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Inmersos en un equipo de fondo

“Ahora, con el ‘WhatsApp’, por lo menos pasamos más desapercibidos, pues ya no somos los únicos ‘chalaos’ que miramos el móvil cada dos minutos mientras estamos en un restaurante”. Este comentario, que ejemplifica a la perfección lo que significa para él la inquietud de saber que en todo momento puede surgir una emergencia ante la cual debe salir corriendo, nace de la boca de Oswaldo Tavío. Al volante de un vehículo de la Benemérita, se dirige junto a otros cinco compañeros del Grupo Especial de Actividades Subacuáticas (GEAS) de la Guardia Civil al pantano del Renegado. A su lado el sargento del equipo, Pedro Javaloyes, lo confirma: “Los GEAS es un servicio bonito, eso sí, lo que más pesa es el móvil”. Vigilar la cobertura o inquietarse cada vez que contestan una llamada procedente de la Comandancia es su día a día. Quizás el ingrediente de su rutina que más cuesta digerir porque, la mayoría de las veces, viene acompañado de malas noticias. Hoy Javaloyes no se despega del teléfono a sabiendas de que quizás sus superiores soliciten el servicio GEAS para trasladarse a Punta Leona. Allí, ya en aguas del vecino país, desapareció un residente ceutí mientras practicaba pesca subacuática. “Al tratarse de Marruecos se necesitan acuerdos a nivel político para que podamos actuar”, comenta, “aún así, estamos expectantes porque en cualquier momento nos pueden llamar”.
Pero mientras llega o no, Javaloyes y el resto del grupo debe seguir con los planes de preparación que garantizan que el servicio está al 100% ocurran accidentes o no. Dentro de esa programación efectúan cada pocos días el trayecto que une la base, ubicada en el extremo final del Muelle Alfau más próximo a San Amaro, y el pantano del Renegado. “Las inmersiones aquí nos permiten trabajar en una zona de visibilidad cero pues, aunque ahí no hay ningún tipo de corriente y el agua está totalmente tranquila, bucear sin ver absolutamente nada es tanto o más complicado que hacerlo en el mar”, informa el jefe. Un líder que, recalca, no es más ni menos que el resto de compañeros. “Se trata de un equipo tan técnico que cada uno sabe lo que tiene que hacer, ni el sargento ni el cabo son mejores buceadores que los seis guardias”, asegura. Ocho efectivos componen un grupo que, rápidamente, se convierte en una segunda familia.
La buena sintonía entre ellos se respira constantemente. A través de bromas o echando un rápido vistazo a las dependencias que utilizan en el día a día. Por eso, cuando hay un aviso grave, todos, sin excepción, se levantan de la cama, les toque trabajar ese día o no. “Cuando chocó el ‘Millenium’, por ejemplo, estábamos todos allí metidos en el agua a las cuatro de la mañana”, explica el GEAS más novato, Pedro Ubero. Llegó a Ceuta en enero, procedente de su Cartagena natal, tras superar con éxito el exigente curso de acceso que deben pasar quienes deseen ingresar en este servicio. “Por amor al agua”, responde tajante cuando se le pregunta por los motivos que le llevaron hasta él. Dice que siempre ha vivido en contacto con el mar. Que con cinco años ya hacía ‘snorkel’, y más adelante pesca submarina. Reconoce que el curso es duro y los más veteranos aseguran que las exigencias cada vez son mayores. “Duró más de tres meses, se empezaba con pruebas teóricas y luego prácticas”, cuenta Ubero, “es un proceso de selección complicado, pues empezamos 88 y solo lo superamos diez a pesar de que había 16 plazas”.
Conclusión: en los Grupos Especiales de Actividades Subacuáticas hay trabajo. Eso sí, a él no puede acceder cualquiera. Y para mantenerse dentro también hay muchos condicionantes. “Debemos superar determinadas pruebas físicas cada tres meses”, explica Javaloyes, “y si no superas dos de ellas de manera consecutiva debes pasarlas en Madrid, luego hay un período de reciclaje y, si aún así no estás al nivel, te quedas fuera y retornas a otros servicios del Cuerpo”. Unas exigencias, afirman, que generalmente se cumplen porque “quien está aquí es porque le gusta y se preocupa de mantenerse en forma”.
