Hoy voy a escribir sobre la iglesia de mi pueblo, suntuosa y monumental, que para mí es archiconocida, por los siguientes motivos: Primero, me bauticé en su pila bautismal a los pocos días de nacer que, aunque no me enterara, fue la primera vez que mi familia y mis padrinos me llevaron a la iglesia. Segundo, después, durante dos años fui en ella monaguillo del que entonces fuera su cura párroco, D. Crescencio Fernández Utrero, al que ayudábamos a decir la misa su hermano pequeño, Luis, y yo; ambos éramos sus dos monaguillos.
Tercero, posteriormente, en la misma iglesia hice mi primera comunión, mi confirmación y asistí a la catequesis. Mi catequista fue Pepa González, excelente persona que me inculcó muchas virtudes religiosas y morales. Cuarto, también desde el altar mayor pronuncié,, en 2005, mi primer y único pregón que se ha dado sobre la Semana Santa. Antes, también había pronunciado mi primer pregón de las Fiestas Patronales de la Magdalena e impartido varias conferencias, pero fuera de la iglesia.
Me fichó para ser monaguillo, el sacerdote D. Crescencio. Él iba todos los sábados a explicar y preguntar en las escuelas públicas el evangelio. Uno de los sábados preguntó qué evangelista fue el primero en venir a predicar en España el evangelio. Me sabía la respuesta, pero como sólo tenía entonces 8 años y había otros niños mayores, hasta con 14, pues en principio no contesté esperando que lo hicieran los niños mayores.
Pero como el cura insistió en la pregunta y nadie la contestaba, levanté la mano y respondí que el primero que predicó en España el evangelio fue Santiago “Apostolo”. Los demás niños se rieron mucho de mí, porque había pronunciado el nombre sin acento ortográfico y añadiendo indebidamente la “o”, que sobraba. Pero inmediatamente, D. Crescencio les dijo que no se rieran, porque había acertado de pleno. El sacerdote me dijo que al día siguiente fuera a verlo a la iglesia.
Fui y me dijo que preguntara a mis padres si podía ser su monaguillo, que me pagaría 30 pesetas al mes, o sea, a peseta cada día, y como iba ser la primera vez que yo tuviera en mis manos tal moneda, me puse más contento que unas pascuas, y también mis padres cuando se lo conté, por haber sido el elegido. Pero, como “la alegría dura poco en casa del pobre”, que se dice, pues al día siguiente de madrugada me tocaba repicar las campanas a las seis de la mañana, para misa de alba. Me dejaron una llave, abrí la iglesia y subí solo al campanario por las escaleras de caracol.
Entonces, en los huecos de la pared del campanario anidaban unas aves nocturnas que se llamaban corujas, que al subir se alborotaban y siseaban como si de una persona se tratara. Y la verdad fue que, con sólo 8 años, sentí miedo, que en día siguientes fui superando, aunque no dejaba de mirar de reojo por si alguien me seguía detrás.
Me quería ahora referir a lo importante que en los pueblos y ciudades son sus iglesias. Así, en el nuestro, es el edificio más alto, más destacado y que más se distingue de los demás, nada más asomar y dar vista por el Cerro de la Carretera. Además, las iglesias y sus monumentos, también forman parte inseparable del patrimonio religioso y cultural de los pueblos.
Por eso, creo, que cada pueblo se debería sentir orgulloso de su iglesia, que, normalmente, durante cientos de años, ha sido fiel conservadora de sus costumbres y tradiciones, a fin de evocar y honrar a sus antepasados, de donde a cada uno nos vienen nuestros orígenes y raíces.
En mi caso concreto, no es que sea un forofo extremado de la religión, de la que soy creyente practicante de forma razonable y normal. Pero, me doy cuenta de que, cada vez que entro en un templo, estoy evocando y haciendo honor a mis antecesores queridos, aparte de que nunca he aprendido ninguna cosa mala en una iglesia, siempre he sentido la sensación de paz interior y sosiego de estar haciendo algo bueno, aunque sólo sea visitarla.
