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“¿A quién voy a denunciar?, Karim no tenía enemigos”

Nawal no llora. Dice que se ha quedado vacía. Le han arrebatado a su esposo, al “padre ejemplar” de sus dos hijos, Hind de 8 años y Sulayman, de 5, al hombre que ha estado a su lado durante todos estos años. Todavía no se lo cree, piensa que van a pasar las horas y que va a entrar por esa puerta, la que lleva a su vivienda, situada en el número 27 de la calle Norte. Pero pasan las horas, los días y Karim no regresa. Y Nawal sabe, en lo más profundo, que no volverá, pero todavía quiere aferrarse a esa esperanza. Los pistoleros que asesinaron a Karim han dejado una familia rota y una viuda que necesita que le respondan a todas sus preguntas. Quiere saber, quiere que le digan quién lo ha hecho y sobre todo por qué. Qué fue lo que les movió para que el pasado domingo decidieran hundir para siempre a una familia. “Pedimos justicia”, dice la joven Nawal, acompañada de su hermana y su familia. Y quieren justicia porque unos delincuentes han matado a un padre de familia que afrontaba todos los meses la batalla para poder llegar a final de mes.
Trabajando en las brigadas cívicas es complicado cobrar a su tiempo, de ahí las dificultades económicas por las que atravesaba y atraviesa la familia. Pero siempre había algún familiar, algún amigo que les ayudaban para seguir hacia adelante. A Nawal le brillan los ojos cuando recuerda a Karim. “Era muy divertido, siempre alegre y trabajador”, y también recuerda que cuando subía Vivas o cualquier político al Príncipe “él era el primero que estaba allí” con las brigadas cívicas para ordenar la barriada. Como si de una broma macabra se tratara,  ahora por la puerta del número 27 de la calle Norte no ha pasado ningún político a dar el pésame a ese hombre que tanto se implicaba por desarrollar una labor vecinal en una barriada marcada por el complejo del abandono. La realidad es así de dura, como lo es que una madre se quede sin su apoyo, sin su otra parte de su vida. Los pequeños Hind y Sulayman han podido ver a su padre. ¿Por qué está frío? Le han preguntado. ¿Y por qué sonríe?, le han dicho a su madre. Y es que, apunta Hanna -cuñada del fallecido-, Karim ha muerto mostrando un rostro de paz. Ese rostro es el que quedará en la imagen de unos niños que para el fallecido lo eran todo, eran su vida.
Nawal recuerda que el día del asesinato Karim había ido a la cafetería de un amigo a pedirle 20 euros. El día anterior había sido el cumpleaños de Hind y no tenía ni dinero para que la pequeña fuera al cine. El último sueldo de la brigada cívica lo recibieron el pasado marzo. También quería comprar unas chucherías para el pequeño Sulayman, para poder llevárselo a la playa aprovechando los coletazos del verano antes del Ramadán.
Nawal estaba en la azotea de su vivienda y desde allí escuchó los disparos. A través de su móvil, que no tiene saldo desde hace días porque ni tiene dinero para llenar la tarjeta, Nawal mandaba avisos a su hermana, residente en otra vivienda cercana a donde sonaron los disparos. Cuando Nawal escuchó que su hermana preguntaba por Karim, por si éste estaba en casa, un escalofrío le hizo temer lo peor. No, Karim no estaba en casa, había salido para no volver.
De ahí a la locura, al preguntarse el porqué, a correr al Hospital porque se han llevado a Karim herido, con mucha sangre, de ahí a rezar porque no haya sido nada... y de ahí a saber que su esposo ha muerto.
“No he llorado... ahora quién va a sacar a mis hijos adelante”, dice Nawal. Justicia, justicia y más justicia. Eso es lo que quiere. Ya nadie le puede devolver a Karim, pero sí que pueden hacer que sus asesinos paguen por esta muerte. “¿A quién voy a denunciar? Mi marido no tenía enemigos... Él se levantaba temprano. Los jueves a las ocho de la mañana ya estaba trabajando. Él era divertido, amigo de todos, campechano, tenía un buen corazón, era guapo... tenía el autobús controlado... al peor de los chicos se lo ganaba. Los chavales del autobús siempre le iban enseñando cosas, palabras nuevas que él en casa me las decía... que ni sabía que existían. No tenía problemas con nadie. Para mí era una persona excelente”, recuerda. Por sus manos van pasando las fotografías: las de sus hijos, las de sus pequeños con su padre. Unos niños que lo eran todo para Karim: por ellos luchaba día a día, por ellos trabajaba. Eran sus joyas. Ahora son el apoyo de Nawal, son los espejos en los que intentará encontrar el rostro perdido de su esposo. Una sonrisa, una mirada le recordarán a él.

