La democracia española es joven y deforme. Su propio origen (la transición desde la dictadura), y la complejidad del contexto histórico posterior, explican suficientemente un fenómeno que sólo es discutible en sus grados o intensidad, pero en ningún caso en su concepción: la sociedad española no está imbuida de la cultura democrática. El sistema se ha reducido a una singular competición que se celebra cada cuatro años (como los Juegos Olímpicos), en la que se dilucida exclusivamente “quién gana”.
La inmensa mayoría de los ciudadanos no terminan de asumir la trascendencia de su voto, más allá de su simple dimensión aritmética. No comprenden que su decisión contribuye a conformar la legitimidad del poder. Es la palabra clave que explica el funcionamiento del sistema. Todo cuanto hacen y dicen los gobernantes, desde el poder, está socialmente legitimado por la ciudadanía a través del voto.
Resulta ciertamente sorprendente que esta cuestión tan sencilla aún no esté resuelta en nuestra tierna democracia. Ejemplo. Todavía se oye en Ceuta, con demasiada frecuencia, la estúpida frase: “Yo voto a Juan Vivas, no al PP”. ¿Se puede ser más tonto? En España no se presentan las personas, sino los partidos. Juan Vivas es el primero de la lista del PP. Es imposible votar a Juan Vivas sin votar al PP. Y cuando una persona está votando al PP, está absolviendo la corrupción política, apoyando los recortes sociales (en sanidad, educación, protección social), consintiendo el desmantelamiento de los derechos sociales, convalidando la precariedad laboral (sueldos de quinientos euros en contratos temporales, sin convenio y sin protección alguna); está desalojando de su vivienda a familias humildes, está pisoteando los derechos humanos. Juan Vivas ha manifestado públicamente su absoluta identificación con la política del PP. Con todas y cada una de las crueles medidas adoptadas por el Gobierno del que dice sentirse orgulloso. Se fotografía junto a ellos, los alaba y ensalza. Babosea en sus actos y aplaude con entusiasmo. Tenemos ejemplos más cercanos. Juan Vivas ha apoyado públicamente “sin fisuras” al delegado del Gobierno. Cuando quiso derribar las casas de Benzú o cuando derribó la escalera del Príncipe Felipe. Ahora pone la cara amable, la de no haber “roto un plato”, tiende la manita y pide la confianza porque él es “otra cosa” ¿Se puede soportar esta burla? Los que voten al PP deben tener muy claro que son cómplices de la corrupción, de la tragedia de millones de personas humildes a los que están, literalmente, machacando. Así lo interpretarán en el Gobierno, y con razón. Porque en eso consiste la democracia. Cuando una persona se funde con unas siglas, en el supremo acto de la votación, asume la responsabilidad de todo cuanto se haga en nombre de ellas.
No es una perversión exclusiva. Es también frecuente el caso de las personas que se dedican en su afán diario a criticar y combatir (teóricamente) la política económica impuesta por la troika (que tanto dolor y sufrimiento está causando), incluso participando en movilizaciones y luchas de trabajadores; para terminar en la urna apoyando al PSOE (principal baluarte de estas políticas en España y en Europa) bajo cualquier pretexto tan infantil como imbécil.
La ignorancia sigue siendo el aliado más fiel del bipartidismo..