“¿Ajuste de cuentas? Las únicas cuentas que tenía Karim eran conmigo y con sus hijos”
Tras sufrir la mayor de las puñaladas que le puede dar el desafortunado destino, Nawal lucha porque policialmente la muerte de Karim no se salde con el típico ‘ajuste de cuentas’, porque alguien diga de su marido lo que no es, que se publiquen medias verdades que son la peor de las mentiras.
“Él no tenía problemas con nadie, nunca ha tenido peleas... ¿ajuste de cuentas? Las únicas cuentas las tenía conmigo y con sus hijos, ésas eran sus únicas cuentas. ¿Por qué lo han matado?”, lamenta, mostrando las fotos de Karim con su hija. “Le tenía loco, siempre decía lo lista que era, que sabía más del Corán que él”, indica. Y de su hijo... con Sulayman era pasión. Él era el que llevaba a los pequeños al colegio y los recogía, siempre él. “Ellos eran sus cuentas”, repite Nawal.
La viuda está molesta por lo que algunos puedan decir o escribir del fallecido. “Él no era ningún delincuente”, exclama. “¿Puede un delincuente tener leche y Colacao que nos dan las Adoratrices para poder comer?, ¿un delincuente se levanta a las ocho de la mañana para trabajar?”, se pregunta...para, deprisa, detener sus ojos en una fotografía en la que aparece su hija con las gafas oscuras de su padre. “Las tenía rotas, pero no podía comprarse otras. Yo le decía, da igual, si no se ve la gomita, estás muy guapo”, recuerda... “¿un delincuente no se compraría gafas nuevas?, ¿la mujer de un delincuente tendría un móvil sin saldo, este móvil?”. Nawal agarra el teléfono que desde el viernes no tiene saldo, con el que recibió la noticia de los disparos.
“Él era una buena persona, lo que tenía lo repartía... siempre estaba dando a los demás las cosas”, recuerda.
Nawal quiere que haya justicia, no quiere saber nada de lo que se está diciendo. Ella no da nombres porque en su cabeza no entra persona alguna que quisiera hacer daño a su marido. “Estoy vacía, no tengo lágrimas sólo quiero que haya justicia”, repite.
Los recuerdos se asoman a su cabeza. “Le gustaba la lasaña... siempre estaba diciéndome... Nawal haz lasaña... y yo le recriminaba que era una comida que costaba mucho... Le gustaba jugar al dominó, él no era de cafetines, quedaba con sus amigos, nunca tenía problemas”. Nawal mira al infinito y empieza a recordar lo que le contaba su esposo: las aventuras en el autobús, lo que le decían los chavales, las conversaciones con los mayores, su trabajo... A él le gustaba mucho eso de las brigadas cívicas; unas brigadas que trabajan por el barrio. Y unas brigadas que siempre han andado en caminos nada claros en cuanto a sus contratos laborales. Que si dependen de la Ciudad, que si dependen de la Federación de Vecinos... siempre con retrasos en los pagos. Pero era el único ingreso económico que entraba en la casa, ya que Nawal trabajó en las Adoratrices limpiando y ya se le terminó el contrato.
La familia de Nawal es ahora una piña. Ayer su casa era un hervidero de personas. Acogía un ir y venir imparable de mujeres que le daban el pésame, que le abrazaban, que le daban ánimos. Entre todas ellas su hija, con un vestido blanco, era besada por las tías, por las primas, por los familiares, sin lograr entender bien qué ha ocurrido.
En la vivienda se escucha también cierto malestar: no ha venido nadie del Ayuntamiento a interesarse por la familia de un trabajador que lo era para ellos; tampoco ha venido nadie de la Delegación del Gobierno ni han recibido un apoyo de la Policía. La extrañeza se une a la ausencia de explicaciones. Nadie sabe por qué pero soportan una soledad extraña. ¿Tiene una viuda que clamar a los cuatro vientos que su marido era una persona normal?, ¿tiene que dar explicaciones de que no tenía ninguna relación con asuntos de los que llamamos raros? Nawal lo deja claro, no quiere que se ensucie la imagen de quien ya no está en casa y quiere que todos sepan quién fue para que nadie realice conclusiones equivocadas que aporten mayor grado de injusticia a esta situación.
Fuera de la vivienda se escuchan los rezos de la mezquita del Príncipe. Están despidiendo a Karim. Rondan las tres de la tarde y cientos de vecinos se preparan ya para portar el ataúd con su cuerpo y dirigirlo hacia el cementerio de Sidi Embarek. Los hombres andando, otros corriendo, la chiquillería, las motos, los coches van detrás de un innumerable grupo de personas para despedir al hermano, al vecino, al tío o, simplemente, al trabajador de las brigadas cívicas.
Mientras la sede a la que tantos días acudió a trabajar está cerrada en señal de luto y los vecinos del barrio ya piensan en rendirle un homenaje. Hoy, de nuevo, hay una cita a las puertas del edificio Polifuncional, una manera de recordar la figura del ausente y, también, de apoyar a la familia. El asesinato de Karim ha consternado al barrio y quizá ha marcado un antes y un después entre sus propias gentes. La vida sigue sin él pero marcada por una rabia y un grito a la injusticia.
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