Opinión

“Hijos, soy yo: ¡No tengáis miedo!”

Myriam y yo estuvimos hablando sobre los filisteos, porque Jesús se encuentra por estos días en aquella zona costera del Mediterráneo. Esta palabra es de origen griego “philistino”. No hay teorías concluyentes sobre su procedencia, pero se sabe que hablaban un idioma proto griego, tenían una procedencia indoeuropea, eran muy altos y su atuendo era parecido a las gentes que habitaban la isla de Creta, porque en los frescos del palacio de Knossos hay una pintura de al parecer un príncipe, y del que destaca su pluma sobresaliendo por la cabeza. Esta característica se observa en los que posiblemente se desplazaron hacia el oeste, a la costa del Oriente Medio. Según la historiografía griega, eran pueblos invasores. Son philistinos o palestinos, que nada tienen que ver en cuanto a la étnia, con los pueblos que fueron llenando aquella zona, cuyo aspecto era muy distinto a los originarios philisteos. Dos mil años antes de Cristo ya empezaba a observarse trasiego comercial y de exploración, fundando colonias por toda la zona costera mediterránea… Han salido de Ascalón y caminan ya de espaldas al mar. La mañana está radiante de hermosura, y ellos marchan contentos, pues están descansados y han comido bien. Jesús habla del intenso amor que Le han mostrado los filisteos. Y los que fueron a la ciudad constataron el deseo enorme que tenían todos de conocer al Mesías. Jesús quiere ir solo a un poblado cercano, y que ellos vayan a otro, que allí Le esperen hasta la noche. “¡No tengáis miedo! Y que la paz sea con vosotros”. Se despiden. Bosques de olivos y nogales, campos cultivados de viñedos, cereales y árboles de higueras acompañan al Señor. Y cabras comiendo hierba fresca. Al entrar al poblado hay un cortejo muy raro, con un macho cabrío negro que precede la comitiva. Son gentes paganas, practicando ritos que no se comprenden, y lo hacen por salvar a una joven madre que se muere de parto. Jesús impide el ritual, les dice que Él puede salvar a la joven. “Llevadme donde está ella”. La joven Fara tiene ya color de cera. “Salvaré a ella y al bebé, que es un niño. Yo lo puedo todo, soy Dios”. Ordena que quemen los ídolos. “¿Quién eres?”, pregunta el esposo. Yo soy quien soy. En el Cielo y en la Tierra, cualquier poder Me está sujeto. Cualquier pensamiento me es conocido. Los habitantes del Cielo Me adoran, los del infierno Me temen, y los que creen en Mi verán que se cumple cualquier prodigio”. El Marido cree en Él de inmediato, y Le pregunta Su nombre. “Jesucristo, el Señor Encarnado. ¡Quema los ídolos! No soporto dioses ante Mi presencia. Obedeced, o convertiré todo en cenizas, y Me iré sin salvarla”. Todos creen al momento en Jesús. Se oye un tenue llanto de niño recién nacido, la gente se acerca curiosa para ver al pequeño y Jesús sonríe ante la sencillez de estas almas. Los pseudo-sacerdotes se marchan con el prestigio por los suelos. El padre quiere darle al Maestro una bolsa de dinero, pero Él no acepta y dice:”El milagro se paga con fidelidad a Dios, que es quien lo concede”: Y se queda solo con el macho cabrío lleno de heridas sanguinolentas. Por la tarde se ven todos en el punto acordado y se sorprenden al ver al animal. Están desencantados de la mala acogida que tuvieron, pero Jesús les recuerda, para animarlos, que el año anterior fue malo en Hebrón y en esos días las gentes del lugar han cambiado su actitud. Jesús les cuenta que redujo a cenizas un ídolo en la aldea de Magdalgad, y salvó a una madre y un bebé de muerte segura. La cabra había sido un regalo. “Se convencieron que Yo puedo sanarlos con el poder de Dios. Creyeron en Mí enseguida. Esta cabra es para Marzyam. Si Yo soy el Pastor, podré tener un carnero”, dice Jesús en broma. “Las mujeres lo llevarán a Galilea, encontraremos una cabra, y Pedro, tendrás cabritillos, serás su pastor, que en el mundo hay más cabras que corderos”. Ven un poblado a lo lejos y deciden ir a descansar y comer algo. “Mañana estaremos en Yabnia”. Los Apóstoles se sienten desfallecer y están desilusionados, pues mientras Jesús ha conseguido buenos