En el caso de la iglesia de Mirandilla, tanto si la iglesia se contempla por fuera como por dentro, cuenta con un suntuoso, artístico y monumental templo que nada tiene que envidiar a los demás de toda la comarca de Mérida. Construido, con estructura sólida, a base de grandes piedras de mampostería, excepto la veleta en su parte piramidal más alta, que está revestida con preciosas losetas azules y blancas, coronada por una veleta que gira en la dirección del viento. Es de estilo arquitectónico “gótico”, como claramente lo evidencia por dentro su grande y monumental arco en forma ojival, que se alza ostentoso precediendo al altar mayor, que tanto realce y vistosidad le da.
Su retablo mayor fue elaborado por Juan Pablo López, tallista de Mérida, ayudado por su hermano Alonso en el año 1737. Es de estilo “barroco”, aunque precisamente su autor al tallarlo evolucionó desde dicho estilo hacia el “neoclásico”; habiendo elaborado también el que fuera altar mayor de Santa Eulalia de Mérida, ya desmontado, lo mismo que le sucedió al desparecido retablo de la Nava de Santiago, que fue encargado al mismo tallista para que lo fabricara a imagen y semejanza del de Mirandilla, pero que también está ya desmontado; mientras que el nuestro aún se mantiene en perfecto estado, siendo una verdadera obra de arte. El retablo mayor de Mirandilla, visto desde la epístola hasta el evangelio es de muy buena factura.
La iglesia de Mirandilla se comenzó a construir el año 1499 y en 1503 se finalizaron las obras, aunque habiendo quedado pendiente de edificar la torre, que sería luego erigida a partir de 1718. La iglesia fue mandada construir por la Orden de Santiago. En principio, fue pagada por dicha Orden, pero después se repercutió su precio entre feligreses e instituciones, durante cientos de años, según consta en el Catastro del Marqués de la Ensenada, elaborado en 1751.
Según el Acta de Construcción de la torre de Mirandilla, que obra en mi poder, la misma fue otorgada el 19-07-1751, firmada por el alcalde del pueblo, el conde de la Roca, cuatro regidores perpetuos, el regidor de la Orden de Santiago y tres vecinos. Así se expone en un documento que he localizado, añadiendo que, “La fabricación de la iglesia de este lugar se paga de lo que se siembra en sus tierras, cobra amo y renta la Encomienda de Casas Buenas de Mérida y de las primicias de las tasas del Ejido”.
De esa forma, habiéndose terminado de construir en 1503 y continuando todavía su pago por el pueblo en 1751, resulta que, al menos 248 años después, todavía se seguía pagando por los vecinos. Sin embargo, lo que entonces no se conocía era que lo que en 1503 se terminó de construir fue sólo la iglesia, pero no la torre de la iglesia, que ahora he descubierto y que fue construida con posterioridad.
En mi afán por la investigación, he encontrado la carta de pago dada a Dª María Clara de Oviedo, viuda de D. Gaspar de Molina por importe de 534 reales y 10 maravedíes, en concepto del pago de la tercera parte y segunda paga de obra de la parroquia de Mirandilla, cuyo documento está a su vez basado en los datos que obran en el Archivo Histórico Provincial de Badajoz, part. 4.322, bajo el nombre de Juan Pérez Bazago. Tal anotación figura realizada el 21 de febrero de 1698. El templo es de estilo “gótico”, como acredita el monumental arco de forma ojival que precede al altar mayor, dándole a la iglesia gran realce y vistosidad, de forma que pocas iglesias como la de Mirandilla existen en la comarca de Mérida.
El 1-12-1718, se formalizó la escritura de obligación y fianza, otorgada por el maestro alarife, Juan González Barrero, para la obra de la torre y reparación de la iglesia parroquial de Mirandilla. Este importante documento obra en mi poder, teniendo la referencia: “AHPBA, Ar 4.366 José Antonio Ramos, folios 251 y 258” (Fuente documental: Arquitectura de los siglos XVII y XVIII, página 189).
