La excesiva movilidad a la Península de la que todo el mundo habla y la que todos repetimos no puede tener como respuesta única la indignación entre amigos o expuesta en forma de comentario en una red social. Hay muchísima gente que está cumpliendo, que no ha salido a la Península a ver a sus familiares por ser consecuente y respetuoso con las normas, evitando poner en peligro a los demás. Esa gente se siente ahora estafada porque ve cómo hay quienes se toman a pitorreo lo que está pasando y viajan a la Península sin la justificación debida, engañando con descaro o haciendo malabarismos para burlar las normas establecidas. Lo veremos a partir de mañana, o incluso desde hoy, cuando sean muchos los que quieran cruzar al otro lado del Estrecho. No dudo de los controles establecidos por las fuerzas de seguridad, pero algo falla cuando todos los fines de semana el movimiento de vehículos es escandaloso, siendo imposible que todos sus ocupantes hayan justificado ese movimiento. Algo está fallando cuando todos hemos visto la hilera de vehículos que regresan a Ceuta el domingo por la noche. Creerse que todos han ido al médico es de chiste, es inaceptable y constituye una mofa al resto de la sociedad.
Pero no hay que cegarse con mirar solo lo que sucede en el puerto; a pie de calle, en Ceuta, el incumplimiento de la norma se ha convertido en algo generalizado. Y es ahí donde los controles no funcionan. No lo hacen porque nadie controla que se cumpla el decreto del uso de mascarilla en la hostelería -solo retirada para comer o beber- ni nadie revisa las reuniones que se llevan a cabo en las barriadas y en el propio centro. Parece existir una fijación hacia los padres que no saben a dónde llevar a sus hijos o hacia quienes practican deporte y se les acusa de trasladar el virus. En cambio nada se hace cuando a la vista de todos se incumplen los decretos de sanidad y se articulan medidas tan extrañas como impedir reuniones en casas pero dejarlas sin control en cualquier otro punto. Algo no se hace bien: habrá ciudadanos incívicos pero también unas normas que ni la propia clase política es capaz de aclarar.