frutos en Su Evangelización, ellos no han podido abrir ningún corazón. Después del descanso, al amanecer del día siguiente, ya más relajados vuelven a pasar por campos de manzanos, higueras, olivos y nogales, todos cargados de frutos y esperando el proceso de maduración. Y rebaños de cabras buscando su alimento por los campos. De nuevo vuelven a ver el mar, lo que alegra a Juan, que parece evadirse de la realidad al contemplarlo. Pedro comenta risueño lo que le deparará el futuro allende los mares, y Jesús le dice enigmático: “Todos tenéis vuestro destino. Ya lo sabréis, pues vais a ser esparcidos por el mundo”. Su primo Santiago Le confirma que Él representa a toda Palestina, y Jesús asiente. “¿Dónde iré yo, Jesús mío?”. Jesús contesta que estará cerca de allí. “Pero tú, Pedro, irás a tierras de idólatras, más fácil que en Palestina, donde el Dios en Su amplitud es desconocido. Es más fácil convencer al extranjero que al verdadero Pueblo de Dios, que se creen perfectos y así quieren permanecer. Llegaréis a las tierras de las multitudes que no son de Palestina. Los tesoros están por todas partes; hay que ir a buscarlos. Tendréis que enfrentaros a los peligros para que la semilla dé sus frutos. Es necesario sudor, trabajo y decisión. Aunque no habéis aprobado este viaje a los filisteos, ya comprenderéis más tarde. Fijaos que estos campos están fecundados con sangre hebrea, para hacer más grande a Israel, y esas ciudades arrebatadas de las manos de quienes las poseían, coronan a Judá, y hacen que se forme una nación poderosa. Hemos preparado el terreno para que se acepte el Evangelio, y nos traemos la esperanza de salvar a las almas. Todavía no se puede comprender bien, pero llegará el día que diréis “no era un capricho del Maestro hacernos caminar muy lejos, por senderos duros y peligrosos”. Lo comprenderéis más tarde y lo agradeceréis. Pensad también que vamos dejando chispas de luz, notas musicales y olorosos perfumes, para servir y alabar a Dios, entre almas que viven en desiertos, entre tierras de tinieblas, y tendréis que deshacer mentiras. Que Dios sea conocido y amado por los pueblos, que ha creado Él, y tienen la misma hambre Celestial y esperanza. Aunque exista el error por el veneno que inocula Satanás, el instinto del corazón es amar a Dios, y no cambia su anhelo por el Cielo. El elemento no se destruye jamás, sino que vuelve a sus fuentes. Como el agua del río se evapora en verano, sube a las nubes y baja luego en forma de lluvia, el espíritu regresa a sus orígenes. Esa agua limpia que baja delicada y blanca, querría servir de tamiz a las estrellas, para que recuerden el Cielo a los hombres. También querría servir de velo a la luna, para que no viese las maldades que se cometen de noche, no querría estar encerrada en diques y tener que convertirse en fango, obligada a estar en medio de serpientes y de ranas, pues al agua le gusta la libertad solitaria de la atmósfera. Si los espíritus se atreviesen a hablar, dirían lo mismo: “Dadnos la Verdad”. Pero callan, pues no ponen atención, no comprenden o se burlan de los espíritus que buscan a Dios. Os digo que todos esos infelices, ateos, idólatras, esos romanos, tienen hambre de Dios. ¡Tened piedad de ellos!, que extiendan sus brazos gritando: “¡tenemos hambre!”. No los tengáis por malvados o salvajes, o incapaces de llegar a amar a Dios. No estéis equivocados. Son espíritus que esperan amor y luz. Los pueblos que os parecen salvajes como cabras, sabrán tener el valor de salir a defender la fe de Cristo cuando conozcan que Él es Amor. Invitad a todos a seguirlo pues vosotros tenéis que ayudarles a venir. Escuchad esta Parábola: Un hombre se casó, tuvo muchos hijos, uno de ellos le salió deforme y no lo quiso, aunque el niño no tenía culpa de ello. Fue criado por los siervos, y su inteligencia apenas se desarrolló. Su madre había muerto en el parto, por lo que no tuvo ningún cariño. Cuando se hizo mayor comprendió bien su situación y sintió hambre y soledad en el corazón. Uno de los siervos que le cuidaba le dijo que fuese al padre y se arrojase a sus pies, pero él