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La historia de Dolores, muere a los 90 años después de haber superado el virus

“Adiós mi capitán, que te fuiste mar adentro, te fuiste surcando los mares, te fuiste con mil amores, sabiendo que en tu barquito se encontraba tu Dolores”. Ese es el poema que los hijos de Dolores Soria Serrano quieren dibujar en su lápida, unas palabras que jamás les hubiese gustado escribir ni pronunciar a la familia Rodríguez Soria.

Ahora Dolores descansa junto a su marido, Fernando Rodríguez Sanz. Pero el centro de su vida familiar, esa era Dolores para ellos. Una mujer siempre dispuesta y disponible para todos y cuyos labios jamás pronunciaban un “no”. Ahora, sus siete hijos, 15 nietos y 21 biznietos se sienten “huérfanos”. Ese sentimiento lo comparten muchos vecinos de Pedro Lamata, su barrio. Dolores ha dejado una huella imborrable en mucha gente, no solo en su familia. Eran muchos los que la querían y ahora echan de menos.

Hace solo un mes todo eran alegrías. Dolores se convirtió en un símbolo de resistencia al vencer al COVID-19 a sus 90 años, fue dada de alta el pasado 13 de noviembre del Hospital Universitario de Ceuta tras haber estado ingresada unas dos semanas por coronavirus. Entre lágrimas y aplausos, Dolores se despedía del personal sanitario que le cuidó durante aquellas difíciles semanas agradeciendo el esfuerzo y la dedicación con los que cada día le atendieron. Dolores fue probablemente la paciente de más edad que conseguía ganarle la batalla a un virus maldito.

Comenzó a tener síntomas en octubre y tras un mes hasta dar negativo en coronavirus, parecía que mejoraba. Fue despedida en el Hospital y recibida en su casa por toda su familia y vecinos entre aplausos. Unos ánimos que le dieron mucha fuerza, pero con el paso de los días las secuelas del COVID-19 hicieron que las fuera perdiendo hasta que el pasado 26 de diciembre, sobre las 21:00 horas, dejó de respirar.

“Es una pena que se haya ido porque con lo bien que salió y el homenaje tan bonito que le hicieron y que ahora no esté... se me parte el alma. Las secuelas del virus han sido horrorosas. Estaba bien, pero en un mes que ha estado en casa desde que salió empezó a empeorar. Llamamos a su médica y dijo que todo eran secuelas y por la neumonía. No podía levantarse ya, no respiraba bien, se ahogaba y estaba sin fuerza. Incluso la llevamos al hospital y estuvo 4 o 5 días en observación y le dieron el alta. Cada vez peor, sin fuerzas y ya no era la misma, ni sus ojos, hasta que nos dejó”, intenta contar entre lágrimas Paqui Rodríguez, una de sus hijas.

No merecía irse así. Pepe, Nono, Paqui, Maricarmen, Beatriz, Charo y Miguel, sus hijos, jamás imaginaron que su madre se iba a ir así y que no podrían despedirse de ella. Ahora se les hace difícil y extraño no verla. “Somos siete hermanos y somos una piña. En estos dos meses desde que empezó con el COVID en octubre hemos estado todos allí en la casa y en el hospital con ella. No la hemos dejado ni un momento. Pero se me ha ido mi madre y dice la canción algo se ha ido con ella. Era maravillosa, no la hay como ella. Una madre, abuela y suegra excelente que el 26 dejó de respirar y estamos todos llorando rotos de dolor, aunque sabemos que era muy mayor ya y que podía pasar”, relata su hija Paqui.

Una mujer dulce, pero con carácter que siempre quería agradar a todos y generosa de corazón. “Quizás hasta sospechaba que eran sus últimos días porque antes de morir nos ha dado a todos dinero para Reyes”, confesó. Pero su recuerdo no se esfuma. La suerte de esta familia que ahora está rota ha sido poderla tener todos estos años. No han conocido mujer con más fuerza para luchar por la vida de los suyos y con la alegría que tenía siempre.

Con 16 años conoció a Fernando Rodríguez Sanz, su marido y el hombre de su vida

Dolores o ‘Lola’ como la llamaba cariñosamente su marido nació en la Ceuta del año 1930, concretamente el 3 de junio y su vida no fue precisamente fácil. Con 16 años conoció a su Fernando y se casarían un 16 de noviembre. “Pasaron mucho para criarnos porque éramos siete hijos. Se fueron a Alemania a trabajar y tuvieron que dejar a la mita de los hijos aquí con mi abuela y a los otros se los llevaron. Mi padre era pescador y ella siempre estuvo luchando también, limpiando casas y eso que ya con siete hijos tenía mucho trabajo, pero siempre estaba trabajando en casas o lavando ropa en las lavadoras antiguas. Se desvivía por nosotros y ella no quería que nos faltase de nada a sus hijos. Y en cuanto podía ahorraba para cuando nos casásemos”, continuaba.

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