En la iglesia figuran un excelente cáliz del primer tercio del siglo XVII y la custodia de mano, labrada en plata dorada por Lucas de Tapia; pieza ésta que luce la marca de Mérida y la del platero y marcador emeritense Vicente de la Fuente (1732-1740) y que, con otras más, como la custodia mayor de la concatedral de Santa María de la ciudad emeritense, resulta ser muestra significativa de la platería del siglo XVIII.
La obra fue concertada en1718 con el maestro alarife Juan González Barrero, de Mérida. Algunos términos equívocos de la escritura de obligación extendida por el alarife citado ("se tasó la obra y reparos de la iglesia y torre del lugar de Mirandilla") se aclaran, ya que, de la tercera y última parte del importe total de los casi treinta mil reales de la obra (reparación de la iglesia y hechura de la torre), la mitad se había de entregar al maestro "en estando en estado de principiar el chapitel de dicha torre y campanario y, la otra mitad restante, estando fenecida [la torre] y reconocida por maestros que se habían de nombrar", quedando comprometido el citado González Barrero a "hacer dicha torre campanario ... y demás reparos de su iglesia".
En cuanto al retablo mayor del altar, fue elaborado por Juan Pablo López, tallista de Mérida, ayudado por su hermano Alonso en el año 1737, y que es de estilo “barroco”, aunque precisamente su autor, al tallarlo, evolucionó desde dicho estilo hacia el “neoclásico”; habiendo elaborado también el que fuera altar mayor de Santa Eulalia de Mérida y el de la Nava de Santiago, ambos ya desaparecidos, que fue encargado al mismo tallista para que lo fabricara a imagen y semejanza que el de Mirandilla.
También Juan Pablo López fue el encargado de llevar a cabo la elaboración de un “pequeño” retablo que en la misma fecha de 1737 le encargara el entonces párroco de Mirandilla D. Lorenzo Trejo Arias, cuya hechura del mismo importó la cantidad de 1.600 reales de vellón, que estaba destinado en principio a colocar la imagen de Nuestra Señora del Rosario, pero hacia 1993, el retablo acogía en su nicho la imagen del Nazareno, escoltada en los laterales por las imágenes de San Antonio y la de Nuestra Señora de los Dolores.
En las Jornadas Eulalienses de 1993, fue cuando, por vez primera, se desveló la autoría del retablo mayor de Santa Eulalia (hoy desmontado), que se puede atribuir al mismo artista con total certeza, el entallador emeritense Juan Pablo López, el mayor de la parroquial de Mirandilla, encontrando suficiente base argumental para ello en el del testero de la antigua parroquial de Calamonte (1738), y otros, también labrados por Juan Pablo López e igualmente documentados.
No era el entallador emeritense un desconocido en Mirandilla, porque el que fuera párroco del pueblo, entonces D. Lorenzo Arias de Trejo, había ajustado con él, en 1737, la hechura de un pequeño retablo en el que se había de colocar la imagen de Ntra. Señora del Rosario, si bien la última vez que yo me fijé cobijaba en su nicho central la imagen del Nazareno, escoltada en los laterales por la de San Antonio y la de Ntra. Señora de los Dolores.
El modesto precio estipulado para esta obra (1.600 reales de vellón), no impidió que Juan Pablo la adornara de nutrida talla que, en forma de colgantes, inunda el fuste de sus dos columnas.
A la búsqueda de una gramática decorativa más atemperada, el citado retablo eulaliense (1744), todavía el maestro del retablo mayor de Mirandilla no había renunciado a las columnas salomónicas de capitel corintio inundadas de hojarasca; columnas que escoltan la calle central, en la que sobre el tabernáculo de estípites y manifestador cilíndrico cerrado por puertas practicables y enriquecido por un paño colgante, se abre un nicho de medio punto en perspectiva para la imagen de la Magdalena.
Otros dos nichos se disponen en las calles laterales cerradas por columnas del mismo orden, si bien éstas ofrecen, al gusto del maestro López, un abigarrado fuste cilíndrico, en el que se multiplican colgantes vegetales. Se adosan, además, al retablo, alones laterales dotados de movidos y salientes roleos.