“Hay muchas mujeres inmigrantes que no se reconocen como víctimas”

Hace cuatro años Yolanda Besteiro, presidenta de la Federación Nacional de Mujeres Progresistas, confesaba en una entrevista que uno de sus grandes retos era conseguir la integración social de la mujer inmigrante. Ha pasado el tiempo y Besteiro sigue luchando por alcanzar ese reto en un camino en el que cada vez se avanza más. La lucha es complicada porque para conseguir la integración de la mujer inmigrante es ella misma la que tiene que dar el primer paso. Y eso supone combatir una forma de vivir arrastrada desde su país de origen y dejar a un lado un patrón de comportamiento que provoca que la mujer viva sometida, incluso a veces esclavizada, y, por supuesto, sin valor alguno.
Besteiro, de paso por Ceuta para inaugurar el taller de sexualidad para las inmigrantes organizado por Mujeres Progresistas, atendió a ‘El Faro’ para confesar sus impresiones en torno a una batalla en la que todavía no hay ganadoras. Pero en eso se está.
–¿Se ha avanzado en el camino de la integración social de la mujer inmigrante, más si cabe cuando ese desarrollo choca brutalmente con la forma de vida que han llevado en sus tierras de origen?
–A medida que vamos trabajando a través de las oenegés y estamentos oficiales se va consiguiendo avanzar pero todavía nos falta muchísimo. Cambiar mentalidades es complicado y difícil pero se está en el camino, corrigiendo, desde la perspectiva de la multiculturalidad, las desigualdades que hay. Todavía falta mucho pero gracias al trabajo de muchas personas implicadas se consigue avanzar. Nosotros en la federación tenemos un programa que va dirigido al fomento del movimiento asociativo de las mujeres inmigrantes para que aprendan a agruparse y a defenderse y buscar iniciativas, desarrollándose desde el punto de vista social. Le puedo decir que cada vez hay más mujeres.
–Hay, en cambio, colectivos en los que esa integración parece complicada. En las cabañas nacidas en los alrededores del CETI se han visto imágenes de féminas absolutamente sometidas, que ofrecen perfiles incluso de esclavizadas. ¿Esas mujeres tienen la valentía suficiente como para romper con esos roles asignados durante toda su vida?
–Hay algunas que lo han hecho, otras, por su entorno socioeconómico, cultural y religioso en el que viven, lo tienen más complicado. No porque ellas se empeñen en vivir así sino porque lo obliga el sistema en que se encuentran. Hay mujeres que tienen muy difícil llevar a cabo un proyecto vital digno y otras, sin embargo, tienen la valentía de llevarlo adelante.
Sí que hay cada vez más mujeres que van avanzando de una manera importante. Nosotros hemos gestionado proyectos con países europeos y hemos visto que la forma de trabajar en España por parte de muchas oenegés permite integrar a las inmigrantes respetando su multiculturalidad. No pretendemos que prescindan de todo sino que se adapten y sepan distinguir un rol marcado por la tiranía del género de los que te corresponden como persona.
–No se trata de imponer sino de hacer que la mujer piense que esa vida que lleva puede mejorar...
–Eso es y que entienden que son víctimas de los roles y estereotipos culturales, políticos y religiosos que vienen marcados desde su nacimiento. Cuesta mucho trabajo que esas mujeres se separen de este rol cuando además no tienen oportunidades de conocer otro tipo de vida o de integrarse dentro de ese mundo. Hay que trabajar en conjunto y ver la manera de apoyarles pero contando siempre con su colaboración para que no te vean como una intrusa sino como una cómplice.
–¿En el caso de las mujeres víctimas de explotación sexual, algo que se da mucho en el mundo migratorio, resulta fácil conocer las instancias a las que pueden acudir para romper con ese mundo que no esconde más que un sometimiento?
–Es complicado porque en primer lugar se tienen que reconocer como víctimas. Hay muchas que ni siquiera se reconocen como víctimas porque por su propia trayectoria vital esa situación incluso hay quienes la viven como algo normal. Una mujer que sale de su país subsahariano hasta que llega a Ceuta ha pasado muchas penalidades y ha sufrido mucho, a veces les cuesta trabajo tener conciencia de que son víctimas. Una vez que lo han hecho tienen miedo por la presión que ejercen las mafias y por la violencia. Una vez que se atreven a dar el paso y confían en las autoridades y oenegés españolas, tenemos herramientas para ayudarlas a salir de ese mundo.
Tienen que dar el paso para enfrentarse a las mafias para poder así recibir la ayuda que ellas necesitan.
–A los periodistas nos gusta las cifras... en esta lucha por conseguir la integración social de la inmigrante, ¿podría darme un tanto por ciento del éxito alcanzado?
–El éxito es relativo según unas territorios u otros. No es lo mismo tratar con inmigrantes latinoamericanas con las que no hay barrera idiomática ni tampoco muchas diferencias culturales. En este caso el éxito es mucho más alto, a diferencia de otra inmigración como la de los países orientales en donde la integración es difícil y el éxito es complicado. Hay dificultades para que se relacionen con las instituciones públicas y las oenegés. Si hablamos de la inmigración subsahariana o marroquí hay diferencias. La segunda tiene más relación con los occidentales, pero en el caso de la subsahariana la barrera idiomática y cultural es más fuerte. Aquí el éxito es más complicado.
En el caso de las mujeres del Este depende del país del que procedan. En el caso de Rumanía es más fácil porque aprenden más rápido el español y su modo de vida es más parecida a la española que en el caso de las ucranianas o rusas. Hay que ir persona a persona y nacionalidad a nacionalidad para ver las posibilidades de integración.
–¿Qué me cuenta de esos casos en los que la posibilidad de integración puede confundirse con la picaresca? Me explico: son esas situaciones en las que la mujer inmigrante ha denunciado por ejemplo malos tratos o explotación sexual para conseguir una regularización demostrándose después que las acusaciones eran falsas. Siendo casos que ocupan titulares en prensa... y que puede fastidiar la labor que realizan desde entidades como la suya, ¿qué opinión le merecen?
–Son casos anecdóticos que por desgracia hacen mucho daño, es algo similar a las denuncias de violencia de género, que ahora parece que no existe esta violencia sino frescas que se quieren quedar con la casa y los hijos y a los pobres hombres los maltratan y llevan a prisión. La situación no es así. Los casos en los que pueda haber picaresca son mínimos y en cualquier caso hay que mostrar comprensión hacia las mujeres incluso en esos casos porque estoy completamente convencida de que están obligadas a actuar así para seguir adelante con su proyecto vital.
Las mujeres inmigrantes lo tienen más difícil para salir adelante que los hombres por una doble razón: por un lado porque son mujeres y por otro porque son inmigrantes  y tienen menos oportunidades que cualquier persona. Hay que mostrar comprensión para ellas y sin juzgar antes de conocer lo que ha sucedido.

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