Es un lujo leer siempre al señor Olivencia. Lo echo de menos cuando se toma un periodo de descanso. El señor Olivencia vale más por lo que calla que por lo que escribe, que ya es decir. Prudencia es la virtud que guía sus escritos. En estos tiempos en los que la mayoría cabalga ese caballo desbocado y frenético llamado imprudencia, don Francisco Olivencia pisa con cautela y echa el paso siguiente cuando está seguro de no dejar de ser prudente. A este respecto, si bien el señor Olivencia sigue dejándose llevar por la prudencia que le caracteriza, en su escrito del pasado domingo, un lector atento sabría extraer del mismo cierta melancolía y cierto malestar, acaso, indignación, respecto de la situación que vive su querida ciudad de Ceuta. Se nota que desea escribir más de lo que cuenta, pero, también se nota, que no quiere herir sensibilidades de cualquier tipo. No está a gusto con la realidad, no, de ningún modo. A veces, da la impresión que don Francisco desea quitarse de la cabeza esos negros presagios que la surcan cuando sale a caminar por las calles de la Ceuta de su vida, pero que, me temo, ya no lo es tanto, ya no la halla, ni en el paisaje ni en el paisanaje. Tal vez sea el signo de los tiempos. Él mismo lo escribe cuando dice que “algunas decisiones e inhibiciones políticas están erosionando la multisecular personalidad de estas dos ciudades”. Hay una frase que podría resumir el talante que subyace en el escrito: “Es verdad, además, que existe ignorancia sobre lo que somos y lo que significamos”.
¿Qué somos y qué significamos los ceutíes? ¿Qué nos caracteriza como ciudad y como personas? Cada región española se caracteriza bien por el carácter de sus habitantes, bien por su folklore y costumbres, bien por su gastronomía, etcétera. Cada una de esas regiones significa algo en la historia y en el presente de España. Cada una de esas regiones se identifica por algún motivo, motivo que la singulariza y la diferencia del resto. ¿Y nosotros?, repito, ¿qué nos caracteriza? ¿Qué significamos en la historia y en el presente de nuestro país? ¿Qué nos singulariza? ¿Qué nos identifica? ¿Que somos una sociedad multicultural? ¿Eso es lo que nos identifica y nos singulariza? ¿Ser una sociedad multicultural? Con razón, entonces, existe gran resistencia a que celebremos la conquista de la ciudad por los portugueses en 1415. Eso significa ser una sociedad multicultural: ser reacios a celebrar los seiscientos años de la llegada y conquista de la ciudad por Joao I y sus huestes portuguesas. Echar mano del multiculturalismo es como tratar de contener el agua con el puño cerrado: nada, al final no queda nada. Nos hemos convertido en una sociedad de aluvión, cuyos elementos han venido en su inmensa mayoría de Marruecos, al socaire del empadronamiento y de la nacionalización. Elementos que nada tienen que ver con nuestra historia y nuestra identidad europea, occidental y culturalmente cristiana.
Ese aluvión marroquí cada vez nos desvirtúa más y nos despersonaliza más y nos iguala a las ciudades marroquíes cercanas a Ceuta. Parece que la frontera entre ambos países se ha convertido en un mero trámite, en un mero formulismo, sin ningún ánimo de hacer constar que lo que hay a este lado es muy diferente de lo que hay al otro. Un turista un tanto despistado, y, quizá, sin serlo, apenas encontraría diferencias entre Marruecos y Ceuta. Acaso creyera que está en el mismo país. Y esas semejanzas se van extendiendo según se adentra en la ciudad. Los aledaños de esa aduana y la almadraba se han convertido en una prolongación de Castillejos y sus alrededores. Y, aún más allá, barrios enteros ceutíes de sabor andaluz y europeo se han vuelto irreconocibles. Tal vez lo peor de todo eso no sea el paisaje, sino que el paisanaje que los puebla, en no pocos casos, no se identifica con lo que Ceuta ha sido, con su historia y su identidad europea.
El señor Olivencia se niega a creer que un gobernante español traidor entregue, en un futuro, las ciudades de Ceuta y de Melilla. “No se puede jugar ni con la unidad ni con la integridad de la Patria”, escribe, un tanto ingenuamente, quizá, el señor Olivencia. Tal vez, don Francisco se niegue a ver la realidad tal y como es. Pero el señor Olivencia no puede, ni debe, obviar que aquí se han empadronado indebida e ilegalmente, y después se han dado de baja, casi mil personas, en su mayoría marroquíes. A este respecto, el domingo 16 de mayo de 2010 escribí un artículo titulado ¿Se empadronan ilegales en Ceuta? Nadie entró al trapo y respondió a mi pregunta. Creo que, por aquel entonces, el señor Márquez, consejero y parlamentario en Cortes, era el encargado de la oficina de empadronamiento. Ahora, tres años después, se han dado de baja a casi mil individuos empadronados indebidamente. ¿Y se han expulsado de Ceuta a esos mil? Añádase a esta historia, los nacimientos de marroquíes en nuestro hospital, los MENA, que no se devuelven ni a la de tres, los marroquíes que se instalan ilegalmente en Ceuta, los ceutíes que se casan con marroquíes y se traen a toda la parentela, la quinta columna, que conspira a favor de las tesis de Marruecos, y, en su momento, las trabajadoras transfronterizas que alegarán los documentos pertinentes para empadronarse y, después, nacionalizarse.
Todo un cúmulo de despropósitos para que, en un tiempo futuro, Marruecos haga valer sus derechos sobre Ceuta y Melilla, alegando el número de ciudadanos de origen marroquí que habita estas ciudades. Entonces, señor Olivencia, pudiera ser que esa Historia y ese Derecho, que ahora nos amparan, se convirtieran en papel mojado. Ceuta y Melilla se han convertido, eso sí, en “máquinas” de nacionalizar marroquíes y de pasar ilegales a la Península (España). Así hemos llegado a esto.