tenía miedo. “Tu padre te amará y tus hermanos te querrán”. Y lo condujo hacia la casa paterna. Llegó y dijo:”Padre, ¡déjame entrar!” El padre ya viejo, estaba triste, y pensó: “el amor de este hijo es prueba de que es sangre de mi sangre, y carne de mi carne. Que venga y se quede junto a sus hermanos, y bendito sea el buen siervo que me lo ha traído”. Pues bien, con esta Parábola pensad en los deformes espirituales, como serán para Dios los herejes, cismáticos, separados de Él, que quiere a todos. Llevádselos, es vuestro deber. Utilizad siempre la oración que os enseñé del Padre Nuestro, para pedir ayuda al Cielo. Vosotros conocéis a Dios, a Su Mesías. Lo amáis y debéis rogar por todos. Mi plegaria es universal y durará mientras dure la tierra. Orad universalmente, uniendo vuestras voces Apostólicas a las Iglesias que serán cristianas, pero no Apostólicas, pues todos sois hermanos. Vosotros estáis en la Casa Paterna, ellos están fuera, y con hambre, hasta que se les dé “el Pan” Verdadero, que es Cristo, administrado en las mesas Apostólicas y no en otras, mezcladas con alimentos impuros. El Padre dirá entonces:”Mi dolor ha terminado, Mi familia está completa”. Sois siervos de un Dios Infinito, procurad infinitud en vuestras acciones. Sé que Me habéis entendido. Ahora llegamos a Yabnia. Una vez pasó por aquí el Arca hacia Acarón , y al no poder custodiarla la devolvió a Betsemes. Ahora el Arca vuelve a Acarón”. Dice a Juan que Le acompañe, y a los demás que se queden a esperar, hablando de lo que Él les ha enseñado. Ambos se llevan al macho cabrío… Y de nuevo vuelven a estar todos juntos. Jesús da a Iscariote unas bolsitas de dinero para que las reparta según Sus instrucciones. Los Apóstoles hablan por el camino de lo ocurrido en tierras filisteas, mientras caminan hacia Judea para las fiestas de Pentecostés. Todos se preguntan qué hicieron el Maestro y Juan en los cinco días que estuvieron en Acarón. “Jesús es la prudencia infinita y mi hermano es una tumba”, dice Santiago. Llaman a Juan por ver si les cuenta algo. Él se limita a decirles que han tomado un camino más corto, pero más inseguro, porque los bandidos acechan. Juan mira al Cielo, sonríe y les comenta que con Él nada ocurrirá. Juan parece fuera de sí. Le insisten en que cuente algo de lo que vivieron en Acarón, aunque sin éxito. “Te quiero mucho, Juan, desde pequeñito. Eres nuestra barca que no naufraga”, le comenta Pedro en tono de súplica. “Tú eres la cabeza, Pedro, habla a la gente con esa bondad y persuasión que tienes conmigo”. Y su hermano Santiago le insiste:”dime algo a mí, que soy tu hermano”. Juan le responde: “el Padre es Dios, el Hermano es Jesús, la Madre es María. Bendigo a mis padres y a mis hermanos. Doy gracias a Dios porque sigo al Maestro y mi mamá es su discípula. Es una alegría estar unidos por el Amor”. Jesús oye a los hermanos, se acerca y pide que lo dejen en paz, que no hablará. “Yo Me llevé a Juan por ser el más apto para lo que Yo quería. Me ayudó y se perfeccionó. Iscariote protesta:”¿Para ser el mejor? Si ya lo es”. Jesús le advierte:”Sí, Judas. Cada uno es como es. No tengáis más curiosidad, que es malo. Ahora vamos a Modín. La noche está serena, fresca y llena de luz. Caminaremos, y al final de la jornada, dormiremos. Después llevaré a los dos Judas a rezar ante la tumba de los Macabeos, uno de ellos tiene vuestro mismo nombre”. Iscariote se pone contento pensando que irán los tres solos. “Iremos todos juntos, pero vosotros aprended de su heroísmo”. El camino es pedregoso y difícil. Llegan muy cansados, se sientan a descansar comer algo y beber agua de un manantial. Gentes por allí descansan entre los prados. Peregrinos que van a Jerusalem, vendedores de corderos y pastores con su rebaños. En una caravana una novia joven va vestida ricamente, hija de un comerciante de Joppe. El padre del novio es mercader de diamantes. Tomás lo conoce. La caravana va repleta de riquezas, Pedro y Tomás piensan que los bandidos podrían conseguir un buen botín. Es de noche y todos duermen. Los pastores hicieron una gran hoguera. Jesús fue a orar