La vida es un lugar inexpugnable, porque la adornamos con quiénes somos no con quiénes queremos. Vivimos al ritmo del dinero como Belén Esteban que humea carguito político o es marioneta de gargantas profundas que quieren vocear lo que a ellos no les escuchan. No es política- no se me pierdan- es espectáculo porque el mago de Telecinco siempre sabe que la hucha donde depositamos la calderilla se llena con trifulcas y maremotos que ellos mismos ocasionan para vendernos-luego- las vendas.
Supongo que por esa misma regla de tres ya no nos creemos nada- ni queremos a nadie- más que a los dioses materiales que Moisés intentó desterrar antes de llegar a buen puerto, pero que aún nos acompañan disponiendo nuestras existencias.
Somos dinero, incluso aunque no lo tengamos.
Somos cremas que no necesitamos para las arrugas que el tiempo compone y nuestra genética premia porque nuestra abuela era un Shar Pei revenido a humana y cuando movemos el cuello es sarta de carnes magras lo que vuela al contacto del viento.
No nos aceptamos porque las imágenes visuales que tenemos de la perfección son gente feliz en un mundo de guerras, enfermedades y desaliño económico. Gente feliz y muy delgada, guapos, alegres hasta la extenuación y con una dentadura perfecta. No les duelen los ovarios, ni las muelas, ni la migraña les afecta porque solo tienen carne de salón. Pero ojo, aunque los viéramos derretirse delante de las cámaras como es el caso de La Esteban o Jorge Javier nos daría igual siempre que el espectáculo siguiera como adictos que somos a quedarnos ciegos de tanto mirar la idiotez más supina.
El otro día compré un cupón de la ONCE porque mi hija quería y nunca lo había hecho. Se lo compré para ella. Lo escogió ella y lo pagó con mi dinero, ella. Se puso a mirar los números de la solapa del vendedor hasta que le preguntó...¿ No tienes otro once?. Y él le estampo en la cara una carcajada enorme mientras contestaba… “Pues no sé porque últimamente no veo nada”. Él se reía y ella se reía contagiada por él, pero yo le reñí porque no estaba bien burlarse de la ceguera. Entonces él me dijo… “Cuando perdí la vista el sentido que más se me intensificó fue el del humor y es el que me defiende de todo” No pude contenerme y le confesé… “Pues entonces usted es el premio, no lo que salga en el cupón”. Le encantó. Dijo que nunca le había dicho una cosa tan guapa.
Al pasar los días, llegó el sorteo. No le tocó absolutamente nada, pero a él sí. Porque seguirá trabajando y dándole el premio de su bondad a todo el que se le acerque. Eso lo entendió mi hija. No sé si lo recordará o le valdrá para siempre, pero a mí sí porque hay pocos, pero los hay. Gente que trabaja por un jornal no por una piscina, ni por ser el TT, ni tener más seguidores, ni que los quiera alguien que no lo conoce ni le huele la planta de los pies. Porque no hay nada comparable a que te quieran a pesar del olor de tus pies, tu mal genio mañanero, de que seas quisquilloso, demasiado inocente, retorcido como un clavo o dulce como BlancaNieves. No hay nada igual a que te quieran por cómo eres, no por lo que seas. La vida está llena de tropezones, de baches, de sobresaltos, de malas contestaciones y de gente que te hincha los ovarios o las pelotas al menor contratiempo. Eso lo sabemos bien los que hemos perdido a alguien porque no hay más idiotas juntos, ni más hipócritas, ni más crueldad que en el entierro de alguien que ostentó algún cargo. Hay gente a quienes su posición los define y no solo hablo de Notarios, escritores famosos o Fanny de “la Casa Fuerte”. Hablo de esos que todos saben quiénes son y que cuando se mueren se llena el velatorio de “allegados” para ver quién está y quién no y luego cardar el hilo de la madeja.
La vida puede ser un lugar inexpugnable hasta que escuchas reír a carcajadas a quien no ve ni nunca va a ver, pero siente con tanta intensidad que te abre los ojos a que la vida sonríe si eres capaz de darle una mísera oportunidad.