Opinión

Hacia una economía circular

Hla transcurrido ya casi medio siglo del estudio “Los límites del crecimiento”– publicado en 1972 por el prestigioso Club de Roma– con un preocupante panorama para la humanidad, de continuar el desnortado sistema productivo consumista y el despilfarro desaforado de recursos. Basado en el modelo dinámico World3, simulaba para los próximos cien años el consumo de energía, el crecimiento de la población y la contaminación. Sus conclusiones fueron: “Si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante los próximos cien años”. En octubre de 2018 se publicó la versión actualizada del Informe, con un modelo más potente que el World3, y con los nuevos datos existentes. La mayor parte de las conclusiones de 1972 sobre los límites del crecimiento, seguían siendo correctas.

La Conferencia de Estocolmo, en junio de 1972, significó el reconocimiento del medio ambiente y los Principios de su Declaración motivaron, en los países desarrollados, legislaciones para su protección. La segunda Cumbre de la Tierra se celebró en Río de Janeiro en 1992 y la tercera en Johannesburgo, en 2002. De nuevo en Brasil, en el 2012, tuvo lugar la cuarta edición titulada Conferencia de Desarrollo Sostenible Rio+20. En la de 1992 tuvo ya protagonismo el nuevo concepto – economía sostenible– generado en 1987 en el conocido Informe Brundtland de las Naciones Unidas. Remitiéndonos a nuestra legislación de 2011:“Se entiende por economía sostenible un patrón de crecimiento que concilie el desarrollo económico, social y ambiental en una economía productiva y competitiva, que favorezca el empleo de calidad, la igualdad de oportunidades y la cohesión social, y que garantice el respeto ambiental y el uso racional de los recursos naturales, de forma que permita satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para atender sus propias necesidades”.

Las directrices fundamentales se basan en: proteger la diversidad, combatir el cambio climático, reducir la contaminación, obtener la eficiencia, utilizar las energías renovables, limitar el consumo y favorecer la reutilización y el reciclaje.

País adelantado en la protección ambiental fue EEUU que, en 1969, promulgó la “National Environmental Policy Act”, o Ley de Evaluación de Impacto Ambiental. La EIA consiste en la identificación, descripción, evaluación y corrección de los efectos sobre el medio ambiente de los proyectos de ejecución, a fin de conseguir su aprobación por la administración competente. Este instrumento se ha asumido y desarrollado, prácticamente, en todos los países del mundo.

La preocupación por la protección ambiental ha generado cantidad de instrumentos de aplicación y control: Análisis del Ciclo de Vida, Tecnologías Limpias, Protocolo de Kioto, Evaluación del desempeño ambiental, Evaluación Ambiental Estratégica, Análisis de riesgos, Ecodiseño, Etiquetado ecológico, y otras normativas de gestión ambiental y energética.

Recientemente se ha introducido el concepto de Economía Circular. El origen de esta expresión no está perfectamente localizado, aunque hay quien mantiene que fue utilizada por primera vez por los medioambientalistas Pearce y Turner en 1990. Sin duda alguna– aunque no utilizase ese término– ya en 1966, Boulding expuso su visión de la nave espacial Tierra, como un sistema cerrado con recursos limitados, cuyo consumo requería la realimentación. Aunque desde los años setenta se empezó a considerar este enfoque del desarrollo, conviene citar la publicación en 2002 de Michael Braungart y Williams McDonough titulada “De la cuna a la cuna “– otra forma de rediseñar– proponiendo la ecoefectividad para la próxima revolución industrial. Tal vez uno de los más significados representantes de la visión circular es el arquitecto suizo Walter Stahel que aboga por el enfoque de “bucle cerrado” en los procesos de producción. Uno de los principales patrocinadores de este enfoque empresarial es la ex navegante y millonaria británica Ellen MacArthur, que creó su Fundación en 2010 con el objetivo de acelerar la transición a una economía circular. Colabora con importantes empresas, gobiernos e instituciones científicas. defendiendo un modelo empresarial basado en el reciclaje y reutilización, con lo que se consigue un ahorro en materias primas y energía a la vez que se puede alcanzar creación de empleo.

La economía circular surge como contraposición a la economía lineal, desarrollada a partir de la revolución industrial y potencializada – desde el último tercio del siglo XX– por el incremento del nivel de vida, la mayor disponibilidad económica de la población y el fenómeno del consumismo. La economía lineal aplica el proceso de producir, consumir y desechar, lo cual lleva consigo una enorme utilización de materias primas, de energía y una considerable producción de residuos. Es sin duda un comportamiento suicida, además de insolente.

Según informe de la ONU la utilización de recursos naturales se ha multiplicado por tres desde 1970 y sigue en aumento. En los últimos diez años los precios de las materias primas se han disparado. La demanda ha superado la capacidad de regeneración anual del planeta, ocasionando el 90% de pérdida de biodiversidad y causa de la mitad de los impactos sobre el clima. Unas dieciséis toneladas de materiales, por habitante al año, utiliza la economía europea, que producen seis toneladas de residuos por persona– en total más de 2.500 millones de toneladas–, de los cuales más de la mitad acaban en vertederos. En nuestro país la hostelería tira a la basura más de 63.000 toneladas de alimentos al año y en toda la Unión Europea, alrededor de 100 millones se desperdician. En EEUU solo en envases de limpieza, se arrojan anualmente 35.000 millones de botellas y en Gran Bretaña más del 40% del pan producido, acaba en la basura. La relación de datos se haría interminable y mientras tanto, para el 2050, nuestro planeta albergará 9.300 millones de habitantes.

