La guerra encarnizada por el control del narcotráfico y las armas que mantiene a dos bandas de Ceuta radicalmente enfrentadas traslada los disparos en las calles, las quemas de propiedades y las amenazas de muerte a otro ámbito bien distinto: Instagram.
La difusión de audios privados, montajes e incluso copias de DNI se hace fuerte en esta red social y a través de su reenvío masivo vía WhatsApp.
El daño es mucho mayor por el efecto social que provoca. Los perjuicios colaterales amenazan también con serlo. En un mundo de confidentes que antes no burlaba la privacidad, investigaciones policiales avanzadas, procedimientos judiciales abiertos y cuantiosas víctimas por el camino, se sube ahora un nivel en esa escalada de crispación cuando los cachorros de las pistolas, herederos de los que antaño lideraban la delincuencia a otras alturas, respaldan esta guerra paralela en Instagram que se filtra y corre como la pólvora.
En los últimos días han rulado –y lo sigue haciendo- decenas de audios, imágenes y vídeos con contenidos alusivos a los distintos episodios delincuenciales que se han producido en la ciudad, muchos de ellos aún sin esclarecer.
Episodios que fueron a más tras el crimen del adolescente Ibrahim Buselham, lo que despertó una desaforada espiral de violencia y dio pie al desarrollo de la Operación Plomo, que la Udyco enmarca en el enfrentamiento entre los grupos liderados por ‘Tayena’ y ‘Piolín’ en busca del monopolio de las actividades ilícitas.
Ceuta ocupa un papel estratégico para las mafias asentadas en la Costa del Sol. Nada o muy poco se mueve allí sin los contactos de aquí, claves para enlazar con los barones de la droga asentados en el norte de Marruecos.
El submundo del tráfico de estupefacientes lleva de la mano el comercio del armamento así como el blanqueo de capitales. Tres patas de una misma acción delincuencial que mueve muchísimo dinero y que, en el caso de Ceuta, empezaron a quebrarse con los enfrentamientos a tiro limpio entre bandas en las calles que ahora trasladan esa alerta a la desestabilización psicológica usando la red social elegida por excelencia para la exhibición de poder: Instagram.
Vídeos que recogen disparos al aire con subfusiles junto a muestras de pistolas; palizas acompañadas de vejaciones a un joven que termina desnudo y golpeado por las calles de Poblado Regulares y que se retransmiten por videollamada para aprobación del ‘jefe’; amenazas en toda regla y montajes, muchos montajes con los mismos protagonistas: armas, dinero, bienes de lujo y la sombra de la corrupción.
A todos esos contenidos se han sumado en los últimos días grabaciones que recogen conversaciones de policías nacionales en llamadas cursadas por el apodado ‘Tayena’ y que se han visto aderezadas con montajes que incluyen nombres de pila o fotografías de uno de los aludidos, destinado en la unidad de lucha contra el crimen organizado en nuestra ciudad.
Conversaciones que se mueven en torno a líneas muy difusas, quizá demasiado en algunos extremos, y que es ahora cuando salen a la luz marcadas con gravísimas acusaciones personales y profesionales.
La Jefatura Superior de Policía en Ceuta evita una reacción tajante ante esta cadena de mensajes aunque le salpique directamente. En declaraciones a este periódico solo reseña que “está todo judicializado” y “con arreglo a la ley”. Ni una palabra más, pero tampoco ni una menos. Quizás las adecuadas para teñir de protección a lo que se está haciendo.
Lo que antaño se recogía en forma de pintadas en las paredes de algunos barrios con nombres de pila de agentes, ahora pasa a las redes sociales, poniendo en el punto de mira a personas con nombres y apellidos, ya no solo del ámbito policial sino también de la abogacía.
Otras fuentes policiales ajenas a la Jefatura de Ceuta quitan hierro, o más bien preocupación, a esta auténtica vendetta de difusión masiva de conversaciones privadas. “Todo lo que se hace, se habla, se gestiona o se trabaja a nivel policial lo conocen los superiores, forma parte de investigaciones iniciadas y judicializadas”, apuntan.