Todos  se confiesan apasionados de su trabajo. A la mayoría les condujo su afición por los deportes acuáticos, pero como entre la generalidad siempre se encuentra una excepción, en el grupo de Ceuta ésta se personifica en la historia de Juan Carlos Rebolleda. Oriundo de Madrid, es uno de los pocos agentes ‘de secano’ (Alicante, La Coruña, Murcia o las Islas Canarias figuran entre los rincones de procedencia de los efectivos GEAS) y aunque optó por inscribirse al curso casi por casualidad, enseguida le entró el amor por un servicio en el que lleva inmerso desde 1991. En primera persona vivió los Juegos Olímpicos de Barcelona, su primer destino, así como la catástrofe que se produjo tras una riada en un cámping de Biescas (Huesca) el 7 de agosto de 1996. Murieron 86 personas. “Aquello no fue bucear, sino directamente arrastrarse por el lodo en busca de cadáveres”, rememora mientras, junto al embarcadero del pantano, descarga con el resto de compañeros los equipos técnicos para realizar el primer ejercicio de la mañana.
Es esa la peor cara de su trabajo, pues son raras las ocasiones en las que el aviso llega a tiempo para salvar vidas. Por muy rápido que se llegue -por sus características geográficas el grupo GEAS de Ceuta, junto con el de Melilla, cuenta con un tiempo de reacción mínimo de apenas 15 ó 20 minutos- la fuerza del mar rara vez perdona. En el supuesto que han de efectuar hoy no hay muertos, pero sí un aviso de que, posiblemente, un delincuente ha arrojado el arma del delito al fondo del pantano. El detector de metales, por tanto, va cargado en el furgón. Y también la máscara de comunicación que se hace indispensable cuando no hay visibilidad. Ubero y José Botella serán los encargados de sumergirse. Antes se ha descargado de lo alto del vehículo la zódiac, que se ha dejado junto al embarcadero que a primera hora de la mañana frecuentan varios piragüistas dispuestos a realizar sus ejercicios diarios. Aparte, unas boyas delimitan el punto exacto sobre el que rastrear. “Aquí solemos hacer tres clases de ejercicios diferentes”, enumera Javaloyes, “circulares, que consisten en ir rastreando el fondo de una zona ampliando el radio del círculo cada vez un metro, abanicos o ‘filieres’, que se ejecutan montando calles en el agua con cuerdas pesadas que se hunden y se van siguiendo, como no se ve nada es la única manera de asegurarnos de que lo hemos inspeccionado todo”.
Mientras Ubero busca la pistola ficticia en los fondos del pantano junto a Botella (las inmersiones siempre se realizan en pareja por mayor seguridad), Tavío y Javaloyes escuchan atentos que todo marcha bien a través del equipo de comunicación. El descenso se ha programado para tan solo ocho metros, si bien el límite está fijado en 50. La prueba marcha sobre ruedas, así que entre tanto hay tiempo para las anécdotas y los recuerdos. Rebolleda, a pesar del paso de los años, no sale de su asombro cuando visualiza lo que hace unos años, mientras trabajaba en Alicante, encontró en las Lagunas de Rabasa. Una investigación judicial les indicó que un delincuente había arrojado allí la pistola pero, al ir abuscarla, lo que encontraron fue mucho más sorprendente. “Todas las armas y coches robados de los últimos años estaban ahí, clavadas en el fondo como espárragos”, cuenta describiendo a la perfección la imagen, “nuevas y viejas, todo iba a parar al fondo de la laguna”. En esos momentos los GEAS están ejerciendo una de las varias tareas que tienen encomendadas. Concretamente, la que les capacita para ejercer las funciones de Policía Judicial por hechos ocurridos en ámbito subacuático.
Y es que estos grupos son multifunción. Aparte de la búsqueda, localización y recuperación de personas y objetos en el medio acuático y subacuático también deben vigilar, prevenir y proteger el patrimonio cultural, histórico y natural sumergido. “Desde hace unos años se está haciendo mucho hincapié en la revisión de los pecios catalogados en la carta subacuática, para comprobar que no sufren alteraciones”, informa el sargento. Cucharas de plata del siglo XVI, tazas, cañones... los fondos marinos ceutíes esconden muchas y gratas sorpresas que, por ley, deben permanecer inalterables.
