Como todos sabemos, al haber presentado su dimisión por razones de edad el ya Obispo Emérito de Ceuta D. Antonio Ceballos Atienza, por S.S. el Papa ha sido nombrado en su lugar el nuevo Obispo de Cádiz y Ceuta D. Rafael Zorzona Boy, quien es de esperar que en breve plazo también tome posesión de la diócesis de Ceuta. Y, como simple creyente, deseo al Obispo saliente D. Antonio un sereno retiro, muy venturoso y feliz, pese a que nada me une con él y con el que no he tenido otra relación que no sea la de haber asistido colectivamente a algunos de los actos religiosos que ha presidido aquí en Ceuta. A título particular, me permito transmitirle mi gratitud por el interés y la bondad que creo que siempre ha puesto en sus comportamientos y actitudes para con esta diócesis. Y al nuevo Obispo, D. Rafael, al que no conozco, pues también me permito darle mi respetuosa y modesta bienvenida, a la vez que le deseo toda clase de éxitos y satisfacciones en su nuevo cargo eclesiástico, por su propio bien, el de Ceuta y de los ceutíes.
Esta ocasión del relevo quizá sea momento oportuno para referirse a la relevante importancia que siempre ha tenido la diócesis de Ceuta desde sus orígenes, que si bien es seguro que ello es del mejor conocimiento de ambos prelados, bueno será recordarlo de forma general a los diocesanos. Y es que, sin contar la época anterior de la Basílica tardorromana y de la presencia y martirio de San Daniel y Compañeros, la Iglesia de Ceuta desde su creación tras la conquista por Portugal en 1415, ha tenido siempre una extraordinaria importancia. Lo primero que hizo el rey portugués D. Juan I tras la conquista fue ordenar que se oficiara al día siguiente una misa en acción de gracias. Después, el Papa Martín V, en una especie de “entente cordiale” con el rey portugués dio una serie de bulas todas encaminadas a promover, fomentar y apoyar a la Iglesia de Ceuta, cuya ciudad fue declarada “Bastión de la cristiandad de Occidente en el Norte de África”. Y yo diría que durante casi seis siglos (596 años exactamente), Ceuta ha sido una de las ciudades en la que desde su bóveda celeste ha brillado con más fuerza la estela de la fe cristiana. Y ello todavía se nota aquí mucho en los cristianos, entre los que aun se conservan hondas tradiciones y profundas raíces católicas, más una gran devoción hacia las imágenes, sobre todo, a la Virgen de África, Patrona y Madre de Ceuta, a la que los ceutíes se encomiendan poniendo en ella gran fe y fervorosa devoción.
Ceuta, recibió de Roma el muy calificado atributo de ser “la única ciudad que confiesa la fe cristiana en África, tercera parte del mundo”. Y, además, en 1441 el Papa Eugenio IV tuvo especial interés en poner la diócesis ceutí bajo la protección de su directa dependencia papal, sin la intermediación de ningún metropolitano, hecho poco usual que muestra el interés, desde principio, de la Santa Sede por esta ciudad y en que recibiera las gracias y privilegios que en todo momento le otorgaron los diversos Pontífeces. Y no cabe duda de que toda esa mayor preocupación y todo ese interés que ya en aquella época se puso desde Roma, no sólo en mantener y preservar la fe católica en este pequeño territorio, sino en fomentarla y extenderla a buena parte del norte de África, pues ello fue también la causa de que los portugueses se lanzaran luego a la conquista, primero de Alcazarseguer en 1458, y después de Arcila y Tánger en 1471.
Ese fue también el motivo de que el Papa Martín V diera una serie de bulas que favorecieron a Ceuta, elevándola a ciudad y promoviéndola a diócesis. Así, por bula “Romanus Pontifex”, de 4-04-1918, dirigida a los arzobispos de Braga, don Fernando Guerra, y de Lisboa, don Diego Álvarez de Brito, se les encomienda la incoación de un expediente de averiguación de motivos, para venir en conocimiento de si Ceuta merecía la categoría de “ciudad”, y si su mezquita podía ser promocionada a Iglesia Catedral, tal como a dicho Papa había solicitado el rey don Juan I, ordenándoles que, en caso afirmativo, así fueran las mismas declaradas, tal como consta en el Archivo Secreto Vaticano, volumen 195, folio 289, documento 144, página 287. Y el 6-09-1420 ambos arzobispos emitieron sentencia ejecutoria favorable, siendo designada por ella dicha Iglesia Catedral cabecera de una nueva diócesis, en la que se marcaron como términos el reino de Fez y los territorios del reino de Granada más próximos al mar, por entonces todavía en poder de los árabes. El primer obispo de Ceuta fue fray Amaro de Aurillac, nombrado mediante la bula “Romani Pontificis” de 5-03-1421, como consta en el Archivo Nacional de la Torre do Pombo (Portugal). Dicho obispo Amaro tuvo un enorme ascendente y prestigio en la corte y en la iglesia de Portugal, habiendo sido primero obispo de Marrakéx y después simultaneó su dignidad como obispo de Ceuta con la de capellán mayor de los reyes portugueses don Juan I, don Duarte y don Alfonso V.
