La capital de Cuba, en su localización actual, fue fundada en 1519 por el toledano Juan de Rojas, al mando de un grupo de españoles. Su privilegiada situación, su puerto y su clima, le confirieron una gran importancia estratégica. Ciertamente, durante los primeros siglos de su existencia, el alojamiento y hospedaje para forasteros y viajeros estaba reducido a las mansiones señoriales, a las casas que se alquilaban y a los conventos. No existían, por tanto, edificaciones dedicadas exclusivamente a este uso. No es hasta el segundo tercio del siglo XIX, cuando se inicia la construcción de los primeros edificios hoteleros.
El primer hotel construido en La Habana fue el Telégrafo, en 1835. Le siguieron, el Perla de Cuba, el Inglaterra y el Pasaje. A partir de la independencia del país y la constitución de la República, se inició una modernización urbanística de la capital y en 1903 se construyó el hotel Miramar, con su Café Miramar, que fue durante tiempo el más caro y elegante del país. A principio del siglo XX fue demolido. También se construyeron el Manhattan, en 1910, y el Vista Alegre con su famoso Café Vista Alegre, demolidos igualmente en la segunda mitad del siglo XX.
Durante los felices años veinte, se produjo una gran demanda de alojamiento y se construyeron los hoteles Lafayette y New York. Durante los años 40 se edificaron: el Ocean, en el 1946, el pequeño Petit y en 1948, el Surf. Con el triunfo de la Revolución, los dedicaron a uso de alojamientos de familias y la falta de mantenimiento los convirtieron en una patética imagen.
Los años 50 representaron una época de auge para el turismo internacional y se construyeron: el Habana Hilton, ahora Habana Libre, el Riviera, el Capri y el Deauville. Con la Revolución se produjo un enorme cambio social, algunos de los hoteles fueron convertidos en viviendas y se deterioraron paulatinamente. Al producirse la desaparición del bloque soviético– con la enorme crisis en el país– se recurrió al turismo internacional como solución alternativa de subsistencia. Ciertamente, en esos años 90, Cuba disponía solamente de la mitad de la capacidad de alojamiento hotelero que tuvo en 1959. Se construyeron nuevos hoteles como el Cohiba, el Meliá Habana, el Occidental Miramar y el Panorama.
Los alojamientos hoteleros acumulan entre sus muros– en cualquier país del mundo– insólitas y curiosas experiencias y sucesos personales, sociales e incluso políticos que forman parte de su acervo. Cuando paseo por La Habana me gusta visitar los decanos e históricos hoteles de la ciudad, para introducirme en sus ambientes y sentir las impresiones que rezuman sus espacios y sus paredes. Tras esta la introducción retrospectiva, me parece curioso e interesante investigar y relatar las características, los sucesos históricos y las anécdotas que tuvieron lugar en algunos de los más emblemáticos de estos hoteles de La Habana.
En la céntrica esquina de Prado y Neptuno se encuentra el Hotel Telégrafo. En extramuros de la ciudad, en los terrenos del antiguo Campo de Marte y con las transformaciones que se iniciaron en 1834, se construyó en 1836 un extenso salón que se convirtió en el titulado Café de Argel. En 1845 su propietario, Don Francisco del Campo, lo vendió a Juan López del Barrio que lo dejó en herencia a su sobrino Alejandro López. La iniciativa del nuevo dueño le llevó a convertir el café en un moderno hotel, situado en la calle Amistad que se inauguró entre 1858 y 1863 y al que dio el nombre de Hotel Telégrafo. Tras el fallecimiento del propietario en 1886 y el traslado a su ubicación actual, en 1888, su hijo y heredero inició una actividad que llamó “Los helados de París”. Alcanzó gran aceptación y renombre como punto de reunión de la clase alta habanera a principios del siglo XX.