Es evidente que el sistema de economía lineal es insostenible, porque las materias primas no son inagotables y el aumento de la contaminación y los efectos sobre el clima serán insoportables por la nave espacial Tierra, que decía Boulding. La economía circular es un planteamiento basado en imitar a la naturaleza, que recicla sus desechos y se renueva constantemente. En principio, consistiría en volver a introducir en el proceso productivo los elementos residuales generados. Pero no contempla únicamente esa partida, sino que la economía circular debe optimizar la utilización de los recursos– dando prioridad a los renovables – tanto las materias primas, como la energía y el agua. Los productos deben ser diseñados de tal manera que se aumente su durabilidad, por la calidad de sus componentes, y por la facilidad para su desmontaje y reparación. Se acabará con la obsolescencia programada y los componentes deben ser reutilizables o reciclables.

Un esquema ilustrativo del nuevo sistema podría ser: Materias Primas, Ecodiseño, Producción o Refabricación, Distribución, Consumo, Utilización, Reutilización y Reparación, Recogida de residuos, Abandono del ciclo, Reciclado de los que sea factible e Introducción, como recurso, al inicio del ciclo.

En realidad, una forma primitiva de economía circular ya existía en la prehistoria – evidentemente no por espíritu medioambiental, sino por escasez– con el aprovechamiento de hachas deterioradas para hacer otras más pequeñas, herramientas o flechas, reutilización de la arcilla de la cerámica para hacer nuevas piezas o en la Edad del Bronce, volviendo a fundir.

La economía circular generaría una importante disminución de la utilización de materias primas y de energías no renovables. Una menor producción de residuos por el alargamiento de la vida de producto y por la reutilización y el reciclaje. Una importante mejora del clima, por la no emisión de gases de efecto invernadero. Paralelamente, la utilización de residuos, como recursos, disminuiría la dependencia de la obtención de materias primas y frenaría la deslocalización de empresas. La factibilidad de reparación de productos estropeados – aunque sería necesaria preparar una capacitación técnica– aumentaría el empleo local con las personas dedicadas a esta función.

Aparte de estas innegables ventajas de la economía circular aún existen variadas circunstancias que, de una u otra manera, hacen difícil su implantación, al menos en corto plazo. Los diseñadores de productos requerirían estar conscientes para sus diseños, de las funcionalidades que se exige a sus materiales, los residuos originados y la facilidad de reparación, con un desmontaje sencillo. Muchos de los residuos son difícilmente reciclables y la gestión de eliminación costosa y dificultosa. La estructuración y funcionamiento correcto de suministro de residuos –como recursos– a otras empresas puede tener dificultades. Los costes de implantación de innovación, necesitarían facilidad de financiación económica.


Por otra parte, existen unas barreras culturales y sicológicas de los consumidores que requerirán un tiempo para que sean superadas. Una de ellas es que este nuevo proceso prioriza el uso o servicio frente a la posesión del producto, por lo que la opción de utilización por varios usuarios o el alquiler, debieran ser asumidos. Otra dificultad es que muchos consumidores desconfían o no valoran la calidad de los productos reciclados.

La Comisión Europea consciente del carácter lineal de nuestra economía – solo el 12 % de los materiales y recursos secundarios vuelve a entrar en la misma– en el 2015 aprobó el Plan de Acción con la finalidad de incentivar el nuevo modelo de economía circular. En marzo de este 2020, sobre la base del anterior, dentro del Pacto Verde Europeo, ha adoptado un nuevo Plan de Acción. Con el mismo– en estrecha relación con las empresas y las partes interesadas– se establecerán normas legislativas para la producción, consumo y recuperación de materias primas críticas. A título de ejemplo, señalan, si se recogiera el 95% de los teléfonos móviles, podrían obtenerse ahorros, en los costes del material de fabricación, superiores a los mil millones de euros.

Algunas importantes empresas en EEUU y Canadá, han comenzado a implantar modelos de economía circular en sus actividades productivas. Desde otro confín, China– con más de cincuenta años de agresiva industrialización– que presenta uno de los índices más altos de contaminación en el mundo, ha aprobado una Ley de Economía Circular, que entró en vigor en enero de 2009 y está potenciada en sus Planes Quincenales. De tener éxito la conversión – que desde luego no va a ser a corto plazo– aparte de la mejora medioambiental y el ahorro de recursos, la haría ser una economía aún más competitiva. Sin duda ejercería, además, un mimetismo en otras economías mundiales.

Nuestro país no parece ser uno de los vanguardistas en el tema de economía circulante, ya que solamente tres de cada diez empresas españolas se interesan por la misma, incorporando medidas de sostenibilidad. La tasa de circularidad o porcentaje de recuperación de material se ha reducido, en los últimos diez años, del 10,4% a menos del 8%. Para reconducir la situación, el 2 de junio pasado, el Gobierno aprobó la “Estrategia Española de Economía Circular, España Circular 2030 (EEEC)” en la cual se establece un decálogo de orientaciones estratégicas, y se marcan una serie de objetivos a conseguir para el horizonte del 2030.

De todas maneras– incluso a nivel mundial– es difícil hacer previsiones en este tema, habida cuenta de la incertidumbre por la enorme crisis que se ha generado y que se desarrollará, a consecuencia de la pandemia del COVID-19.

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