El listado de funciones continúa. “Reconocimiento de fondos, cascos de embarcaciones, obras u objetos sumergidos, con fines de seguridad, protección antiterrorista o vigilancia fiscal”, informa mediante su página web oficial la Benemérita en lo referente a los grupos GEAS. En este apartado encontramos, por ejemplo, la inspección que hace unas semanas tuvieron que hacer cuando un carguero con bandera de las Islas Marshall, el ‘Tiverton’, se empotró incomprensiblemente contra la escollera. “¿Ves todos los huecos que hay bajo la pista del helipuerto? Periódicamente, en especial ante la llegada de alguna personalidad importante, se revisa al milímetro por motivos de seguridad, para prevenir posibles atentados”, explica Ubero a la par que cuenta que, como la mayoría poseen la titulación de artificieros, también están capacitados para desactivar en tal caso el explosivo.
Para entonces ya han cambiado de escenario. Han recogido los trajes, equipos y zódiac en el pantano, justo cuando llega un grupo del RING-7 también dedicado a estas labores, y un rápido desayuno junto al antiguo hospital ha servido como anticipo al segundo ejercicio de la mañana. Recargar las pilas es fundamental. Ya en el mar -no hay que olvidar que los GEAS también están preparados para trabajar en ríos o cuevas- este segundo supuesto de rastreo y búsqueda se sirve del denominado torpedo, un motor con una hélice que les permite avanzar autopropulsándose más metros en menos tiempo. “Solo se puede utilizar en condiciones de visibildad favorables”, puntualiza Javaloyes, a los mandos de la embarcación que han tomado en el Puerto Deportivo.  Se sumergen los canarios, Tavío y su paisano Agustín Gallego. De camino, este último, nacido en Fuerteventura, relata la que fue su intervención más gratificante. Se produjo en 2007 en la ciudad hermana de Melilla, el que fue su primer destino. “Por desgracia lo más habitual suele ser tener que rescatar cadáveres”, lamenta, “pero yo me cuento entre los afortunados que hemos tenido la suerte de salvar la vida a otras personas, y eso es sin duda lo que más te llena de este trabajo”. La desgracia de una primera bañista, atrapada en un acantilado, se extendió hasta un total de cinco personas en graves apuros al intentarse ayudar unos a otros. “Empezó a entrar mar de fondo y aquello se convirtió en una trampa casi mortal de la que por fortuna logramos rescatarlos”, comenta.
No buscan ser héroes. Su único premio es hacer bien el trabajo que se les ha encomendado. Con celeridad y profesionalidad máxima. “Lo bueno que tiene Ceuta es que el tiempo de reacción nunca rebasa los 20 minutos, aunque sean las tres de la mañana y el aviso nos saque de la cama”, comentan todos en uno u otro momento de la jornada. Aunque en ocasiones se les ha acusado de no acudir con la máxima celeridad, hay que recordar que el servicio funciona las 24 horas, los 365 días del año. Para que así sea siempre cuatro de los ocho integrantes están de lo que ellos califican ‘guardia combinada’, es decir, localizables en todo momento. Todos, sin excepción, han tenido en algún momento que dejar a medias una cena o echar a correr de madrugada. Y todos, en especial los más veteranos, cuentan en su diario personal días marcados a fuego, de esos que preferirían que jamás hubieran ocurrido. Como padres de niños pequeños, aseguran que lo más duro es topar con los cadáveres de pequeños de corta edad. Un hecho que por desgracia a algunos de ellos les tocó vivir en el Muelle de España aquella fatídica noche de marzo de 2010 cuando dos hermanos murieron al caer al mar.
Sinsabores como este u otros a un lado, muchas veces en estrecha unión con la inmigración ilegal que tantos episodios dramáticos ha proporcionado, prefieren quedarse con la cara amable de un trabajo que les llena al 100%.
Con los delitos esclarecidos gracias al hallazgo de un arma, con el cadáver recuperado como último deseo de una familia rota por la desgracia, con la prevención efectuada para evitar accidentes o atentados, con el patrimonio salvaguardado. Con la certeza de que son, junto a los grupos de Socorro y Montaña, uno de los equipos mejor preparados y más especializados de la Guardia Civil. Una Benemérita con otra cara. Con un día a día quizás más relajado pero con la responsabilidad de saber que puedes recibir una llamada urgente en cualquier momento. Un servicio donde las personas no son nada sin el grupo. Un servicio que precisa de un equipo cohesionado y comprometido a fondo.