La española Doña Pilar Samoano adquirió el hotel en 1895. Su simpatía por los independentistas cubanos y por el partido Liberal hizo que, precisamente, el hotel se convirtiera en el Cuartel General de José Miguel Gómez– más tarde, segundo presidente de la República de Cuba– y fuera centro de campañas electorales. En 1911 se sometió el hotel a una reparación completa, adicionándole un tercer nivel. Su reinicio lo catalogó como el hotel más moderno de la capital, con teléfonos en habitaciones y mesas del restaurante. Incluyeron entre los servicios del hotel, la recogida de los clientes en el puerto, la gestión de los trámites aduaneros y el transporte de los mismos. En 1924, Doña Angela Hoyos, su propietaria por entonces, lo alquiló a un administrador de hoteles norteamericano que lo gestionó, al menos, hasta 1939.
“Cuando paseo por La Habana me gusta visitar los decanos e históricos hoteles de la ciudad, para introducirme en sus ambientes y sentir las impresiones que rezuman sus espacios y sus paredes”
A mediados del siglo XX, con la llegada de la Revolución y el nuevo sistema, estuvo dedicado a alojamiento de visitantes nacionales. Su elegancia y confort se fue deteriorando progresivamente y acabó por cerrar sus puertas. En 1964 se produjo un derrumbe en parte del edificio, permaneciendo solamente la fachada. A finales del siglo pasado y durante tres años, se procedió a la recuperación y remodelación del hotel, a través de un proyecto llevado a cabo por jóvenes arquitectos cubanos. Se reforzaron las columnas y se adicionaron dos plantas de estructura metálica. Se rescataron antiguos elementos de la arquitectura como las arcadas de medio punto con ladrillos originales en el patio interior y se adicionó un lucernario deslizante. Totalmente remozado, el hotel abrió sus puertas en el 2001 y el proyecto recibió el Premio Nacional de Arquitectura, en el año 2003.
Con respecto al nombre del hotel, parece ser que lo recibió con referencia a la primera estación telegráfica del país e incluso he oído que, a principio del siglo XX, era propietario del único cable telegráfico. Según sus reseñas históricas se le considera el hotel más antiguo del país, pero también es evidente que fue el promotor de las tecnologías más adelantadas de la época.
Ha recibido las visitas y alojamiento de ilustres personalidades como las cantantes Conchita Supervía y María Barrientos; el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann, descubridor de las ruinas de Troya y de las tumbas de Miconos; Gonzalo de Quesada, amigo de Martí o el ilustre mandarín chino Chin Lan Pin. La visita y hospedaje de este último, con toda su comitiva en 1874, se ve que tuvo en aquella época una vistosidad y un lujo inusitado. A este respecto, el elegante conserje del hotel, con el que conversé, me refirió una curiosa anécdota. Me dijo que en Cuba existía– aunque puede estar ya en desuso y muchos no conozcan su origen– una expresión coloquial utilizada cuando se cruzaba una persona con algún conocido vistoso y elegante. Le espetaban: estás hecho un chinlanpin, sin duda con referencia al boato de aquel visitante. Tampoco me resisto a no mencionar, –aunque es posible que también prestase sus servicios en otros hoteles– la referencia a la ocupación, en la sección gastronómica, de un curioso personaje. Se trataba de El Caballero de París, un joven emigrante gallego– José María López Lledín– que, tiempo después, tras padecer con seguridad algún problema sicológico, deambuló durante casi cincuenta años por las calles de la ciudad. Su elegancia – a pesar de su descuidado aspecto e indumentaria– su educación y buen trato, le granjeó el cariño, el aprecio y el respeto de la población. De hecho– aunque falleció hace años– se convirtió, y así figura todavía, en un personaje emblemático de la capital cubana.