Pero la relevancia de la diócesis de Ceuta se acentúa aun más cuando el Papa Eugenio IV, mediante la bula “Romanis Pontífices”, dada en 1444, concedió al posterior obispo de Ceuta fray Juan Manuel (sucesor del obispo Amaro), el título de Primado de África. Vemos así, la especial importancia que desde su origen los Papas dieron a la diócesis de Ceuta, haciéndola depender directamente de Roma y elevando su obispado a Primado de África. Y como quiera que esa nueva categoría eclesial exigía mayor dotación económica, dignidad y prestigio, el documento atribuía al obispado de Ceuta las rentas y bienes que integraban los obispados de Tuy y Badajoz, y también se adscribieron a la diócesis ceutí las iglesias sufragáneas de Marrakech, Fez, Olívenza, Ouguela, Campo Mayor, Valençia de Minho, las del entonces reino de Granada y Málaga. O sea, que Ceuta adquirió el rango de “ciudad” y “obispado” desde hace ya casi seis siglos, antigüedad bastante mayor que la de otras muchas importantes ciudades españolas.
Fue ya en 1515 el arzobispo primado portugués, Diego de Sousa, quien valorando lo incómodo que era que los habitantes de Olívenza, Campo Mayor, Ouguela y Valençia de Minho tuvieran que acudir a un prelado tan distante, pues convino con el obispo de Ceuta, fray Enrique de Coimbra (compañero de Cabral en la conquista de Brasil), un ajuste, que fue autorizado previamente por Breve del Papa León X el 25-06-1513 a instancia del rey portugués D. Manuel, en virtud del cual los obispos de Ceuta residirían en Olívenza, situación que se vino dando desde 1515 (hay otras fuentes que indican que fue desde 1512). Como consecuencia de la residencia de los obispos de Ceuta en Olivenza, para darle a la iglesia de dicha ciudad mayor prestigio y dignidad, fue por lo que en 1510 se comenzó a construir la suntuosa iglesia oliventina de Santa María Magdalena, que es una de las más bonitas de la provincia de Badajoz en cuanto a categoría arquitectónica, monumento de los estilos gótico, mudéjar y renacentista con preciosos retablos que le dan gran realce y vistosidad; cuya vinculación a Olivenza duró hasta 1570. En esta fecha, el obispado de Tánger se unió al de Ceuta.
Tras el tratado de Lisboa de 1668, por el que Portugal se independizó definitivamente de España y Ceuta pasó de derecho a la soberanía española, fue nombrado para Ceuta un obispo español, y en 1846 falleció el último prelado ceutí. Luego, en el Concordato de 1851, si bien se dispuso la reducción de la diócesis septensis (ceutí) a la diócesis gadicensis (gaditana), bajo un único obispo titular que fue nombrado en 1857, cuya unión pasó a tener carácter definitivo en 1933; pero llama la atención que la norma eclesiástica o decreto de desarrollo que debió regular la unión entre las dos diócesis dispuesta en dicho Concordato no llegó a promulgarse y, por consiguiente, no existe, lo que deja dicha unión ante cierta laguna o vacío normativo que sería necesario colmar a fin de fijar los términos concretos sobre el funcionamiento conjunto de ambas, máxime tras haberse constituido Ceuta en Ciudad Autónoma, cuyos Concordatos y normativa canónica aconseja acomodar las diócesis a la jurisdicción civil; creyéndose que en ningún caso la de Ceuta es sufragánea o dependiente de la de Cádiz, sino que más bien estamos en presencia de dos diócesis regidas por un mismo obispo, pero cuya naturaleza jurídica quizá hubiera que aclarar.
En cualquier caso, lo que creo que la comunidad cristiana de Ceuta espera del nuevo obispo es que tenga en cuenta – y es seguro que lo tendrá - la especial singularidad de esta diócesis y, sobre todo, su importancia relevante desde sus orígenes de la que difícilmente se podrá prescindir; consistiendo sus propias peculiaridades en la extrapeninsularidad, la separación física por el mar del resto de la comunidad cristiana peninsular, su condición de diócesis fronteriza con otra creencia y cultura, su muy limitado espacio en el que los cristianos deben coexistir con otras religiones y en muchos casos con personas pertenecientes a la misma nacionalidad española pero de distintas creencias religiosas, su muy limitado espacio para una alta densidad de creyentes católicos, la dotación de medios espirituales, etc. Todo ello, qué duda cabe que hace necesaria – si se me permite como simple sugerencia de un modesto creyente - una amplia dedicación y una frecuente presencia física aquí de su obispo, de forma que los fieles puedan sentirse atendidos y confortados no sólo por sus sacerdotes, que ya desempeñan su sagrado ministerio estupendamente, sino también por su prelado, para que también conozca, in situ, sus problemas, necesidades, ayuda, etc. ¡Suerte, Monseñor!.