Nacemos, todos, para llegar a una edad en la que ya se empiece a dar resultados útiles, para que tengamos calidad - la cual es deseable sea la mejor para toda persona - y que la pongamos al servicio de la sociedad en la máxima extensión posible. La mayoría, desgraciadamente, no nos acabamos de dar cuenta de ello y vamos por la vida dando un rendimiento menor de lo que se necesita. Hay excepciones, sin duda alguna, pero no son suficientes para abordar todo cuanto la sociedad necesita y no me refiero sólo a lo material sino que pongo el acento en todo aquello que configura el valor espiritual de esa sociedad de la que formamos parte. Si se atiende a la información que proporcionan los telediarios de la mañana nos llenarán de noticias económico-financieras, pero al final suele aparecer la imagen del hambre y de la miseria en algún lugar del mundo.
Hay que resolver las cuestiones que se refieren directamente al dinero - sin duda - pero esas no deben dejar de lado a todas aquellas otras que se refieren a la persona, sean del color de piel que sean y vivan en uno cualquiera de los inmensos rincones llenos de miseria que hay en el mundo. Una sóla persona que esté inmersa en la desgracia debe movilizar de inmediato a todo el mundo para solucionar ese problema. Son muchas, casi incontables, las desgracias y necesidades que sufren infinidad de personas y a todas ellas, sin excepción, hay que hacerles llegar la verdad del amor humano, sin reserva ni condicionamiento alguno. Para esta labor es para la que hay que prepararse desde pequeños sabiendo que ese caramelo que se está saboreando hay quienes no lo han visto jamás. ¿Cómo se puede hacer entender tal diferencia?
Por supuesto que se hace labor en ese sentido y muy meritoria, por cierto, pero es escasa. Hace falta mucho más, infinitamente más. Es labor de todos, de cada uno personalmente y sumando esfuerzos personales o de conjuntos, pero lo que verdaderamente importa es que toda persona sea capaz de hacer entender - en el mundo - que nada llega a tener verdadero valor si no lleva amor, si no lleva entrega de todo el ser del amor - su espíritu cierto y firme - en todo su quehacer. Es frecuente que no llegue a entenderse alguna forma de actuar, en cualquier trabajo profesional, porque se presta atención exclusivamente a lo material. Se olvida. o no se tiene en cuenta, el amor con el que se trabaja, el por qué de ese amor, de esa entrega, de ese fin tremendamente humano a la par que espiritual. ¿Por qué hay que dejar de lado el espíritu del amor?
Ésta es la grandeza del ser humano, la de la entrega al servicio de los demás. Entrega inteligente y laboriosa. Entrega real, de cada persona que sabe olvidarse de sí mismo para unirse a esa necesidad - la que sea en cada ocasión - en el trabajo diario. No es necesario hacer alardes de ningún tipo, simplemente trabajar con amor y sencillez, sin necesidad de equipos de propaganda; se trata, simplemente, de poner en ese trabajo el fuego de amor que hay en el alma. Fuego que no se apaga nunca pero que conviene avivar para hacerlo más ardiente, más capaz de llegar más lejos aún, al sitio más difícil y complicado. Allí donde hay más olvido de que hay gente que pasa apuros graves y que necesita de todo. No hay barreras para quienes llevan el fuego del amor en sus almas.