La ciudad estaba rodeada, entre 1647 y 1797, de murallas protectoras frente a las arribadas de los piratas y filibusteros. Empezó a crecer en extramuros dando lugar al paseo del Prado, el Parque Central o el monumental Teatro Tacón, ahora Gran Teatro Alicia Alonso. En la esquina de Prado y San Rafael, se encontraba en 1844 un edificio de dos plantas que se llamaba Café y Salón Escauriza. Adquirido por Joaquín Payret en 1863, le cambió el nombre y le llamó Le Louvre aunque pronto castellanizó el artículo y pasó a ser Café El Louvre. La zona se convirtió en el lugar preferido por la ciudadanía y especialmente de la juventud de ideales independentistas, donde se paseaba y se conversaba. Era el centro neurálgico de la ciudad y se la bautizó como La Acera del Louvre. Fue testigo de multitud de sucesos, como el enfrentamiento entre españoles y criollos en 1866 a causa de la defensa, por estos, de un científico cubano fallecido.
Payret vendió el Café El Louvre al español Juan de Villamil. Unió el Café a un pequeño hotelito adjunto llamado Americana y el 23 de diciembre 1875, ocurrió la de fundación del Hotel Inglaterra. Constaba de dos plantas y su fachada neoclásica, con balcones dotados de baranda de hierro fundido, le daban una vistosa presencia completada con su interior de estilo mudéjar, a base de azulejos sevillanos, techos con motivos árabes y mosaicos levantinos traídos de España.
En 1886 se le adicionó una tercera planta y se convirtió en el hotel señero de La Habana y uno de los mejores del mundo. En 1901 culminaron las obras de mejoramiento. Las habitaciones tenían luz eléctrica, teléfono y cuarto de baño con agua fría y caliente. En marzo de 1914 se dotó al hotel de una arquería de cristal en la entrada y se adicionó una cuarta planta.
La I Guerra Mundial incrementó el precio del azúcar y ascendió el nivel económico del país. Posteriormente, la implantación de la Ley Seca en EEUU potenció la afluencia del turismo norteamericano. Sin embargo, la crisis del 29 afectó grandemente, de tal manera que el hotel tuvo que cerrar sus puertas en 1931. Transcurridos ocho años se abrió de nuevo, aunque ciertamente sin el esplendor de antaño. Con el triunfo de la Revolución en 1959 y el cambio de paradigma socio económico unido a las carencias en el mantenimiento, originó que nuevamente cerrase sus puertas en 1973. No obstante, en 1980 se remodeló y volvió a estar en funcionamiento, de tal manera que en 1981 fue declarado Monumento Nacional, aunque fue en 1989 cuando se le devolvió su anterior esplendor.
Por su situación en la Acera del Louvre, el propio Café y la entidad del Hotel Inglaterra han sido testigos de hechos significativos y ha acogido a muchas personalidades. Allí el militar español Nicolás Estévanez rompió su espada y se retiró del ejército por estar disconforme con la ejecución, el 27 de noviembre de 1871, de los ocho estudiantes de medicina. El 26 de abril de 1879, José Martí pronunció el intenso discurso Honrar, honra, en el Louvre, en homenaje al periodista, escritor y diplomático Adolfo Márquez Sterling. En 1890 y durante seis meses, Antonio Maceo, el Titán de Bronce, se hospedó en el Inglaterra. En el hall del hotel– donde se alojó en 1895– se expone la reproducción de una carta que escribió a su madre, Winston Churchill, cuando estuvo en Cuba siguiendo como corresponsal del Daily Graphic la Guerra Grande de independencia cubana.
Puede vanagloriarse el Hotel de haber contado entre sus huéspedes a personalidades como los dramaturgos y poetas Jacinto Benavente, Márquez Sterling, Federico García Lorca, Rubén Darío, Gabriela Mistral y Julián del Casal. Los cantantes Enrico Caruso, Imperio Argentina, Amelia Rodríguez, Jorge Negrete y José Mújica, las actrices Sara Bernhardt– aunque parece ser que realmente se alojaba en el Petit–, María Félix, Rachel , María Guerrero, María Tubau, la bailarina Anna Pavlova, el ajedrecista José Raúl Capablanca o el torero Luis Mazzantini.
Con este artículo sobre la hotelería cubana, el doctor ingeniero Daniel Pizarro demuestra una vez más su enorme capacidad informativa.