identificación plena, pero todo apunta a que el joven enterrado sin identificar en el cementerio era él.
A los tres cuerpos se les tomaron las huellas necrodactilares de todos los dedos de sus manos, que fueron remitidas a la Unidad Técnica de Policía Judicial en Madrid. Mediante gestiones a través de Interpol se pudo contactar con sus países. Además se les tomaron muestras de ADN-Mitocrondial para posibles identificaciones.
Los tres jóvenes se llevaron sus historias, nunca pudieron llamar a sus familias, pero tuvieron un entierro digno en la ciudad que debía servirles de mero trampolín para cruzar a Europa, en donde tenían familiares.