Opinión

Influencia de lo español en Marruecos

Hace sobre unos dos meses expuse en un artículo que Europa y África habrían sido en la más remota antigüedad un solo continente; pero que hace unos 66 millones de años, se habrían separado tras una serie de terremotos y cataclismos que hicieron nacer el Estrecho de Gibraltar con la separación de los continentes europeo y africano, dando lugar a numerosos trasvases de gentes, encuentros, luchas e interrelaciones entre civilizaciones y culturas de uno y otro lado, que fueron más intensos en los territorios de la antigua Hispania y Norte de África; anunciando entonces que en entregas sucesivas iría exponiendo. La priorización de otros temas de mayor actualidad no me permitieron hacerlo; pero hoy retomo aquella senda prometida. En el libro “Marruecos andaluz”, de Rodolfo Gil Grimau (1931-2008), filósofo español y filólogo árabe, que como segundo apellido utilizaba el de Benumeya, por ser hijo de un viejo morisco casado con la española, Emilia Grimau (hermana del Julián Grimau, célebre antifranquista), refiere que, apenas entramos dentro de una emoción española fundamental, encontramos ya a Marruecos en la puerta; porque, entre otras muchas cosas, quienes construyeron la Alhambra de Granada fueron los antepasados de los actuales marroquíes. Y, al menos hasta 1943 que Benumeya vivió, Marruecos era como un museo vivo donde se podían ver las casas, ropas, costumbres y viejos usos de la España medieval; aquella patria vieja de reyes moros de la dinastía Omeya, amigos de los cristianos, y amigos del rey español San Fernando, pese a que éste fuera quien les reconquistara gran parte de Andalucía. Pero la más fuerte vinculación de los hispanos con los antiguos habitantes autóctonos de Marruecos, los bereberes, se dio en la Hispania Tingitana, en época de los romanos, también llamada Transfretana, con capital en Tánger, que también comprendía Ceuta y Melilla. Hacia el año 40 de la Era cristiana la antigua Tingitana fue una provincia dependiente de la Hispania romana. Comprendía la parte noroeste del actual Marruecos. Y en dicha región, hasta la invasión del Norte de África por los árabes en el siglo VII, los hispanos convivieron y confraternizaron perfectamente y sin ningún problema durante siglos con los bereberes, hasta que los árabes procedentes de Egipto, Arabia y Siria ocuparon la zona. Entonces, primero expulsaron a los cristianos; y, después, se apoderaron de todo el Norte de África, convirtiendo a la religión musulmana a los propios bereberes, que anteriormente habían practicado numerosas deidades; pero terminaron sometiéndose al islamismo, tras luchas sangrientas que mantuvieron con los árabes durante 50 años. El africanista Tomás García Figueras, en su obra «Marruecos (la acción de España en el norte de África)» (1939), refiere: “El emperador Otón, en prueba de estimación a la provincia de la Hispania Ulterior y con el fin de aumentar su comercio y la extensión de su gobierno, el año 69 d.C., agregó la provincia de la Hispania Tingitana a la provincia Bética y al convento jurídico de Cádiz…”. Y en lo mismo coinciden otros prestigiosos autores. Uno de ellos, fray Bartolomé de las Casas, dice:”…Portugal no se detuvo en su propio territorio, y se lanzó a la reconquista del otro lado del Estrecho de Gibraltar, ya que habían sido tierras cristianas conquistadas por los árabes. De modo parecido procedieron los españoles, que conquistaron Melilla en 1497, Mazalquivir en 1505, Peñón de Vélez de la Gomera en 1506, Orán en 1509, Bujía y Trípoli en 1510, etc. Unos y otros saltaron al sur del Estrecho con la idea de que no sobrepasaban las propias fronteras, ya que dichos territorios cristianos habían formado parte de la antigua Hispania”, haciéndola depender el propio Abderramán III de la Península Ibérica, hasta que los árabes se apoderaron de Tánger, capital de la Tingitana, el año 708. Pero España y el Norte de África, tan diferentes ahora, en su día fueron su “media naranja” la una de la otra, como dos mitades de una misma fruta partida, cuya separación física, tras