Lo grave puede que no esté tanto en lo que se dice sino en que eso haya llegado a la calle con un claro efecto búmeran.
Este cruce actual de acusaciones a través de Instagram se trasladó antes al Juzgado, en donde desde el pasado mes de agosto se llevan produciendo cambios de declaraciones. También se han denunciado coacciones y chantajes para forzar el señalamiento a determinadas personas como autoras de disparos para que fueran detenidas por la Policía. Así, los que antes hicieron una declaración la cambiaron meses después por completo.
Siempre en esas denuncias cruzadas vuelven a aparecer los mismos protagonistas enfrentados en dos bandas: ‘Tayena’ y ‘Piolín’. El primero pudo burlar en su día una extradición a Marruecos al ser denegada por la Audiencia Nacional al tratarse de un nacional español; el segundo sigue en paradero desconocido sin que las continuas incursiones policiales en la barriada hayan servido para dar con él.
De trasfondo, la Operación Plomo y una suerte de personajes que pasan en cuestión de días de ser víctimas de disparos a autores de otros, en un cajón de sastre delincuencial que no termina y que difumina la figura de víctima y verdugo hasta ser imposible diferenciarlas.
Desde el asesinato del adolescente Ibrahim, que contaba solo con 16 años, se han reproducido los heridos de bala, así como los disparos a vehículos y viviendas, las amenazas, coacciones, extorsiones, quemas de coches, emboscadas y presentación de denuncias falsas.
Todos los casos se mueven en torno al mismo círculo: quien hoy figura como víctima de disparos es el mismo que antes ha sido señalado como autor de otros. Es una cadena imparable de secuencias marcadas por las armas.
Y ahí es donde se produce el gran vacío de las investigaciones policiales. Salvo las halladas de forma aislada o casual en intervenciones que nunca se han dejado claras ni siquiera en las notas de prensa enviadas por la propia Jefatura, al adolecer de detalles que ayuden a construir un mínimo relato marcado por cierto rigor, nunca se ha podido dar con el armamento que ha entrado en la ciudad y que se esconde con celo.
Armas trasladadas desde la Península que abastecen a las bandas que aspiran a controlar el negocio del tráfico de drogas. Armas escondidas que curiosamente han podido burlar las operaciones de las fuerzas de seguridad que se nutrían de buena información para dar con ellas pero que fracasaron al ejecutarse.
La hemeroteca guarda varias incursiones realizadas en terrenos próximos a la mezquita ubicada sobre los campos de fútbol, en las inmediaciones de la explanada del colegio Reina Sofía o en viviendas particulares. Cuando se produjeron las entradas y registros movilizando a decenas de policías incluso trasladados desde la Península, las armas ya no estaban.
No solo no se encuentran las que hay, sino que tampoco se aborta el canal de entrada de otras. En Marruecos hay preocupación no solo por el envío de pastillas para la realización del karkubi y la mafia que se mueve alrededor, sino por la introducción de armamento desde Ceuta o incluso el empleo de drones para el traslado de ese material por piezas.
El pasado abril, el jefe superior de la Policía, Javier Nogueroles, pidió paciencia para esclarecer el crimen de Ibrahim, advirtiendo de que se necesitaban pruebas para la práctica de detenciones con fundamento. “Las prisas no son buenas consejeras”, dijo, pidiendo a la ciudadanía que denunciara y colaborara con la Policía porque “la seguridad es cosa de todos”. Cinco meses después, a pesar de las detenciones y encarcelamientos que posteriormente se han saldado con puestas en libertad bajo fianza, la guerra sigue viva. Los herederos actuales de los pistoleros de antaño mueven los hilos en un submundo distinto. Ahora no se tiene a un delegado del Gobierno que pide ayuda a los delincuentes para que calmen la guerra de tiros en las calles y manda a la Policía a forzar esos encuentros.
Todo cambia en apariencia, todo menos el negocio de la droga y sus consecuencias en las calles.
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