No sabía que los seres mitológicos moran en el Olimpo del Monte Hacho. De vez en cuando bajan de su morada para recordarnos que son ellos los que mandan, los que dictan las normas y los castigos, los que establecen las leyes legislando por una voluntad divina que no entenderemos jamás.
Hércules se pasea a lo largo y ancho de la ciudad y, pese a su fortaleza divina se hace invisible. Está, domina, atemoriza a sus víctimas, pero nadie atisba el peligro.
Los sindicatos, el Ayuntamiento, la prensa, los trabajadores, las instituciones, los inspectores de trabajo, la Asamblea, la Delegación del Gobierno; Hércules les sacó los ojos, les ató las manos y les cortó la lengua para que no hablaran.
Es así como amanecemos día tras día: muertos de miedo.
Hércules engatusó con malas artes al Ayuntamiento. Les prometió el paraíso para que licitaran sus servicios. Los obreros serían tratados con una dignidad ejemplar.
Ediles, alcalde y consejeros bebieron del néctar, de la burundanga que Morfeo le prestó a Hércules.
Así, mientras algunos obreros están muertos de miedo hastas las orejas por las replesalias hercúleas dejan de reivindicar sus derechos y bajan la cabeza. La huelga, el paro, la protesta por no cobrar el sueldo y otros asuntos Siempre podrán ser arrojados al Hades y nadie sabrá de ellos.
¿Matar al Monstruo? Llevemos cuidado, lo mismo consigue la licitación de nuestro Cementerio de Santa Catalina y la gestión de la incineradora. Yo sé el grito mágico para liberar la ciudad: ¡¡¡Trabajadores de Hércules, uníos!!! pero entre que yo estoy mudo y los demás sordos poco hay que hacer.
Señor Rontomé, en sus manos encomendamos nuestro espíritu. Perdida la esperanza daremos paso al milagro.