el nacimiento del Estrecho de Gibraltar, hizo que el Rif se desgajase de lo que después sería Al-Ándalus, que no sólo comprendía la actual Andalucía sino gran parte de España. Y aun después de la separación geográfica, mantuvieron la comunicación espiritual entre ambos lados. Desde África llegaron entonces a España hasta cinco expediciones de inmigrantes. La primera, a las sierras penibéticas; la segunda, la de los paleolíticos capsienses; la tercera, la de los iberos neolíticos, que fue la base de lo español castizo; la cuarta, la de los tartesios, posterior a los íberos; y la quinta, la continua emigración árabe que duró desde el eneolítico hasta el siglo XII. De la época en que los cristianos convivieron con los bereberes, no sólo son de destacar la pacífica y armónica convivencia entre ambas etnias, sino que todavía se mantienen una serie de costumbres y tradiciones dignas de destacar: Danzas comunes de palos y saltos, calzados de esparto, pañuelos a la cabeza en forma de venda, antiguo “sagum” o capa celtibérica que sobrevivió en el Suljam y el Burnus marroquíes, vestidos muchas veces con el mismo traje azul, etc. Asimismo, en la vida social, se daba la similitud en la tertulia, la partida, la comisión, el grupo de amigos. Y aun se da entre ambas etnias el característico extremismo hispano-bereber, como la falta de moderación y de términos medios, los altos y caballerescos ideales, el mantenimiento de la propia opinión sin permitir ser contradichos, el querer anteponer unos y otros “su real gana”, y el no hacer a veces lo que se puede hacer, contentándose con sólo saber que puede hacerse (indolencia). La relación hispano-marroquí se intensificó luego en época de los almohades. Éstos eran gente rural, poco formados, que tuvieron que utilizar técnicos andaluces que transmitieron muchos usos y costumbres de Andalucía a Marruecos. De Sevilla fueron a Marrakex médicos, arquitectos, poetas, predicadores y jueces. Andaluces fueron también obreros que se dispersaron por todo Marruecos creando miles de industrias que para los marroquíes eran entonces desconocidas, como la de los cueros de colores, dorados y policromados, y cien maravillas arquitectónicas, como la Kutubía, y en Rabat la Hasan, a modo de la Giralda de Sevilla. El encanto de los monumentos andaluces de Marrakex reside en su tranquilidad, en el silencio que los rodea, en el laberinto de tapias que hay que atravesar para llegar hasta ellos, en su extraño colorido de suavísimos tintes morados, sonrosados y rojos desvaídos, a modo de los españoles de la época. Las modas y usos que Granada creó desde el siglo XIII al XV han sido también hasta 1943 modas y usos marroquíes, que se han mantenido durante más de seis siglos. Los tres reinos de Granada, Fez y Tremecén vivieron en aquella época en mutuo paralelismo, facilitándose ayuda militar, financiera y política, casándose los hijos e hijas de sus sultanes los unos con los de los otros, organizando la corte, el ejército, la sociedad, la vida de los gremios y la vida municipal de idéntico modo. Siendo Granada la más culta de las tres cortes, la que daba el tono al conjunto. Granadinos fueron los albañiles que hacían los monumentos en los tres reinos; granadina era la cerámica dorada y los tejidos de doble dibujo por las dos caras; también las ferrayías de gasa y la colección de ropajes con los que se vestían sultanes y visires en las ceremonias. Las mujeres marroquíes se vestían según el modelo y la moda que había en la Alhambra. Así, Fez y Tremecén, bajo la dinastía zenete borr, eran afectas a lo andaluz y deseosas de empaparse de todo lo que en Andalucía se pensara, produjera o fabricara, irradiando lo andaluz por todas las ciudades marroquíes de la época. Desde el califato de Córdoba, en épocas de Abderramán III y Alhaquem II, se puso freno al peligro argelino de los ismailitas que por entonces pesaba sobre Marruecos; después tuvo lugar el traslado de la escuela jurídica malekí, que había tenido su sede en Córdoba, y que se distingue por lo tradicional, lo meticuloso y lo reposado. También en