La realidad es que hay mucha gente que lucha por el bien de los demás aunque, en algunos casos, ese bien está desorientado o incompleto porque le falta un algo de generosidad, o, si lo prefieren, de exceso de particularismo. No se debe olvidar que el ser humano es totalmente libre y por ello todo cuanto a él se refiera - incluida la ayuda - debe respetar esa libertad, la cual lleva aparejada la dignidad. El ser humano no es un trasto inútil en ningún caso; aunque a veces nos lo parezca y aunque a veces sea uno mismo el que se considera una calamidad. ¡Cuántas horas dedicamos cada día a lamentarnos de nuestra situación, de nuestra mala suerte, de nuestros pesares! El ánimo ha de levantarse, aunque sea desde lo más hondo de la tragedia personal por la que se esté pasando. Es necesario hacerlo así porque es fundamental para luchar por el bien de los demás.
Nadie debe vivir en la soledad, en esa soledad del alma que te lleva al campo de la incomprensión de todo cuanto hay a tu alrededor, especialmente de la soledad de los demás, tanto de una persona concreta como esa soledad tumultuosa en la que se desenvuelve la sociedad. Hay que devolver a cada persona, con el esfuerzo propio, la capacidad de pensar, la de sentirse útil, la de comprender que la vida es algo más - mucho más e importante - que uno mismo. Esa generosidad debe llegar a todos, sin ánimo de autocomplacencia, y casi sin que se note físicamente. Sí lo notará quien sepa creer en el verdadero amor del espíritu, aquél que mantiene un rescoldo de fe en que la humanidad no ha sido creada para destruirse sino para vivir juntos todas las vicisitudes de la vida; las buenas y las dolorosas. Todas, sin exclusión alguna.
El domingo 24 de Junio, pudimos ver por TV el partido de fútbol que jugaron las selecciones de Inglaterra e Italia. Fue un partido vibrante, de entrega de todos y cada uno de los integrantes de esos equipos a la misión de vencer. Hasta el árbitro se contagió de ese espíritu y ayudó. a unos y a otros a que no perdieran el tiempo. Ya saben que acabó el encuentro en empate a cero goles, a pesar de la prórroga, en dos tiempos de quince minutos cada uno. que jugaron. Ya lo creo que estaban cansados, extenuados algunos, pero se prepararon , algunos escogidos, para la tanda de disparos desde los once metros a los que debían ser sometidos los porteros de uno y otro equipo. Fue un último esfuerzo, en ese escenario, contemplado por millones de personas, e Italia se alzó con el triunfo.
Pero para Inglaterra también fue un triunfo pues pudieron contemplar cómo los jugadores de su equipo nacional habían sabido dar todo de sí mismos, con verdadero espíritu de equipo. Ellos también lucharon sin parar. al igual que los italianos, por el bien del prestigio de su Nación. Pues eso mismo es lo que le ocurre a cada persona que lucha sin parar por el bien de los demás. No hay cámaras de TV que vayan siguiendo cada uno de sus pasos para darlos a conocer a todo el mundo, pero esa persona en su soledad de acción y de entrega a los demás moverá todo un mundo de ilusiones y de deseos de hacer el bien en el alma de esas personas a las que ha dedicado lo mejor de su espíritu: el amor por hacer el bien.