solo. Reina el silencio. Un perro percibe un ruido y gruñe. Pedro y Zelote van a por Jesús, que ya viene. “Llamad a todos, puede que sean bandidos. No asustéis a las mujeres”- “Nos matarán y se llevarán el botín”, dicen los ricos, aterrados. “¡No tengáis miedo! Nadie os hará daño”, dice el Maestro. Los asnos rebuznan, el perro aúlla, las ovejas balan y las mujeres lloran. “Oíd. El oro arrastra a los hombres, y Satanás muerde el corazón humano inyectándole maldad. Se mata y peca por el oro. Y la mujer se hace fácil al pecado carnal por el dichoso oro. El hombre se hace ladrón, usurpador y homicida por el oro, que cuando llega la muerte, tiene que abandonar. El pecado os quita la protección de Dios y la vida eterna. Tendréis remordimientos y miedo al castigo. Vuestros crímenes os llevarán a un fin terrible. Os habréis negado a socorrer al hambriento, vuestra avaricia os aplastará. Cuando mueres, la vida empieza, tenéis que aspirar al descanso eterno. El Redentor os librará de las angustias. Los que están en pecado serán condenados a maldición eterna. No desesperéis, sino que vuestra esperanza anide en vuestros corazones. Idos. No luchéis contra Dios, que es fuerte y bueno. No arrojéis vergüenza a vuestras familias al saber que sois asesinos. Estad en paz con el Cielo y la Tierra. Quitad el alimento venenoso de vuestras bocas y limpiad vuestras manos de sangre. Sed puros. El mundo os odia y teme. Yo no. Venid a Mí, Yo os miro con amor. El Amor desarma a los violentos y avaros. Benditos seáis. ¡No tengáis miedo! Ya no sois bandidos, y estáis asustados. Os doy Mi paz”… De nuevo se ve caminar a la Comitiva Apostólica. Llevan una oveja gorda y dos corderillos, que Pedro cambió al pastor agradecido, por la cabra. Los mercaderes dieron bolsas de dinero para los pobres. Se quedaron con la alegría de las Palabras de Jesús. Le preguntan cómo lo consiguió. “Leo los corazones y si el Padre no dispone de otro modo, sé lo que va a suceder”. Iscariote le pregunta qué pasa cuando los fariseos se le echan encima. “No son errores, hago lo que corresponde a Mi Misión. Los enfermos tienen necesidad de médico y los ignorantes de Maestro, aunque Me rechacen. No puedo forzar la libertad de nadie”. Santiago Alfeo le pregunta cómo cambiaron los ladrones, pero Jesús no contesta. Mateo dice que fue la Voluntad del Maestro y Andrés piensa igual:”Él los subyugó con la mirada”. Pedro afirma que la mirada de Jesús es distinta a la humana, “Él es el Mesías”. “En verdad os digo que no sólo Yo, sino el que esté unido a Él, que sea puro y con fe sin tacha, puede hacer esto y mucho más. La mirada de un niño inocente consigue que caigan templos. Recordad a Sansón, (Jue.16,22-31), cuando fue conducido al templo pagano de Dagón, ya había recobrado sus fuerzas. Se colocó entre dos columnas que sostenían el edificio. Pidió al Señor auxilio y pudo empujar con tal violencia, que se derrumbó todo. Murió él con miles de filisteos. Se puede rechazar la muerte, amansar fieras, derrotar enfermedades del cuerpo y del espíritu… Porque Dios actúa en él. Pedro ha entendido bien y está satisfecho. “Judas culpaba a la cabra de los sucesos desagradables en el grupo. Son supersticiones que huelen a idolatría y pueden acarrear males. No existen fórmulas para hacer brujerías, ni para hacer milagros. Sólo el Amor desarma a los violentos. El Amor es Dios, donde la Palabra es un arma poderosa, y se queman todos los ídolos. Sólo el demonio resiste al Amor, porque es odio perfecto. A los débiles que no se han vendido al demonio, Dios se los lleva Consigo, porque son hijos Suyos”. Todos están muy atentos. Zebedeo Le pregunta por su hermano Juan. “Va por delante de vosotros, él ve algo más que la Tierra, ve la Luz y a Ella se dirige. No perturbéis su paz. Esta clase de espíritus son “almas flores”, Dios les concede silencio y rocío místico. Dejad que él descanse cuando Dios se lo permita, como el maestro de gimnasia, que da reposo a sus alumnos. Ya comprenderéis la necesidad que ellos tienen de respeto y silencio, pues viven en el Amor…

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