tiempos de los almohades llegó a Marrakex el célebre filósofo y sabio cordobés Averroes, que está enterrado en dicha ciudad, y del que fue discípulo nada más y nada menos que Santo Tomás de Aquino. Marruecos se nutrió en aquella época de intelectuales árabes andalusíes de la talla del cordobés Aben-Masarra, que fundó la escuela mística neoplatónica; también su discípulo Aben-Arabi, nacido en Murcia, que fue el místico de mayor autoridad en todo el Islam; Mohamed Ben Asraf, nacido en Ronda, célebre y moderado pacifista; también de Ronda era Ibn Abbad, que fue considerado el precursor hispano-musulmán de San Juan de la Cruz; y el sevillano Abu-Madyan, el Andalusí, llamado el “quintaesencia de los santos”, y al que Aben-Arabí le consideraba como su maestro. Gil Benumeya refiere que en 1943 todavía se conservaban en las familias de Fez, descendientes de los musulmanes nacidos en Andalucía, numerosas costumbres españolas cuidadosamente guardadas y transmitidas de padres a hijos, incluso las viejas llaves de la casa ancestral de Sevilla o Granada. Su conservación era como un hondo sentimiento y un recuerdo tan fuerte, que ha sobrevivido a cinco siglos y que en sus orígenes incluso se les atribuían milagros. Esos andaluces constructores de la Alhambra y paisanos de Averroes fueron entonces el cerebro del Islam occidental, y al trasladarse a Marruecos, también ellos fueron los que le dieron alma a dicho país, de manera que los trozos esparcidos de Andalucía han fermentado por todas partes. Para el autor, el camino de la Meca a Marruecos pasó por Granada. En esa influencia de lo español en Marruecos, jugó un papel muy importante la llegada de los moriscos españoles al territorio marroquí, que se produjo entre los años 1492 y 1610. Como es sabido, los musulmanes moriscos eran descendientes de los árabes que el año 711 invadieron España y que, tras la pérdida de su último bastión de Granada, unos optaron por refugiarse en Marruecos el mismo año 1492 en que Boadil entregó a los Reyes Católicos la ciudad granadina, y otros continuaron en territorio español hasta que se produjeron varias revueltas, como la de la Alpujarra, y fueron expulsados de España, instalándose en el vecino país. Se trataba de españoles de religión musulmana, que la mayor parte de ellos habían nacido en Andalucía, Extremadura y Murcia, y que una vez que llegaron, principalmente, a ciudades marroquíes tan importantes como Fez, Tetuán y Rabat, en ellas conservaron, fielmente reproducidas, todas las costumbres de su tierra española de origen, que por su refinamiento y cultura son llamadas Hadrías. Ellos fueron los que en buena medida dieron luego una organización hispano-musulmana al Estado y a las instituciones marroquíes, hasta el punto de que la recepción de esa cultura española hizo que Marruecos se convirtiera en un museo vivo, donde en muchos lugares hizo que se conservara intacta durante bastante tiempo la Andalucía de la Edad Media. La caída de Granada, supuso para aquellos musulmanes de 1492 la desaparición del viejo reino granadino. Fue un corte brusco que entonces separó a Andalucía de Marruecos. Pero la ruptura física o geográfica fue en buena parte paliada con los lazos de unión espiritual que se conservaron casi intactos en cuanto a las tradiciones, las costumbres y los usos sociales. Esta fuerte influencia hispana en Marruecos vino dándose ya desde siglos anteriores a la rendición de Granada. Los hermanos y escritores franceses Jerome y Jean Tharaud, dicen que: “En Fez es donde se conserva embalsamada en cedro toda la civilización de la Andalucía mora”. Y es que ha sido sobre dicha ciudad marroquí sobre la que se han ido depositando siglo tras siglos las capas del andalucismo, o el sentimentalismo que da pátina a buena parte de las almas y de los hijos de dicha ciudad. Y esto último, es sumamente importante y poco conocido por españoles y marroquíes; entendiendo que su mutuo conocimiento puede ser la levadura que ayude a fermentar las confianza y amistad entre ambos pueblos. !.

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