SISTEMAS DE SEGURIDAD Prioridad en todo momento

“El orden de prioridades que se nos marca desde que hacemos el curso es: seguridad, misión y comodidad”. Tres factores claves para que las operaciones del grupo GEAS sean lo más existosas posibles que el equipo que trabaja en Ceuta lleva a rajatabla. No es para menos, pues los peligros a los que uno se expone en el momento en que se equipa y comienza a sumergirse son importantes. De ahí la importancia de ir ‘armado’ con el ordenador y, en zonas de escasa o nula visibilidad, una máscara de comunicación que permite que el compañero que se queda en la superficie controle en todo momento a través de unos cascos si todo marcha según lo previsto o se ha presentado algún tipo de problema. Jose Botella, por ejemplo, opta por llevar el ordenador a través de un reloj de muñeca. Para él es así más cómodo, aunque otros compañeros optan por una pantalla que cuelga del equipo junto al resto de medios técnicos. En uno u otro caso la información que esta medida de seguridad proporciona es la misma e incluyo, por ejemplo, el gasto de aire, el tiempo y velocidad de subida, el tiempo y distancia de descompresión, cuánto ha durado la inmersión... “La velocidad de ascenso es primordial”, indica Botella, el único ‘caballita’ del grupo, “y es que muchas veces los accidentes se producen mientras se está ascendiendo, por ir demasiado rápido, y no en el fondo”.
El uso de la máscara de comunicación también es vital, sobre todo en fondos donde apenas se ve. Ese es el caso del pantano, por eso en los ejercicios del día a día es allí donde la utilizan. “Mira, escucha”, nos invita Oswaldo Tavío tras comprobar que su compañero Ubero está descendiendo tranquilo, “si estuviera nervioso o agobiado la respiración sería mucho más rápida”. Efectivamente, a través de los cascos se oye la respiración tranquila de Ubero, solo interrumpida por el sonido de un burbujeo.
Otro factor clave que aporta seguridad a este servicio está dentro de cada uno de los agentes. Se trata de la templanza y la serenidad que debe viajar siempre con ellos. “El GEAS debe, ante todo, ser tranquilo porque a la hora de equiparse no debe olvidar nada y si se da algún imprevisto durante la inmersión debe de tener la sangre fría suficiente para saber en todo momento donde está su equipo y reaccionar rápido”, remarca el sargento Javaloyes.

 YALA, de deambular por el puerto de Algeciras a mascota de los GEAS

Tiene ocho años y se llama Yala. Mira a la cámara con ojos bonachones. Gesto que, aseguran sus compañeros, no es ninguna pose ante la cámara. “Es muy tranquila, solo se altera y ladra un poco si viene alguien desconocido, pero en cuanto se da cuenta de que no pasa nada vuelve a sus asuntos”, explica Oswaldo. Él fue uno de los agentes que recogió a Yala del aparcamiento del Puerto de Algeciras. “Tuvimos que ir a un servicio y la vimos deambulando sola por allí, así que preguntamos si era de alguien y, tras comprobar en el chip que no tenía dueño, decidimos adoptarla”, cuenta. Pronto, como el resto de canes que han pasado por la base de los GEAS en Ceuta, descubrieron que a Yala le encantaba remojarse en el agua. Por eso, porque saben que disfruta, alguna vez le conceden el capricho y se la llevan a realizar alguna de las prácticas. Su récord, cuentan, está un día en que les acompañó hasta la zona de San Amaro y la valiente se aventuró a nadar completando el espigón. “Aquel día íbamos a Los Isleros y, para nuestra sorpresa, se vino detrás”, recuerda Oswaldo quien destaca que Yala se desenvuelve a la perfección en el agua. En la base de los GEAS ubicada al final del Muelle Alfau Yala tiene su casa. Y no es una metáfora, pues junto a la entrada cuenta con una caseta en cuya fachada figura su nombre. Una perra afortunada que se ha forjado, a base de cariño y fidelidad, un hueco en la familia de los GEAS. Es la novena integrante del equipo, una de las más veteranas.{galerias local="20121010_18_19_20_21" titulo="Inmersos en un equipo de fondo"/}

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