“¿Ajuste de cuentas? Las únicas cuentas que tenía Karim eran conmigo y con sus hijos”

Tras sufrir la mayor de las puñaladas que le puede dar el desafortunado destino, Nawal lucha porque policialmente la muerte de Karim no se salde con el típico ‘ajuste de cuentas’, porque alguien diga de su marido lo que no es, que se publiquen medias verdades que son la peor de las mentiras.
“Él no tenía problemas con nadie, nunca ha tenido peleas... ¿ajuste de cuentas? Las únicas cuentas las tenía conmigo y con sus hijos, ésas eran sus únicas cuentas. ¿Por qué lo han matado?”, lamenta, mostrando las fotos de Karim con su hija. “Le tenía loco, siempre decía lo lista que era, que sabía más del Corán que él”, indica. Y de su hijo... con Sulayman era pasión. Él era el que llevaba a los pequeños al colegio y los recogía, siempre él. “Ellos eran sus cuentas”, repite Nawal.
La viuda está molesta por lo que algunos puedan decir o escribir del fallecido. “Él no era ningún delincuente”, exclama. “¿Puede un delincuente tener leche y Colacao que nos dan las Adoratrices para poder comer?, ¿un delincuente se levanta a las ocho de la mañana para trabajar?”, se pregunta...para, deprisa, detener sus ojos en una fotografía en la que aparece su hija con las gafas oscuras de su padre. “Las tenía rotas, pero no podía comprarse otras. Yo le decía, da igual, si no se ve la gomita, estás muy guapo”, recuerda... “¿un delincuente no se compraría gafas nuevas?, ¿la mujer de un delincuente tendría un móvil sin saldo, este móvil?”. Nawal agarra el teléfono que desde el viernes no tiene saldo, con el que recibió la noticia de los disparos.
“Él era una buena persona, lo que tenía lo repartía... siempre estaba dando a los demás las cosas”, recuerda.
Nawal quiere que haya justicia, no quiere saber nada de lo que se está diciendo. Ella no da nombres porque en su cabeza no entra persona alguna que quisiera hacer daño a su marido. “Estoy vacía, no tengo lágrimas sólo quiero que haya justicia”, repite.
Los recuerdos se asoman a su cabeza. “Le gustaba la lasaña... siempre estaba diciéndome... Nawal haz lasaña... y yo le recriminaba que era una comida que costaba mucho... Le gustaba jugar al dominó, él no era de cafetines, quedaba con sus amigos, nunca tenía problemas”. Nawal mira al infinito y empieza a recordar lo que le contaba su esposo: las aventuras en el autobús, lo que le decían los chavales, las conversaciones con los mayores, su trabajo... A él le gustaba mucho eso de las brigadas cívicas; unas brigadas que trabajan por el barrio. Y unas brigadas que siempre han andado en caminos nada claros en cuanto a sus contratos laborales. Que si dependen de la Ciudad, que si dependen de la Federación de Vecinos... siempre con retrasos en los pagos. Pero era el único ingreso económico que entraba en la casa, ya que Nawal trabajó en las Adoratrices limpiando y ya se le terminó el contrato.
La familia de Nawal es ahora una piña. Ayer su casa era un hervidero de personas. Acogía un ir y venir imparable de mujeres que le daban el pésame, que le abrazaban, que le daban ánimos. Entre todas ellas su hija, con un vestido blanco, era besada por las tías, por las primas, por los familiares, sin lograr entender bien qué ha ocurrido.
En la vivienda se escucha también cierto malestar: no ha venido nadie del Ayuntamiento a interesarse por la familia de un trabajador que lo era para ellos; tampoco ha venido nadie de la Delegación del Gobierno ni han recibido un apoyo de la Policía. La extrañeza se une a la ausencia de explicaciones. Nadie sabe por qué pero soportan una soledad extraña. ¿Tiene una viuda que clamar a los cuatro vientos que su marido era una persona normal?, ¿tiene que dar explicaciones de que no tenía ninguna relación con asuntos de los que llamamos raros? Nawal lo deja claro, no quiere que se ensucie la imagen de quien ya no está en casa y quiere que todos sepan quién fue para que nadie realice conclusiones equivocadas que aporten mayor grado de injusticia a esta situación.
Fuera de la vivienda se escuchan los rezos de la mezquita del Príncipe. Están despidiendo a Karim. Rondan las tres de la tarde y cientos de vecinos se preparan ya para portar el ataúd con su cuerpo y dirigirlo hacia el cementerio de Sidi Embarek. Los hombres andando, otros corriendo, la chiquillería, las motos, los coches van detrás de un innumerable grupo de personas para despedir al hermano, al vecino, al tío o, simplemente, al trabajador de las brigadas cívicas.
Mientras la sede a la que tantos días acudió a trabajar está cerrada en señal de luto y los vecinos del barrio ya piensan en rendirle un homenaje. Hoy, de nuevo, hay una cita a las puertas del edificio Polifuncional, una manera de recordar la figura del ausente y, también, de apoyar a la familia. El asesinato de Karim ha consternado al barrio y quizá ha marcado un antes y un después entre sus propias gentes. La vida sigue sin él pero marcada por una rabia y un grito a la injusticia.

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